Absorto
Sobre Trance, de Alan Pauls
Miércoles 26 de diciembre de 2018
"No ha habido en todo el año 2018 un libro que, pudiendo encajar en las varias tendencias que vive la literatura hoy, las desborde al mismo tiempo, proporcionando al lector no un catálogo de lecturas personales sino un manual para leer el mundo. Un mundo que nos absorbe y nos repele al mismo tiempo, pero que vivimos sonámbulos, en trance, intentando decodificar la escritura con la que se nos impone".
Por Antonio Jiménez Morato.
La frontera entre leer y escribir es extremadamente delgada.
Alan Pauls, Trance
No hace muchas semanas, en París, en medio de un evento cultural protagonizado por la literatura latinoamericana pero que se celebraba en francés, surgió, o quizás fuera más precioso decir que yo mismo coloqué sobre la mesa, el cliché de lo latinoamericano en Europa y, quizás, las universidades de los Estados Unidos. Para buena parte de los latinoamericanos ese cliché sigue siendo, a día de hoy, el del realismo mágico. Para oponerse a él, como un gesto estético y político –todo acto estético es político y todo gesto político es estético, conviene no olvidar eso– los escritores latinoamericanos se suelen postular como heraldos de una literatura que «refleja la realidad del continente» y que está centrada en el narcotráfico, la violencia asociada a él, pero no sólo, la dura vida de las villas miseria en todos sus formatos, etc. El hecho de que todas esas realidades la conozcan no de primera mano, sino a través de los medios de comunicación no parece despertarles la más mínima sospecha. Por eso yo, por aquello de incordiar, puse sobre la mesa la idea, que no por ser mía creo más ajustada a la realidad, sino que acaso por ver el bosque desde afuera y no rodeado de árboles puedo al menos presentar como más objetiva de que el cliché del realismo mágico, de lo real maravilloso, etc. sólo existe ya en los libros de Historia de la literatura y en los malos best-sellers, y que el cliché de Latinoamérica, hoy, es precisamente el de ese mundo violento y sanguinario en el que el negocio de las drogas parecer haber focalizado la atención mediática pero que no puede ser visto como único origen del problema, sino todo lo más como instrumento o reflejo de otras tensiones sociales. Ni qué decir tiene que mi idea no fue bien recibida, fue muy mal recibida, como yo esperaba, y alguno, tras el evento, de modo más personal y directo me preguntó cuál era la literatura que escapaba a esos condicionantes territoriales y, por lo tanto, podía escapar al cliché, ya fuera el del pasado o este nuevo que yo apuntaba. No supe a ciencia qué responder, o no quise hacerlo porque en la pregunta intuía algún tipo de afrenta o revancha. La respuesta es, en buena medida, este texto.
Borges, en su conocidísima conferencia «El escritor argentino y la tradición», que dictó en 1953 y sólo los muy ingenuos pueden creer escrita antes de 1932 porque él la incluyese muy arteramente en ese libro al ordenador sus Obras completas, reflexiona en torno a ese problema y llega a la conclusión de que es la voluntad de reflejar el exotismo a través de ciertas marcas, ya sea lo real maravilloso, ya sea la violencia del narcotráfico, lo que pone en evidencia esa voluntad localista, mientras que la desaparición de esas marcas impediría a un lector ubicar geográficamente ese texto. Es algo parecido a la idea en torno a la que pivotaría ese texto hipotético sobre el que parecen discutir Bioy y él al inicio de Tlön.
Alan Pauls, que cuando se lanzó a la escritura de un libro sobre Borges para aprovechar la percha de su centenario llegó tarde y el libro se publicó en el año 2000, llegó en efecto puntualísimo a la comprensión de muchas de las ideas de Borges. No en vano acaso sea El factor Borges el mejor libro que se ha escrito sobre el autor de Ficciones. Digo que llegó puntualísimo porque si hay algo que evidencia la trayectoria literaria de Pauls es la idea de que la tradición argentina es la occidental, sin necesidad de marcas locales. Incluso en su trilogía «de las Historias», donde las referencias históricas sean más explícitas, no hay nada en la escritura de Pauls que lo convierta en un escritor «localista». Pauls podría ser la respuesta irreprochable –imbatible si se tratase de un duelo, pero no estamos en los cuentos de Borges– a la pregunta que me hicieron aquella noche en París.
Por si acaso alguien no lo tenía aún suficientemente claro, este año Pauls publicó el libro que hace más vívida si cabe esa evidencia. Se trata de un libro sobre la lectura, un texto que podría haber sido escrito por alguien que hubiera nacido en Estocolmo, crecido en Ciudad del Cabo y hoy viviera en Singapur. Un libro sobre la construcción de una tradición lectora. En concreto sobre el estado en el que se cae al leer: Trance. No creo que sea banal que la escritura de este libro y la traducción de Roland Barthes por Roland Barthes que se ha puesto en circulación, también, este mismo año, dentro del catálogo de la editorial Eterna Cadencia, hayan sido casuales. Por de pronto ya en la estructura ambos libros funcionan especularmente. No es, desde luego, fortuito, que Trance siga el orden alfabético que marcaba la estructura del texto barthesiano, un modo de ordenar un libro que, en fecha reciente, usó también César Aira en Continuación de ideas diversas. En realidad, como explicita el subtítulo del libro, se trata de un glosario. Más que hacer como otros de los invitados a hablar de sus lecturas en la colección de la editorial Ampersand, Pauls habla de la lectura, de modo casi despersonalizado, con experiencias propias profundamente enraizadas en su personalidad pero sin resbalar hacia la confesión. Es, como el libro de Barthes, una autobiografía desplazada, oblicua, sesgada, donde se hace de un proceso concreto la sinécdoque de todo trato con la realidad. La vida como lectura y por tanto la memoria como un subrayado, lo que destacamos de lo vivido, lo que queremos extraer o decantar de esa experiencia. Una vivencia que es exclusiva, que nos saca del mundo, o de la vida, para devolvernos a ella trastornados, ajenos y al mismo tiempo apegados a ella. Así no tarda uno en comprender que el libro que está leyendo, absorto, no habla de un tal Alan Pauls, pese a que esté lleno de referencias que sólo él podría evocar, sino que habla de no mismo. Sigue el mismo ejemplo que el texto de Barthes donde uno lee sobre la vida del estructuralista pero en realidad lo hace despegándose constantemente del texto barthesiano para huir a la experiencia propia. Así, el Trance de Pauls es un libro suyo, pero es de todos, o podría serlo, y es en esa paradójica universalidad donde encuentra su lugar y se proyecta al futuro. No ha habido en todo el año 2018 un libro que, pudiendo encajar en las varias tendencias que vive la literatura hoy, las desborde al mismo tiempo, proporcionando al lector no un catálogo de lecturas personales sino un manual para leer el mundo. Un mundo que nos absorbe y nos repele al mismo tiempo, pero que vivimos sonámbulos, en trance, intentando decodificar la escritura con la que se nos impone. (Sí, otra vez, fatalmente, Borges nos observa entre bambalinas).
En el fondo, lo suyo no es tanto el pantextualismo como la legibilidad generalizada. Todo es legible, todo se presta a ser leído –incluso, o antes que nada, las cosas no escritas, que prefieren encerrar lo que las escritas exhiben a la luz del día. Leer (como pensar) en un verbo architransitivo, cuyo horizonte de objetos no tiene límite.
Alan Pauls, Trance