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Entrevistas

"No hay manera de no fallar"

Por Esteban Chinchilla

Luis Chaves

Después de publicar su novela Salvapantallas, la editorial Seix Barral condensa la obra poética del autor costarricense en un solo tomo. "Uno escribe no necesariamente como quiere sino como puede. Y que esa escritura, creo, es el resultado de todo lo que uno ha leído y visto y escuchado, tanto lo que le gusta como lo que no"

Por Ivana Romero.


Cuando se publicó Falso documental, hace pocos meses, la hija mayor de Luis Chaves vio el libro grueso sobre su escritorio y preguntó de qué se trataba. “Es toda la poesía que escribí”, respondió él. “¿Toda tu poesía? ¿Todos tus poemas?”, se asombró la nena de nueve años. “Sí”, contestó él. “¡Qué poquito!”, opinó ella. Y salió del cuarto.
Esta anécdota bien podría ser un poema de Chaves, que transforma las zonas oblicuas de lo cotidiano en un material de textura simple y preciosa a la vez. Es decir, si Chaves escribe sobre una foto donde se ve una pareja, se preguntará por el desconocido que la tomó. Si capta una imagen desde un auto en movimiento, será la de unos robles secos “como lentísimos relámpagos en la tierra”. Si muere El Gran Poeta de la Patria en un accidente de tránsito, se preguntará por la moto. Si Chan Marshall baila, en su sombra se insinúa la niña que fue. Sus poemas son pequeñas iluminaciones en la oscuridad. Y el fogonazo echa un segundo de luz sobre la infancia, los amores fallidos o los gestos épicos de los perdedores más hermosos, ésos que terminan la noche en ciudades silenciosas, en pistas de baile vacías.
Sobre esos poemas se condensa su obra completa al momento –textos escritos entre 1997 y 2016– editada por Seix Barral. Allí, en esas cuatrocientas páginas que la hija de Chaves miró con adorable decepción, aparecen algunos libros que ya venían circulando en nuestro país gracias a editoriales independientes. Las mismas que tuvieron sintonía fina con muchísimos lectores que, como sucede en general con la poesía, se fueron pasando el nombre de este escritor como santo y seña. Es el caso de Iglú y Asfalto, editados por Neutrinos. También de Chan Marshall, que publicó Vox y en 2005 obtuvo el Premio Fray Luis de León. En Falso documental, a estos títulos se suman Los animales que imaginamos –que recibió en 1997 el Premio Hispanoamericano Sor Juana Inés de la Cruz–, Historias polaroid y Monumentos ecuestres.
Chaves nació en San José en 1969. Alguna vez fue ingeniero agrónomo. Finalmente, la escritura ocupó todo el espacio y él se transformó en uno de los autores más importantes de Costa Rica, con una obra que incluye narrativa y crónica. En enero se irá durante seis meses a una residencia artística en Francia. Antes de llegar a Buenos Aires para presentar este tomo, estuvo en Santiago de Chile para participar de la Feria del libro de esa ciudad. Desde ahí respondió unas cuantas preguntas vía mail.
La historia de este libro, cuenta, empezó el año pasado, luego de que Seix Barral editase su libro anterior, Salvapantallas. “Cuando estaba ya por publicarse esa novelita, la editorial me propuso sacar toda la poesía junta. Al principio me sentí halagado. Luego me dio una mezcla de angustia y pudor. Igual lo hice y aquí está”, escribe.


–¿Por qué ordenaste los poemas comenzando por los más recientes?

–Quería empezar con lo que siento más cercano. En el 2012 se publicó en España una antología, La máquina de hacer niebla, donde ordené los libros de modo cronológico. Pero cuando armaba Falso documental y leí completo, por ejemplo, Los animales que imaginamos, de 1997, sentí algunos textos como escritos por otra persona. La tentación fue corregir, editar, eliminar. Luego más bien vino el recuerdo de lo sucedía mientras había escrito esos poemas. Lo que me pasaba, los amigos que están ahí adentro, la música, los lugares de donde vienen esos poemas. Los autores que leía. Todo eso.

–En muchos poemas aparecen referencias locales. ¿Cómo es tu vínculo con Argentina?

–Para un texto que me pidieron una vez sobre mi temporada en Buenos Aires, inicié así: “Puesto a escribir, mi primera imagen de Buenos Aires es Rosario”. Técnicamente no es tan verdad, pero en términos emocionales, sí. A Buenos Aires vine primero a medidos de los 90. Seguía a una ex novia. Luego, en el 2001 me invitaron al Festival de Poesía de Rosario. De allí esa frase. Mi relación viene de lejos entonces. Y también por la literatura que leí desde joven, lo que nos llegaba de Sudamericana, de Seix Barral, de Cátedra. Después fui conociendo otra literatura que no llegaba a Centroamérica porque la editaban otros sellos tal vez de menor alcance. Y conocí en Costa Rica a Ana Wajszczuk. Con ella, a los autores vinculados a la poesía de los 90. Tengo cruces de cartas escritas a mano con Cucurto y Fabián Casas. ¡A mano! Y vino también la revista que armamos con Ana, Los amigos de lo ajeno, que circuló entre 1998 y 2004. Pusimos a circular poesía joven (de aquel momento) argentina, chilena, uruguaya, mexicana, peruana, dominicana, colombiana, cubana, centroamericana, incluso española. Volví luego en el 2003 con un boleto de un mes y me quedé tres años. Viví en Villa Crespo. Me encantó ese barrio. Tanto, que me hice hincha de Atlanta.

–En tu poesía aparecen las fotos (en especial, las polaroids), las rutas y la música. Y el amor en sus diversas formas (desamor incluido). Todo sobre una melodía personal y transparente. Hay un ensayo muy conocido de Denise Levertov sobre este tema a partir del modo en que cada poeta dispone sus versos.

–Siempre escribo de lo mismo. Cito a un poeta apócrifo, Nicolae Orescu, invención del escritor costarricense Mauricio Molina: “Tengo pocas ideas, todas fijas”. Llegué a la literatura, bueno, a la lectura, por la música. De niño, me quedaba enganchado con las letras de las canciones, las que contaban historias sobre todo. La radio, FM, boleros, balada romántica, esa música que te toca escuchar antes de elegir tu propia música. Fue a la vez educación sentimental y literaria, podría decir ahora.

–¿Qué opinás del Nobel a Dylan?

–Hay dos cosas buenas del premio: 1) Que todos opinan menos él. 2) Ver a muchos hiperventilando por el-fin-de-la-literatura.

–¿Y qué poetas y narradores te conmueven?

–Así, de entrada y revueltos, pienso en éstos: Claire Keegan, Lorrie Moore, Anne Carson, Ben Lerner, Denis Johnson, Louise Glück.

–¿Creés, como Charles Simic, que “se acerca el tiempo de los poetas menores”? Lo pregunto porque es una idea que aparece en varios de tus poemas, casi como una declaración de principios.

–No sé si será posible volver al tiempo de las grandes épicas, de lo monumental, de los absolutos. Creo que a eso se refiere Simic en ese poema. Se me quedó grabado desde que lo leí seguramente porque me hizo más accesible la posibilidad de escribir. De saber que se puede hablar de lo que está alrededor, al alcance de la mano. No tener ninguna otra pretensión. Lo que sí te puedo decir y ya esto en términos generales, es que uno escribe no necesariamente como quiere sino como puede. Y que esa escritura, creo, es el resultado de todo lo que uno ha leído y visto y escuchado, tanto lo que le gusta como lo que no. Incluso más importante como resultado de lo que no nos gusta.

–En uno de tus poemas de Historias polaroid, de 2000, escribís algo referido a tu padre: “Alguna vez hiciste un collage / con fotos de cuando éramos niños / y aún no sabíamos nada el uno del otro. / Como ahora”. ¿Qué ha cambiado ahora que vos mismo sos padre?

–Con el tiempo uno sabe que no hay manera de no fallar. Cada quien fallará a su modo.

 

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