"Me interesa poco hablar de mí"
Ph | Natalia Fanucci
Vera Giaconi
Miércoles 12 de julio de 2017
"Un cuento no es un documental. Una puede quitar, añadir, entrar en una sintonía que nada tiene que ver con lo real", dice la autora de Carne viva y Seres queridos en esta entrevista con Ivana Romero. "Me parece importante que un cuento tenga algo más que el registro biográfico".
Por Ivana Romero.
Las ferias americanas son como las hermanas idiotas de las subastas. En una subasta, algo que en el pasado era barato, puede revalorizarse. En las ferias americanas pasa lo contrario. Todo se vuelve baratija, incluso esas prendas que por su marca o su confección alguna vez fueron valiosas. Esto es lo que piensa Adrián, uno de los personajes del cuento “Tasador”, mientras observa a su madre de 69 años dormida frente al televisor con una camisa poco sentadora. De esa línea inestable entre lo que vale y lo que no; de cómo el valor –de los afectos, del dinero– puede subvertirse según el tiempo y las circunstancias, se ocupan los cuentos de Seres queridos. Todos ellos están recorridos por los vínculos familiares. Pero a la vez, cada uno crea un universo propio para explorar qué pervive y qué se torna desechable allí dentro.
Vera Giaconi es la autora de este volumen que acaba de publicar Anagrama. Una primera versión de Seres queridos fue finalista del Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero 2015. “Pero en este libro hay tres cuentos más. Sucede que los tiempos de publicación se alargaron y mientras tanto, no podía salir de ciertas historias que quería seguir contando. Por eso las agregué”, dice la escritora en el living de su departamento de Boedo. Mientras tanto su gato, Mago, decide si es mejor quedarse en sus brazos, explorar la libreta de anotaciones de la cronista o volver al lado de la estufa en una tarde fría. Gana la estufa, claro.
¿Cómo fueron apareciendo estos cuentos?
Me propuse trabajar con la idea de seguir en orden cronológico a los personajes. O sea, que en un cuento el foco estuviera puesto en alguien muy joven; en otro, en una persona más adulta; en otro, en alguien decididamente mayor. Así me di cuenta de que eso que estaba explorando era ni más ni menos que la familia. O las familias. Uno es hijo de alguien pero no es del mismo modo a los diez años que a los cuarenta. Y tampoco esos padres son de la misma manera a lo largo del tiempo. O sea que los cuentos se fueron armando por esos dos lados: el de la familia y el de los cambios al interior de esas relaciones.
En el primero, “Survivor”, dos hermanas viven en diferentes países. En “Reunión”, el último, una pareja viaja por el mundo pero esa vida soñada es la contracara de una situación íntima muy sórdida. La distancia parece ser una invitada más en algunas de estas familias.
Es que para mí la familia es algo que se arma también con distancia. Nací en Uruguay pero mis padres debieron huir de la dictadura cuando yo tenía unos pocos meses y ellos, algo más de veinte años. Llegamos a Argentina a comienzos de 1975, antes de que acá también estallara el horror. O sea, yo tenía cerca una familia que se armó con los tíos postizos que eran amigos de mis viejos. Pero a la vez tenía lejos los vínculos de sangre: mis abuelos, mis tíos, mis primos. Mientras mis padres no pudieron volver allá, prácticamente no nos vimos. Ahora mi hermano, su mujer y mi sobrina viven en México. Muchos de mis amigos también viven afuera. La distancia no me es nada ajena.
Justamente hay dos cuentos que tienen la dictadura como fondo. Me refiero a “Dumas” y “A oscuras”. ¿Fue una decisión deliberada?
Sí, las alusiones a la dictadura fueron necesarias. Pero además, en el caso de “Dumas”, es un homenaje deliberado ya no a una circunstancia histórica y política sino a una persona: mi abuelo paterno, una figura muy especial para mí. Algunas cosas que digo en el cuento son más o menos ciertas. Él era el alma de ese club de barrio, era un galán, que se maravilló conmigo como primera y única nieta mientras tenía una relación conflictiva con su hijo, que militaba, que corría cada vez más peligro. Pero esa noche en especial que aparece en el relato, donde él habla con su nuera y la tienta para que la nieta se quede con él mientras los padres huyen, fue mi posibilidad de agarrar la historia familiar y decir “la cuento como quiero”. Un cuento no es un documental. Una puede quitar, añadir, entrar en una sintonía que nada tiene que ver con lo real. La ficción se vincula a eso.
El componente biográfico parece repetirse en ese relato de los dos niños jugando en la oscuridad con una mujer muy rara que los cuida cuando no están los padres.
Me interesa poco hablar de mí. Me parece importante que un cuento tenga algo más que el registro biográfico. Pero en este libro apareció. “A oscuras” tiene que ver con la infancia de mi hermano y la mía. Y esa señora que nos cuidaba existió. Jugábamos a apagar todas las luces del departamento, nos contaba cuentos raros. Nunca les dijimos nada a mis viejos pero cuando fuimos más grandes, a mi mamá le dio impresión que esa mujer, que seguía viviendo en el barrio, nos hubiera cuidado. Porque empezó a tener fama de loca y un día se suicidó. Yo siempre quise escribir sobre ella pero no encontraba qué. Ese cuento me dio la posibilidad de ver qué pasa con todo un universo adulto que queda al otro lado de la puerta mientras esos chicos se meten en algo que no comprenden, que les da horror y fascinación a la vez. O sea que en los dos cuentos, lo autobiográfico es una línea a partir de la cual armé historias que además tienen que ver con otra exploración.
El libro lleva un epígrafe de Clarice Lispector, referido al amor como ferocidad. Me recordó a algunas de las mujeres que aparecían en tu libro anterior, Carne viva (editado por Eterna Cadencia en 2011).
Sí, podría aplicarse a ellas. Sucede que aquí el universo del amor y la ferocidad está expandido porque en el libro aparecen hombres de diferentes edades y también niños, que proponen formas específicas de vinculación, distintas de las de los adultos.
¿Tenés algún método de trabajo?
No. Pero intento mantener esta escritura separada de las tareas de edición y corrección de textos, que son mis otros oficios, tanto como el de coordinar talleres. Escribo las primeras versiones de mis cuentos a mano y en cuadernos, bien lejos de la computadora y el Word. Incluso, me voy de casa, escribo en otros lugares. La escritura a mano me saca de esa zona donde una quiere tener el control. Y es que las frases se van empujando entre sí por la necesidad de la historia. Más allá de eso, no hay dos cuentos escritos de la misma manera en este libro. Algunos me llevaron una tarde y otros, varios meses. Y ni quieras saber la cantidad de escenas truncas, tiradas a la basura, la cantidad de frases que quedan en el camino hasta que una siente que tiene una historia.
¿Ahí pasás a la computadora?
Sí, cuando siento que en el cuaderno hay un cuento. De todos modos, edito poco en la pantalla. Imprimo, imprimo, imprimo y corrijo en el papel.
¿Cuál es el vínculo de varios de estos personajes con el dinero?
Es casi una línea narrativa paralela. En “Tasador” es evidente. También en la relación entre las tres hermanas de “Los restos”, cuando una de ellas muere; o en la pareja de “Reunión”. El dinero alimenta los vínculos pero además, los dificulta, los complejiza, los resiente, se mete en las relaciones para establecer todo tipo de intercambios. Me refiero tanto al hecho de tenerlo como de no tenerlo.
¿Te interesa el silencio como materia narrativa?
Sí, por eso me importa mucho saber cuándo retirarme. Hay una idea de Piglia, que me quedó muy grabada tras un seminario que tomé con él, de que la información es enemiga de la narración porque da la verdad ya juzgada. Entonces intento no informar sobre las situaciones ni sobre los personajes ni sobre el conflicto sobre los que estoy trabajando. Más bien, trato de mostrar, desplegar. Y de irme a tiempo. Ésa es una idea de Flannery O’Connor, la de que un cuento se termina cuando agregás una sola oración en la que cambiás de tema. Entre esas dos nociones, la de Piglia y la de O’Connor, se me fue armando una especie de guía para saber qué cosas no decir. Y sobre qué asuntos estirarme, sentirme contenta.
O sea que no sufrís cuando escribís.
No. Mis cuentos tienen momentos truculentos y oscuros pero mientras escribo, yo la paso muy bien.
¿Cuáles son tus escritores y escritoras favoritos?
Una siempre tiene que pensar un poco esa pregunta. A ver: Felisberto Hernández, Armonía Somers, Marcelo Cohen… También M. John Harrison al que conocí por El curso del corazón, editado inicialmente por Minotauro. Bueno, todos los libros de Minotauro son maravillosos. Y Kelly Link. Y Aimee Bender.