Entrevistas Autores argentinos

"El oficio de escritor es un trabajo de veinticuatro horas"

Claudia Piñeiro

Una entrevista de Luciano Lamberti con la autora de Las maldiciones (Alfaguara), donde se examina el mundo de la política contemporánea argentina. "No es que yo diga: 'Voy a escribir una novela policial'. Me siento a escribir una novela y de pronto aparecen esos elementos: una muerte, un enigma, la búsqueda de una verdad".

Por Luciano Lamberti.

Claudia Piñeiro nació en 1960. Es una de las escritoras más leídas y traducidas del país, y varias de sus novelas fueron llevadas al cine. En el 2005 obtuvo el premio Clarín de novela por Las viudas de los jueves, un thriller ambientado en un country. Ese mismo año publicó Tuya, un policial narrado por un ama de casa de clase media.

Ha publicado más de siete novelas, algunas infantiles, y trabaja como guionista de cine. En el siguiente diálogo, que tuvo lugar en el bar de Eterna Cadencia, hablamos, entre otras cuestiones, sobre Las maldiciones (Alfaguara), su última novela, donde examina el mundo de la política contemporánea argentina.

 

Vos tenés un mito de origen, la famosa anécdota de que estabas en un avión, leíste sobre un concurso de Tusquets y pediste una licencia para escribir una novela. ¿Habías escrito algo antes de ese momento?

Escribir, escribo desde siempre. Desde que sé escribir, escribo. La primera persona con la que hice taller fue con Enrique Medina. Pero ese texto, el de la novela, yo no se lo llevé hasta bastante después. No lo trabajé en su taller. Fue finalista del concurso de Sonrisa Vertical. Eran diez finalistas entre trescientos manuscritos, así que tan mal no debe estar. Pero nunca más la volví a leer, porque la tengo en papel y en digital en un sistema que usaba antes el Página 12 que se llamaba Wpword, que ya no es compatible con nada. Tendría que retipearla, qué sé yo. Algún día.

¿Esa novela tiene la onda que venís trabajando a partir de Las viudas de los jueves?

No, no tiene nada de policial. Es una novela de personajes. Iniciática, te diría, pero que para el concurso tenía que tener elementos eróticos.

¿Tuya es anterior a Las viudas…?

Sí, es bastante anterior en la escritura y se publicó en marzo del 2005, yo gané el premio Clarín con Las viudas… en octubre de ese año. Pero a Tuya la había escrito dos o tres años antes, y me costó publicarla.

¿En qué momento surge tu interés por el policial?

No sé si tengo un interés por el género. No es que yo diga: “Voy a escribir una novela policial”. Me siento a escribir una novela y de pronto aparecen esos elementos: una muerte, un enigma, la búsqueda de una verdad. Tuya es una novela de desintegración familiar y de humor, esta pareja que muestra hacia afuera una cosa y hacia adentro es otra. Bueno, lo que pasa es que uno de los dos mata a alguien. Accidentalmente, lo que quieras, pero eso lo lleva hacia el policial. Y el personaje, cuando aparece esto, para salvar al marido de que lo incriminen, empieza a hacer una investigación como si ella fuera el detective, empieza a leer libros del género, etcétera. Pero yo no la concebí como una novela policial. En Las viudas de los jueves pasa más o menos lo mismo, aparecen esos tres muertos ahí y yo los dejé ahí flotando y me fui a contar un montón de otras cosas que no tienen que ver con el policial. Pero bueno, en algún momento te tenés que hacer cargo, retomar la línea y ver qué pasó. Por eso digo que no es que yo tenga una atracción hacia el género sino que el género se me impone en la escritura y yo más bien me tengo que cuidar de que no se me meta. Por ejemplo, en Una suerte pequeña todo el tiempo traté de tener la novela fuera del policial porque yo sé que es como lo que naturalmente me sale. Trato de pensar por qué. Por un lado, bueno, me interesa la muerte, que está en todas mis novelas. Y cuando hay muerte muchas veces, no siempre, hay una investigación de por medio. Pero además el policial tiene algo que dice Mempo Giardinelli que es la estructura ética de la verdad. Cuando metés al policial la novela va hacia ahí, porque tenés que decir qué pasó, por lo menos, aunque no haya justicia que haya verdad. Entonces es una estructura cómoda en algún punto. Podés ir para un lado, para el otro, podés derramar hacia los costados, pero más o menos tenés que ir hacia ahí. Entonces yo creo que para mí es una zona de confort y de comodidad, tener esa estructura, por eso trato, en otras novelas, de salir de ahí, para probar qué me pasa sino tengo esa contención. Como en Elena sabe, que es un policial solo para ella. O Las maldiciones, que trabaja sobre el mundo de la política, y aunque haya un muerto a nadie le importa mucho. Con tal que se tape todo ya está. Igual creo que el policial se corrió un poco del estricto caso de la muerte, el detective, quién lo mató, por qué. Porque vos fíjate que los últimos ganadores del Premio Dashiell Hammett de La Semana Gijón, que son Carlos Zanón y Marcelo Luján, escribieron novelas que no son estrictamente de género, tienen violencia, tienen muerte, pero no son policiales en el sentido en el que estamos hablando. Yo creo que el género amplió sus fronteras hacia otras cosas que caen ahí adentro que no son Chandler, o Hammett. Está difícil, incluso el policial de enigma. ¿Quién es hoy un policía prolijo, ético? Porque incluso en el policial negro, que son todos desprolijos los detectives, todavía tienen una ética.

¿Muchos de tus libros pretenden ser una radiografía de la Argentina de su época?

Sin dudas tengo como dos tipos de novela. Las que son como describís vos, y después Elena sabe o Una suerte pequeña, que son más íntimas. Betibú, Las viudas, o Las maldiciones, retratan un conjunto social más que un puñado de personajes. No sé si vos sabés que en ese mito de iniciación también está que yo quería estudiar sociología. Bueno, fui a hacer un test en el Borda, que se hacían test vocacionales gratuitos, entonces yo iba ahí entre los pacientes que te pedían cigarrillos y la sicóloga me dijo: "¿Vos querés estudiar sociología? Andá a la facultad y preguntá". Eso es año 78, la facultad funcionaba en lo que era Derecho, entonces fui a Derecho y empecé a preguntarle a la gente, y todos me decían: "No, ni se te ocurra, vas a terminar muerta". Sociología quedó frustrada por la dictadura. Yo creo que ahí había una vocación por mirar la sociedad que me sigue llamando la atención. Mirar también los procesos no solo individuales, sino sociales. Incluso en la novela policial. Vos para contar un crimen tenés que contar la sociedad donde se comete. Y no todas las sociedades dan el mismo tipo de crimen. Lo del tipo con un rifle que entra a un colegio y mata a no sé cuántos pibes, es muy de Estados Unidos, de Suecia, de Noruega. Y a ellos los crímenes que se dieron acá, los desaparecidos y la apropiación de bebés a ellos les parecen inverosímiles. Por eso cuando te metés con esa clase de crimen tenés que contar la sociedad donde transcurren.

¿Vos sos una escritora profesional, vivís de la escritura?

Sí, con dificultad como todo. A la escritura le tenés que sumar conferencias, que algunas son pagas. Vos te vas al exterior y ahí te las pagan, son 300 euros pero es algo. Es como que hay un respeto mayor por la figura del escritor. Bueno, Bolaño vivía de hacer esas cosas, y hay varios escritores que trabajaban así. Entonces uno le va sumando cosas, el año pasado hice un programa para Encuentro, cosas para llegar a la próxima novela. Pero sí es cierto que tengo posibilidades de vivir de la escritura.

¿Y eso influye en tu rutina de escritora?

No. Lo que influía en eso era la edad de mis hijos. Cuando eran chicos yo escribía en las horas en las que estaban en el colegio. Era mi tiempo. Después ya me desordené, ahora que los tres están en la universidad viven conmigo pero ya puedo escribir a cualquier hora que no me dan bolilla. Soy absolutamente diurna, me quedo dormida con mucha facilidad. Me puedo despertar a las cinco de la mañana para escribir, pero a las diez me tengo que ir a dormir porque no me da más la cabeza. Pero no tengo una rutina profesional en ese sentido. Tengo amigos escritores que me dicen: "Yo a la mañana escribo, no puedo hacer otra cosa, después corro, después no sé qué". Yo no. Tampoco tengo compromisos. No tengo un contrato firmado con anticipación con ninguna editorial. Cuando termino la novela, la llevo a mis editores en Random, pero no es que tengo comprometido nada. Me siento mejor así y no lo necesito. Si no me gusta una novela no tengo obligación de presentársela a nadie.

En tus novelas hay una dosificación del suspenso, ¿hacés esquemas antes? ¿Planificás?

El suspenso me interesa muchísimo. En cada novela trato de superar algo que no hice tan bien en la anterior. Es una chifladura mía. Por ejemplo, en Una suerte pequeña yo quería sostener el suspenso aunque no hubiera una trama policial. Entonces hay un suspenso más sicológico. Yo planifico un poco en mi cabeza. Hace un tiempo fui a la casa de Saramago en Lisboa. Y en las paredes hay gigantografías de sus papeles donde vos tenés, por ejemplo, de Ensayo sobre la ceguera, punto por punto lo que va a pasar. Y tenés los grandes hitos de la novela en esos papeles. Eduardo Sacheri me dijo que él también trabaja así. Yo no puedo. Sé hacia donde voy pero no tengo diagramas. El suspenso es una dosificación entre lo que le doy y no al lector. Y eso se va produciendo a medida que escribo. Lo que sí hago, para solucionar cosas de bordado de la trama, sobre todo con el policial, la trama se resuelve a partir de un detalle. Me pasó con una foto en Betibú: el primer día, en el asesinato, hago un paneo por el lugar y no nombro la foto, no hago un primer plano, pero tengo que dejarla pasar.

¿Intervenís en las adaptaciones al cine de tus novelas?

Yo no intervengo para nada en las películas. Sí leo los guiones, me reúno con los directores, veo los primeros borradores, me cuentan más o menos lo que van a hacer, si tengo algo que me parece importante lo digo. Yo no impugno ni nada, me parece que es otro hecho artístico. Incluso en el contrato no tenés derecho a intervenir, vos estás cediendo los derechos. El cine es una industria, con mucho dinero, mucha gente que trabaja ahí y que depende de ese trabajo, imagínate que los escritores con el piante que tenemos, “no me gusta, ese vestido es rojo, quiero que sea azul”. Pero tengo amigos que se enojan mucho, y por eso se meten en el guión.

¿Como guionista trabajás para televisión, para cine?

Trabajé para televisión muchos años. Cuando dejé el trabajo de contadora me mantenía escribiendo guiones para televisión. Trabajé para Telefe, escribí Resistiré, Yago. Es muy divertido pero te quema la cabeza. Me acuerdo que estaba escribiendo una serie que se llamaba Cuatro amigas, tipo Sex and the city pero en Buenos Aires, que decían cosas re interesantes y cuando llegaba a mi casa a la noche no quería hablar con nadie, ni decir nada ingenioso. Terminás agotado. Y ahora me llamaron de una productora para hacer un guión, y me proponen una biopic de Alfonsín, que es un proyecto que tiene uno de sus nietos. Y me quedé como helada, porque justo en la novela yo trabajo con la figura de Alfonsín. Así que estoy trabajando con Ricardito, que es el hijo de Ricardo y el mentor del proyecto, que conoció a Alfonsín y puede dar detalles muy interesantes.

Me pareció que en Las maldiciones había ciertos cambios de perspectiva propios de las series.

Tiene una estructura en ese sentido un poco parecida a Las viudas de los jueves, que recuerda un poco a las miniseries de trece capítulos. Una historia que avanzaba pero a la vez capítulos que cerraban en sí mismos. Yo te cuento este cuento y esto ayuda a avanzar la historia pero podría leerse como cuento separado. En Las maldiciones el objetivo que yo tenía era darle lugar a los personajes secundarios. En Las viudas no los había desarrollado lo suficiente, porque estaba entusiasmada con la historia principal. Hay personas como Adolfo, Sebastián Petit o la madre de Rovira que tienen su capítulo, su momento. Quería que los personajes se mostraran. Esa suma de voces le da algo coral a la novela, y además hay pequeños desajustes entre la voz y la voz de otro por lo que nadie sabe la verdad, o tienen toda la información. Pero en conjunto el lector es el único que sabe todo.

¿Hay una idea de la política como ficción pública en la novela?

Un poco lo que trata la novela es mostrar el revés de los políticos. Cada línea política tiene un contrato en ese sentido. Todos tienen secretos, nadie es inmaculado. Hay un juego que se hace con el tema de los peronistas y los radicales, tiene que ver con la vida privada, fíjate que en un punto los radicales son más conservadores, tratan de mantener un poco más las apariencias. Los peronistas pueden hacer cualquier cosa, porque no es ahí lo que tienen que defender. Es un poco un chiste pero representa muchas cosas. Y está el mundo de la política de hoy donde todo es un producto de marketing. En una campaña nos cansamos de ver fotos de políticos haciendo un asado con las mangas de la camisa abrochadas, el atizador hacia atrás, mirando a la cámara y sin una gota de sudor. Vos decís: No está haciendo un asado. ¿Para qué me mostrás esa foto? No necesito que haga bien un asado, necesito que gobierne bien el país. Pero evidentemente hay a la que sirve ver al político como “hombre común”.

¿La maldición de Alsina es un poco el germen de la novela?

En la novela aparecen entrevistas reales, a Ricardo Alfonsín y a Duhalde, pero entrevisté también a Lach. Pero en mis novelas el germen es siempre una imagen. En este caso puedo contar poco, porque estaría adelantando mucho de la trama, que es cuando Fernando Rovira, que es el líder de Pragma, se junta con Román Sabaté y por fin, después de varios años de trabajar juntos, le dice porque lo tomó. Desde el primer día había una decisión de tomarlo, pero se lo dice un tiempo después. Esa fue la imagen disparadora. También había otros elementos. A mi pareja, Ricardo Gil Lavedra, que es radical, lo vi una vez viendo un discurso de Alfonsín, que es el de cierre de campaña del 83, que termina con el preámbulo de la constitución, un discurso muy emotivo, y se le llenaron los ojos de lágrimas. Ahí dije: bueno, evidentemente hay algo de esta política anterior, donde había un discurso con contenido, con líderes de determinada talla, etcétera, que hay gente que la añora. Yo mismo la añoro.

Adolfo representa eso en la novela.

Exacto. Y lo que le quería buscar a Rovira era un proyecto que aparentemente representa el bien común pero en el fondo tiene algo mucho menor que es su creencia en la magia. Él cree en la maldición y se la quiere sacar de encima. Entonces trabajé mucho con el libro de Levi Strauss de la antropología estructural, la idea de que si vos tenés un mago que le hace creer a la gente que la magia existe y la tribu lo cree, la magia va a surtir efecto. El asesor de marketing trabaja sobre esa idea. La maldición de los gobernadores de Buenos Aires que no pueden llegar a la presidencia. Y con los cordobeses pasa algo parecido.

En el final de la novela hay una imagen esperanzadora. ¿Tenés esperanza?

Sí. La esperanza no es para ahora ni para dentro de dos años. Es un niño de cuatro años. A lo mejor, si todos empezamos a hacer determinadas cosas, en varios años tenemos una situación mejor. No la veo ya. Ni ahora ni en las próxima elecciones. En ese sentido Sebastián Petit, si bien trabaja para ese partido, es un tipo que cree que las cosas se pueden hacer mejor. Es honesto. También debe haber gente honesta con ideas distintas a las de uno. Casi que se necesita una refundación, por eso me pareció importante que terminara ahí, en La Plata. Si la política no se refunda va a estar difícil.

¿Qué estás haciendo ahora?

Ahora tengo la cabeza ocupada con el guión. Igual yo creo que el oficio de escritor es un trabajo de veinticuatro horas por trescientos sesenta y cinco días. Yo hoy tengo un cumpleaños y a lo mejor me quedo mirando por la ventana, me viene algo y estoy desesperada por llegar a mi casa y anotar dos o tres cositas. Hay frases que dan vueltas que digo: “Esto me lo tengo que anotar porque va a aparecer así tal cual”. Por eso digo que no estoy escribiendo pero no estoy cerrada. En cualquier momento se me instala una nueva semilla que puede germinar o no.

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