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Entrevistas

“Pude construir un mundo y depositar en él recuerdos, traumas, miedos, deseos y fantasías”

La escritora mexicana, que participa de la residencia del Malba en Buenos Aires, acaba de publicar su primera novela: Troika (Rosa Iceberg).



Por Valeria Tentoni


 

Nacida en la Ciudad de México en 1984, Isabel Zapata es autora de libros de ensayo, poesía y, ahora, una novela. Troika se editó en simultáneo en su país de origen y en otros como el nuestro, con el sello Rosa Iceberg, donde ya había publicado Una ballena es un país. Además, entre sus libros disponibles aquí se cuentan In Vitro y Maneras de desaparecer, junto al sello Excursiones. 

Zapata también es miembro de Antílope Ediciones, un sello que cofundó con amigas escritoras en el DF donde publican autoras latinoamericanas recientes, y en poco tiempo visitará Buenos Aires para participar de la beca REM, residencia del Museo MALBA para escritoras y escritores, donde trabajará su proyecto de escritura en curso. 


Troika es tu primera novela, ¿podrías contarnos cómo fue el proceso de escritura, de visita a este género?  

Fue un proceso singular, distinto a lo que había vivido al abordar ensayo o poesía. Por ser mi primera novela, hubo un montón de cosas que tuve que aprender de cero e intentar una y otra vez hasta quedar satisfecha: desde qué voz narrar y en qué tiempo hacerlo, cómo estructurar la historia… vaya, hasta el proceso de elegir el título tuvo sus dificultades. Escribirla me tomó aproximadamente cinco años, pero no de corrido, porque en el inter de pronto me abrumaba y tomé pausas para dedicarme a otros proyectos. Hubo, claro, momentos en los que todo fluía muy bien y otros en los que me sentí perdida al punto de pensar que el libro terminaría en el cajón para siempre. Hasta que en 2022 tuve la suerte de obtener una beca para un laboratorio de terminación de obra, y bajo la guía de Juan Pablo Villalobos pude cerrar Troika. Fue curioso: hacia esos últimos meses me sentí completamente tomada por mis propios personajes, como si yo fuera la casa por la que se paseaban. Soñaba y peleaba con ellos, me exigían cosas, cedía, reconciliaba. Fue una locura hermosa. 

¿Cuáles fueron las dificultades más grandes y cuáles los placeres?  

Creo que en la escritura –o al menos esa es mi experiencia– las dificultades van de la mano con el gozo y se transitan de manera más o menos paralela. En este sentido, te diría que el reto más significativo fue la construcción de los personajes. Quería que fueran complejos pero verosímiles, que sus diálogos fluyeran sin dejar de ser interesantes, que sus motivaciones pasaran, con suavidad, de intrigantes a comprensibles. Para eso tuve que enfrentar mis propios puntos ciegos, porque hay un poco de mí en cada uno: me reflejo en ellos. Poco a poco fueron tomando forma y se volvieron, por así decirlo, independientes. 

Otro de los placeres dificultosos (¿o dificultades placenteras?) de escribir ficción –aunque quizá no exclusivamente– es el margen que juego que se abre entre imaginación y memoria. Lo digo sin exagerar: en Troika pude construir un mundo y depositar en él recuerdos, traumas, miedos, deseos y fantasías. Esa apertura radical, ese infinito de posibilidades, hizo que el proceso me llevara muy profundo.   

Al igual que en tus libros anteriores de no ficción y poesía, lo vincular familiar es escenario y trama. ¿Por qué seguís explorándolo?   

Los mundos íntimos contienen la semilla de lo universal, creo yo. Me gusta la fuerza de lo minúsculo, y encuentro en los recovecos más oscuros de las relaciones familiares inagotable material para la escritura.   

“La muerte sorprende incluso a quienes llevan años esperándola”: ¿podría decirse que este es un libro sobre el duelo, sobre lo que se deja atrás? ¿Cómo pensaste este aspecto? 

El duelo atraviesa a los personajes de Troika de diversas maneras y con intensidades distintas, es una misma fuerza los conduce por caminos distintos. A lo largo de mi carrera, me ha interesado explorar la manera en que la pérdida nos transforma, y acá mi intención era construir una especie de juego de espejos: los personajes que están y los que no están, la noche y el día, la vida y la muerte, la presencia y el abandono, la memoria y la ficción. ¿Realmente dejamos atrás lo que supuestamente dejamos atrás? ¿O se acomoda en nosotros y nos constituye?   

En la contratapa, María Sonia Cristoff observa que Troika barre “con todo dejo de mascotismo”. ¿Cómo pensaste la cuestión animal?   

La relación que los seres humanos tenemos con otras especies me parece uno de los asuntos más urgentes, en términos literarios, pero también fuera de ellos. Esta novela en particular explora el vínculo íntimo entre una niña y su perra, la fuerza que una presencia animal, por más breve que sea, puede tener en la vida de una persona humana. Hay algo inigualable en este lazo, un toque salvaje que el tiempo nos va arrebatando y que sólo es posible experimentar en esa edad. Quería honrar este amor y revelar su potencia para colocarlo a la altura que merece. 

¿Vas a seguir trabajando obras de ficción? ¿Cuáles son tus próximos proyectos? 

Volví a la poesía, creo, y por ahora estoy trabajando en un libro sobre Montaigne. No sé si en el futuro vuelva a escribir ficción, pero por ahora no está en los planes. 

Obtuviste la REM residencia del Malba y visitarás Buenos Aires. Ya habías venido con Antílope para participar de la Feria de Editores y a presentar tus libros anteriores. ¿Por qué volver a Buenos Aires? ¿Qué te interesa de la literatura Argentina?  

Han sido un par de años de un vínculo fuerte con Argentina, donde se han publicado ya cuatro libros míos en dos editoriales que admiro un montón: Maneras de desaparecer e In vitro en Excursiones, Una ballena es un país y Troika en Rosa Iceberg. En ese contexto fue que solicité la residencia del Malba, que todavía no me creo haber ganado, es un sueño cumplido. 

Como escritora y editora, el ecosistema argentino del libro me intriga y me maravilla: tantas personas escritoras de enorme talento, las pequeñas editoriales que resisten, las redes vivas de librerías, ferias, talleres… Por otro lado, como mujer latinoamericana que observa su entorno, me parece que visitar Buenos Aires en este preciso momento histórico será una experiencia que me permitirá entender mejor ciertos sucesos que sin duda afectan también la realidad de mi país.    

Troika se publicó en simultáneo en distintas editoriales independientes de distintos países, ¿por qué privilegiás este tipo de sellos para editar tus obras?

Me motiva más lo que sucede en las editoriales independientes que en los conglomerados transnacionales. Al ser proyectos no dominados por motivaciones económicas, pueden construir su catálogo con una libertad que no existe en grandes empresas que hacen libros. Eso los vuelve espacios más propositivos en los que el pensamiento se pone en juego. Por otro lado, creo que los editores de este tipo de proyectos establecen con sus autores un diálogo más abierto y marcado por el espíritu de colaboración, lo cual va más acorde a mi entendimiento de la edición como una labor colectiva en la que cada persona involucrada cuenta, no sólo el autor o autora. Este ir y venir de ideas es para mí muy gozoso, y creo que, para florecer, a los libros les conviene estar publicado en editoriales locales que conocen bien el contexto de sus propios países. 




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