“Nunca hubo tantos lectores y tantos escritores en ningún momento de la humanidad”
Rodrigo Fresan
Martes 11 de abril de 2017
"Ahora paradójicamente lo que está acabando con la lectura es la lectura. La gente está leyendo todo el tiempo y escribiendo todo el tiempo", dice el autor de La parte soñada, el segundo tomo de su ambiciosa trilogía "hiperrealista", como él la llama. Una entrevista de Luciano Lamberti.
Por Luciano Lamberti.
Rodrigo Fresán nació en Buenos Aires, en 1963. En el 91 publicó Historia argentina, libro de cuentos que recorrían los grandes hitos del país y que significó un cimbronazo de modernización para la época. A ese le siguieron libros de cuentos como Vidas de santos, novelas como Esperanto y La velocidad de las cosas, entre otras. En el 99 se mudó a Barcelona. Aparte de escritor, es periodista, traductor y prologuista. Vino a la argentina a presentar la segunda parte de una trilogía ambiciosa: La parte soñada (Random House), que le sigue a La parte inventada, donde, a partir de un alter ego, se propone indagar en las fuentes de la creación, la relación entre lo real y lo escrito, las formas de representación. Charlamos poco antes de que se fuera, en una habitación del NH Crillón de Avenida Santa Fe.
¿Hay una intencionalidad musical en la estructura de la novela?
Uno de los modelos míos básicos, no solo en este libro, sino absolutamente en todo lo que hago, y que recuerdo el grado de conmoción y de extrañeza que me produjo es cuando escuché por primera vez y he seguido escuchando todas las veces es “A day in the life” de los Beatles. Me sirve como modelo narrativo, me gustan esos quiebres orquestales, me gusta que esté dividido en tres partes, me gusta que diga esa frase “Having read the book” como un destello ya apuntando al objeto libro. Es una de las cosas que más me marcó. Y después también la cosa serpenteante, en la frase y ciertas como inflexiones sísmicas que muchos me las señalan como proustianas son mucho más de Dylan, la forma en la que canta y la forma en la que cuenta. También es cierto que de todas maneras en este libro y el anterior no había una idea calculada de trilogía. No había una primera intención en un plan sinfónico orquestal, yo pensaba que todo empezaba y se quedaba en La parte inventada, que de hecho tiene también una división en tres. Lo de la trilogía fue casual. Cuando terminé el libro me seguía costando desprenderme. De hecho la versión norteamericana tiene como setenta páginas más. La edición de bolsillo que va a salir acá, también.
Me dio la impresión también de que era un libro que se puede leer al azar, como la Biblia.
Es un libro hiperrealista, como lo llamo yo. Desconfío mucho de las cumbres del realismo como Ana Karenina o Madame Bovary que me parecen lo menos realista del mundo, con una estructura tan ordenada y una orquestación de acontecimientos dramáticos. Creo que escritores experimentales como Bourroghs están más cerca de retratar la realidad que escritores realistas. Es lo que dice Nabokov, que la realidad no le interesa o está sobrevalorada. Me puede interesar como lector, eh, puedo disfrutar de estas novelas pero como escritor me interesa mucho menos. Creo que no podría hacerlo tampoco, eh.
La estructura también es la del insomnio.
Yo empecé con el tema del insomnio en el servicio militar, que es el gran lugar donde te arruinan el sueño. Yo era de Malvinas, en realidad y pedí una prórroga. En un supuesto acomodo en la biblioteca del Círculo Militar había puesto que tenía un excelente manejo del idioma inglés, entonces les pareció que podría ser útil allende los mares. Se acabó a tiempo, por suerte. Entre todas las cosas que uno puede reprocharle al servicio militar, las obvias, hay una gente que la gente se olvida que es que vos entrás a los 18 que es el momento de tu vida en que te acostás más tarde y salís más tarde, y en el servicio te vas a la cama a las siete y media de la tarde, para levantarte a las seis o a las cinco, entonces la noche se convierte en una cosa un poco rara.
¿Hay una especie de hipótesis en la novela acerca del fin de la escritura y la lectura tradicionales?
Es raro eso, ¿no? Antes había una especie de advertencia: no hay que ver mucha televisión porque está acabando con la lectura, y ahora paradójicamente lo que está acabando con la lectura es la lectura. La gente está leyendo todo el tiempo y escribiendo todo el tiempo. Nunca hubo tantos lectores y tantos escritores en ningún momento de la humanidad. Pero claro lo que leen… alguien que se pasa todo el día leyendo, cosas que pueden ser trascendentes, tonterías o lo que comió su mejor amigo que nunca conoció y que vive en Timbuctú, digamos, ¿no? Me parece que es un poco fuerte que ese alguien después quiera sentarse, relajarse y ponerse a leer el Ulises de Joyce. Que también es un ejemplo falso, porque el tipo que quiere leer el Ulises lo va a leer. Pero el tipo que antes leía Stephen King no sé si va a seguir leyéndolo. O el que leía, no sé, Rodrigo Fresán. Estás todo el día en una actitud corporal en modo lectura escritura, ¿no?
¿Y cómo escribiste esta novela? Me pareció que era una especie de historia del pensamiento.
Yo no empiezo ni termino nada. Mi primer libro, Historia argentina, está escrito todavía en máquina de escribir mecánica. Y cuando reviso las pruebas me sorprende cómo está escrito. Más allá de la calidad, las frases tienen un peso marmóreo broncíneo inalterable. Y yo por ejemplo puedo abrir ahora La parte soñada al azar, cosa que me cuido mucho de hacer, y se me ocurren quinientas cosas para meterle o cambiar o dar vuelta los párrafos. Cambió mucho la forma en cómo estructurás tu cabeza antes de llevarla a la pantalla. En la máquina, antes de hacerlo, había un momento de reflexión que se ha perdido por completo. Ahora tirás todo en la pantalla y después ves. Pero antes había casi una especie de responsabilidad, de saber manejar un automóvil antes de salir a la calle, y ahora es como que te subís a un auto y te mandás al abismo, tal vez no matás a nadie y tal vez rompés un récord de velocidad y manejás genial. Pero te quiero decir: hay una, no te digo irresponsabilidad, pero sí inconsciencia mucho más grande de la que había. También eso es bueno, porque cuando sentís que podés permitirte tal inconsciencia aparecen muchísimas cosas que desde la consciencia no llegan a aparecer.
¿No hay una cierta contradicción entre el conservadurismo digital y la renovación formal que plantea la novela?
Pasa que el narrador no soy yo. A mí no me secuestraron los padres durante la dictadura ni me pasaron un montón de cosas que a él sí. Entonces cuando ves su odio hacia los celulares y la internet, es que (no quiero spoilear, como dicen ahora, pero está en La parte soñada) hay como de repente una justificación dramática que es ¿por qué esto no se inventó antes, que me podría haber ayudado a evitar un acontecimiento terrible generado por mí, además? Entonces también está eso. De todas maneras, en el orden puro estrictamente real, si yo estoy cenando con un amigo y saca el celular y tuitea algo lo considero una falta de respeto. Es maleducado. Pero te vuelvo a decir: yo no soy, soy y no soy al mismo tiempo ese.
Bueno, me arruinaste la siguiente pregunta.
Hacemelá lo mismo, que te la contesta el personaje.
Ok. ¿Cuánto de autobiográfico hay en el libro?
Es autobiográfico en el sentido de que ¡Mira los arlequines! de Nabokov es autobiográfico, o En busca del tiempo perdido es autobiográfico o el Ulises de Joyce es autobiográfico. Todo libro es autobiográfico, desde el momento de que sale de adentro de tu cabeza y lleva tu adn. En una novela de ciencia ficción con seres tentaculares, ellos van a tener algo que ver con vos, con algo que te pasó. Pero sí había una idea de jugar también con eso. Y es una cosa muy inherente a la literatura argentina desde siempre, lo hace Cortázar, Borges, Piglia, lo hace Arlt. El yo protagónico argentino autobiográfico es una cosa muy… lo hace Aira, lo hace Patricio Pron, lo harás vos también. Es una herramienta. La literatura argentina está construida sobre la idea del escritor y sobre la idea de los libros que leyó ese escritor. Casi todas las obras están un poco apoyadas en eso.
Y Borges como centro.
Es lo que yo siempre digo. Borges nos dejó las tablas de la ley que es “El escritor argentino y la tradición” dice que es una fatalidad ser argentino pero la ventaja es que nuestro tema es el universo, no estamos delimitados por nada. Y al mismo ser más argentinos que nunca. Esa idea de extranjería, de inmigración, de dislocación espacio temporal está en la Argentina desde siempre. Incluso está presente en la forma novelesca. Todas las grandes novelas argentinas no son novelas al uso. Desde Rayuela, Sobre héroes y tumbas o Adán Buenos Aires. Y después está el requerimiento del cuento como género central. Y otro factor de extrañeza que me parece notable y que nos diferencia no solo de todas las literaturas en español sino de todas las literaturas del mundo es que la literatura argentina es la única en la cual todos sus escritores canónicos abordaron el género fantástico. Es muy raro. Hay mucha más preocupación por la extrañeza que por escribir algo como Conversación en la catedral. No hay grandes novelas argentinas como esa, esta cosa testimonial de qué nos está pasando. A nadie le interesa preguntarse cuándo se jodió Argentina. Nos preguntamos cuántas argentinas, cuántas dimensiones existen, más que preguntarnos cuándo se jodió.
¿Te sentís dentro de alguna tradición argentina?
A mí muchas veces me reprochan mi preocupación por la literatura extranjera o anglosajona. A Borges siempre le preocupó. Siempre hubo una mirada argentina sobre la literatura extranjera, Piglia, Cortázar. Me siento argentino en ese sentido, que es la posibilidad de no ser argentino.
Y cuando escribiste Historia argentina, ¿cuáles eran tus dioses tutelares en esta literatura?
Sí, bueno, Bioy, Borges, pero además había leído Respiración artificial. En el caso de Bioy y de Borges y de Cortázar no tenía ningún tipo de pasaje académico. Yo no tengo el colegio primario terminado, por una serie de problemas de exilio, vuelta, papeles que se perdieron, legajos, en tiempos donde no estaba informatizado, etcétera. Para la ley argentina yo sería analfabeto, que sabe leer y escribir pero no terminó el colegio primario. También te libera mucho. Tu tema es el universo. Pero lo que quiero decir es que a todos esos escritores, a los que descubrí entre los 14 y los 15 años siempre estuvo completamente libre de cualquier tipo de aparato ensayístico. Yo leí a Borges como él leyó a Stevenson y a Chesterton, como un escritor de cuentos fantásticos, junto a Lovecraft y junto a los libros de Minotauro. De hecho la primera vez que leí a Borges y a Bioy fue en Venezuela, los libros de Alianza. Que era muy raro, además, porque la primera vez que leí La invención de Morel, no sé si te acordás que termina con el tipo cantando una canción patria que nunca se identifica, y que es el himno nacional venezolano que yo cantaba todas las mañanas. Bioy lo había puesto como una cosa de extrañeza, exótica, para que no supieras de qué nacionalidad era el personaje, y para mí estaba perfectamente claro. También había cuestiones extraliterarias. Estaba Hugo Pratt y todas las historias del Corto Maltés. El Eternauta. A mí me gustaba mucho la historieta, de hecho dibujaba también. Y películas como 2001, y el Sargent Pepper. De todas maneras, cuando escribí Historia Argentina para mí era una especie de desafío. Los cuentos previos a ese libro transcurrían en el extranjero y eran protagonizados por lords ingleses o beatniks. Me acuerdo de que se los di a leer a Daniel Divinsky, y me dijo mirá, están muy bien escritos pero ¿qué hacemos con esto? Y me acuerdo que salí de esa reunión levanté mi puño y dije: Voy a escribir una historia argentina que va a ser asquerosamente argentina, va a tener a Malvinas, al cadáver de Eva Perón, a la dictadura, todo. Pero también filtrado por cierto ritmo, intención y aproximación más cercano a la literatura norteamericana, que desde siempre me interesó.
¿Esta novela trata de recuperar la idea borgeana y barroca de la literatura como sueño dirigido?
Probablemente. Quizás de una manera programática no, pero si te ponés a escribir sobre los sueños hay algo del material o del tema que te infecta o te intoxica el modo en que vas a contarlo. Si te sale bien. Yo cito ahí la frase tan conocida de Henry James: “Cuenta un sueño y pierde un lector”. Me parece que James se refiere a la trampa, a que sea un sueño perfectamente ordenado y coherente, un sueño realista en el sentido de lo que hablábamos antes. A mí me interesa el sueño como lo hace David Lynch, que es la persona que mejor ha conseguido plasmar lo onírico. Porque no te dice que es un sueño. El soñador en sus películas está completamente afuera o sos vos mismo, incluso. Te lo presenta como cosas que suceden en el mundo real, despierto. Mullholand Drive en ese sentido es una obra maestra. Yo me acuerdo que salí de verla y estaba aterrado. En todas sus películas hay un momento en que tenés miedo y es no razonado, que conecta directamente con los sueños clásicos de se me caen los dientes en público. Ahora se estrenó ahora un documental sobre él donde cuenta que toda su infancia y adolescencia fue perfecta, que él era el mejor atleta, que sus padres se amaban y lo querían muchísimo, y que un día salió a la puerta de su casa y vio a una vecina caminando completamente desnuda y pegando gritos, que es lo que después cita en Blue Velvet. Y el tipo dijo: Ah, pero entonces pasan otras cosas en la vida. Se acercó a lo pesadillesco con una mirada completamente arqueológica, antropológica.
¿Cómo te convertiste en escritor?
Bueno, ese es un problema. Tuve que inventar un momento, en el libro, que es el de cuando el chico casi se ahoga y sale y los padres lo mandan a leer. Yo desde que tengo memoria quise ser siempre escritor. No tengo un momento. El hogar de mis padres era como de la intelligentzia de los 60, mi padre era diseñador gráfico, hizo dos libros con Cortázar, con Borges, mi madre cuando se divorció de mi padre estuvo casada con Francisco Porrúa muchos años, Rodolfo Walsh era muy amigo de mi padre. Pero si tengo que poner un momento, lo ubicaría en mi nacimiento. Mi parto fue muy complicado y me declararon clínicamente muerto, y volví. No hay nada más vocacional literariamente que eso. Volvés para contarla. Que no me acuerde qué tenía que contar es sintomático. Hay un desfasaje desde el principio. Empezamos por el final y hacemos un flashback al principio. Esto me lo contaron cuando tenía veintipico de años, tenían miedo de que me traume, y ahí entendí muchas cosas de golpe. Con razón me gustan los libros que empiezan por el final.
¿Lograste ver a la Argentina como un español?
Yo creo que estoy afuera. Pero me parece que estaba afuera cuando ya vivía acá. Se me ponía afuera. Mi percepción es que mi lugar dentro de la literatura argentina es que no saben dónde ponerme. Les puedo parecer horrible o una aberración del sistema pero no saben muy bien cómo arreglarme, extirparme, cambiarme. Uno nunca tiene una percepción precisa. Por ejemplo: me leen mucho más en Francia que en España. Ahora salió La parte inventada ahí, y ese mismo día salen ocho reseñas en ocho periódicos. Para mí es como muy raro porque yo no hablo francés, entonces están leyendo el libro que escribió mi traductora. Yo le digo: tal vez vos sos la buena. Yo cuando me fui de acá ya estaba publicado en Anagrama. No es que me fui y me descubrieron en España. Yo sigo siendo corresponsal extranjero del Página 12 en España pero de una manera muy sui generis, porque paso todo por el filtro de un tipo que se llama Rodríguez. Es raro como funciona eso en este momento, porque paradójicamente mi parte periodística de no ficción está contada por un ser ficticio y mi parte ficticia está contada por un ser que no es no ficción pero está mucho más cerca de mí que el yo mío en la parte periodística. Yo cuando vengo a la Argentina voy a al extranjero.
¿Pensaste alguna vez reunir tu obra periodística en un libro?
Hubo como varias ofertas y hay algunos proyectos más o menos encarrilados. Pero es muy complicado. Por un lado no lo tengo. Yo hice nueve años de periodismo previo a internet y hay que hacer como unas búsquedas monstruosas. Ignacio Echevarría está armando un libro para Diego Portales, pero es difícil. Los archivos del Página nada más ya son un problema puntual en sí. Yo tengo siete años de periodismo en revistas de tarjeta de crédito con nueve seudónimos. Escribí mucho. También fue una gran escuela. Nada te puede formar más que escribir sobre cosas que no te interesan en absoluto haciéndote pasar por otra persona. Es muy útil. A nivel muscular está buenísimo.