“No me considero legitimador de nada”
Entrevista a Jorge Herralde
Lunes 09 de mayo de 2016
Por Patricio Zunini.
El primero de enero del año próximo, Jorge Herralde se alejará definitivamente de Anagrama, la editorial que creó hace más de 40 años y que hace cinco fue adquirida por la italiana Feltrinelli. Herralde es uno de los esos editores que sabe provocar tanto a escritores como a lectores: hay quienes lo admiran y también quienes lo detestan. De paso por Buenos Aires para participar en la Feria del Libro, habló con Eterna Cadencia.
—Bolaño pasó a Alfaguara; antes Paul Auster había pasado a Planeta: ¿qué se puede entender del mercado editorial a partir de estas adquisiciones?
—Matizaría diciendo que, con el enorme catálogo de Anagrama y teniendo en cuenta la cantidad de autores codiciables, las deserciones han sido mínimas. En el caso de Bolaño, en realidad, ha sido lo que podríamos llamar "avatares de las viudas". Jamás Bolaño habría soñado en ir con un gran grupo ni con un agente literario —que los odiaba. Y en el caso de Paul Auster, hay un conocido agente argentino de trayectoria bien conocida llamado Schavelzon, que maniobró para que pasaran los derechos de bolsillo. Son dos elementos singulares y significativos: Carolina López y Guillermo Schavelzon. Luego, estamos en una situación donde se ha formado un duopolio con una D inmensamente mayúscula, con Penguin Random y Planeta. Un editor inglés escribió un librito con un título que me encanta, que es Pelear por encima de tu peso: eso es lo que ha estado haciendo Anagrama desde que nació, primero luchando contra la censura de Franco y luego contra la censura del mercado. Estas pérdidas son inevitables. Hay ofertas tipo El padrino, que se entiende que los autores sean sensibles a este aspecto y den ese paso.
—Es curioso lo que dice porque son habituales las sospechas sobre los premios literarios y el mito era que el premio Anagrama lo ganaba siempre un autor de la agencia de Schavelzon.
—¿De Schavelzon? ¡Todo lo contrario! Me parece que hay sólo un autor de Schavelzon en toda la historia. Un libro que tenga por agente a Schavelzon parte con un grave hándicap. Yo creo que hablar en general de los premios, a favor o en contra, es un análisis desenfocado. Lo que hay que mirar es la biografía, el pedigrí de los premios, y en el caso del nuestro siempre se ha privilegiado la calidad.
—¿La venta de Anagrama a Feltrinelli tiene que ver con la crisis española de 2008?
—Fue por razones cronológicas, de edad. Tengo 81 años, cinco años atrás me parecía una edad sensata para dar un paso al lado. Han pasado ya estos años; los dos últimos han sido excepcionales. Entre otras cosas por el fenómeno Modiano, que tan inesperadamente ganó el premio Nobel. Digo inesperadamente porque siete años antes lo había ganado un francés de su generación, que es Le Clézio, con lo que las posibilidades parecían remotas. Nosotros lo empezamos a publicar hace unos diez años con Un pedigrí, publicamos todas sus últimas novelas y hemos recuperado a 15 o 20 desde las primeras.
—¿Hay más italianos desde que está Feltrinelli?
—Esa es otra falsa leyenda de la gente que no estudia el catálogo. Ya en los años 80 hubo muchísimos italianos: Manganelli, Bufalino, Salvatore Satta, Daniele del Giudice, Andrea del Carlo, y suma y sigue. Cada año hay bastantes italianos, pero, curiosamente, la gran mayoría no es de Feltrinelli. Hay algunos que sí, como Tabucchi y Baricco, pero los habíamos publicado simultáneamente.
—En Por el gusto de leer, Beatriz de Moura dice que en los orígenes de Tusquets sentía como competidor y modelo inspirador a Anagrama. Hoy Tusquets forma parte de Planeta. ¿Qué pasaría si Anagrama quedara absorbida por un gran grupo?
—Eso es lo que quise evitar precisamente con la opción Feltrinelli. He visto que la mayoría de editoriales absorbidas por los grandes grupos lógicamente pierden su identidad. Fui amigo de Giangiacomo Feltrinelli y especialmente de Inge, su mujer, que era la cabeza visible la editorial. Fue una larguísima amistad. Muchos años después, en 2009, le propuse a Carlo Feltrinelli esta idea, porque a él le gustaba mucho el catálogo. Así empezó. Lo hicimos en un plazo de cinco o seis años sin interferencia ninguna y en un clima de máxima cordialidad. Veremos qué pasa con esta aventura.
—Habitualmente se dice que España es el espacio de legitimación de la literatura argentina y latinoamericana. ¿Lo ve de esa forma? ¿Anagrama es un legitimador de la literatura?
—No me considero legitimador de nada. Tengo mis gustos literarios e intento publicar a los mejores autores haciendo política de autor, es decir, acompañándolos a lo largo de su vida. En mi dilatada experiencia, los autores latinoamericanos que se venden bien en España son tres o cuatro del Boom más Isabel Allende y unos pocos más. En general, las ventas son escasas como pasa con los autores españoles en América latina, como pasa con los autores chilenos en México o con los argentinos en Colombia. Es decir: hay bastantes compartimientos estancos. En la primera época publicamos autores argentinos bien interesantes, bien singulares, bien raros. Por orden cronológico fueron Oscar Masotta, Copi, Rodolfo Wilcock —La sinagoga de los iconoclastas, inspirador de Bolaño con La literatura nazi en América—, José Bianco y otros. Se produce el cambio en el año 2000, cuando empezamos a editar sobre todo en Argentina y en México a los autores de cada país, con el criterio opuesto al de los grandes grupos, que tienen los derechos mundiales pero la gran mayoría es publicada sólo en su país. Todo autor publicado por Anagrama en un país automáticamente se publica en España y a veces, como el caso de Piglia, en México.
—Además de los autores mencionados, que pertenecen a generaciones anteriores, hoy Anagrama publica a Carlos Busqued, Mariana Enriquez, Vera Giaconi. ¿Qué tipo de lectura hace de la producción argentina a través de lo que publica Anagrama?
—La producción literaria es tan enormemente extensa que sería una pregunta para un enciclopedista. Los libros que me llegan y me gustan, intento publicarlos. Así pasó con Mariana Enriquez: me envió su agente los cuentos y fue un shock porque me parecieron de una calidad, una brutalidad y al mismo tiempo de tal finura… Es un hallazgo. Vera Giaconi tiene otro tipo de cuentos con una fluidez donde los personajes son muy vívidos, me encanta. Y Busqued es un fenómeno. Cuando se presentó al premio no lo conocía nadie de la editorial ni de la Argentina. Un tipo del Chaco, que además era ingeniero, que publicaba un libro enloquecido como si fuera de los hermanos Coen.
—¿En una publicación con tirada en España, Argentina y México, cómo se distribuyen los costos?
—El libro se fabrica y se hace en España, de ahí se envía el pdf a cada país y los libros salen idénticos, con mínimas variaciones de color de la portada —a veces es un poquito más amarilla— o el papel puede cambiar. Pero el libro es idéntico. Los costos son todos de Anagrama y se paga un 20% de royalties en esos países, que se dividen entre el autor y la editorial.
—¿Por qué Anagrama no acostumbra a traer autores para la feria y festivales?
—Nuestros autores están casi permanentemente invitados; muchos aceptan una décima parte porque antes los hemos traído a España. Decidimos que entre las embajadas y la acción de nuestras distribuidoras se cubran las invitaciones.
—Desde la devaluación, ¿Argentina conviene con el cambio del dólar?
—Lo más significativo ahora ha sido que por fin se han liberado las importaciones lo cual ha provocado, primero un incremento del número de ediciones locales, pero también de muchos libros más minoritarios o de autores españoles que no admiten una tirada local. Nos encontrábamos con varios problemas de logística: con Cúspide, que acabó mal, un incendio de un enorme almacén [de la distribuidora Riverside], más la falta de importación. En este viaje he pasado por unas cuantas librerías de Buenos Aires y la presencia de Anagrama es sensiblemente inferior a lo que había sido hace cinco años.
—Una queja habitual tiene que ver con la traducción de los libros de Anagrama.
—Es una latosísima e inevitable referencia con la que tengo varias eficaces defensas. Empecemos por la primera. Durante toda mi adolescencia y mi primera juventud me nutrí fundamentalmente en el ámbito de las traducciones, a causa de la censura española, de libros argentinos de Sudamericana, Emecé y Losada. Estaban llenos de palabras muy argentinas: el saco, la pollera, coger. Pero sobreviví de forma muy placentera y rápidamente buscaba los equivalentes: la falda, la chaqueta, follar. No me sentí en absoluto escandalizado, devoré centenares de libros y estuve absolutamente agradecido a las editoriales argentinas, que, por otra parte fueron creadas o vivificadas por exiliados españoles. En estos últimos años, con la traducción se ha creado un sentimiento de nacionalismo barato y un poco chato, sin esta perspectiva histórica. Además eso es una extrapolación a partir de novelas con mucha jerga, pero que en los ensayos o en las novelas más clásicas, por llamarlas de alguna manera, apenas sucede. Siempre cito el ejemplo de Trainspotting: a un lector de Londres le cuesta más leer la novela en el inglés original que a un argentino la traducción de Anagrama, que ha optado naturalmente por un argot.
—¿La elección del argot mira a España porque ese mercado es el primer mercado de Anagrama?
—Es importante el mercado de América latina y muy especialmente Argentina y México. Pero se encarga a traductores españoles. Además, en España se ha reconocido que Anagrama hace espléndidas traducciones. Están hechas por excelentes traductores y una particularidad es que, como hacemos política de autor, el traductor de Baricco es misma persona que lo ha ido traduciendo durante 20 años, y así podría citar a 40 autores que tienen un traductor adosado.
—¿Por qué se peleó Fogwill con usted?
—Jamás se peleó conmigo.
—Siempre se habla de una pelea entre ustedes. Y Fogwill tenía una inquina particular con Anagrama.
—A Fogwill lo vi una o dos veces. Una vez en la inauguración de una librería que también era editorial. “Herralde”, me dijo con su vozarrón tan simpático, “¿por qué premiás a esta mierda de escritores y no premiás a Fogwill?” Jamás me peleé con Fogwill; es otra leyenda urbana.
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