¿Cuál es tu escena de violencia favorita en el cine?
La profesora de piano de Michael Haneke
Por Claire-Louise Bennett
Martes 21 de noviembre de 2017
"Tal vez la forma de violencia más inquietante y por ende más fascinante no es la que unos lastiman a otros sino la destrucción y la degradación que uno ejerce sistemáticamente sobre sí mismo": lo que la autora de Estanque leyó en el Filba cuando se le preguntó por su escena de violencia favorita en el cine.
Por Claire-Louise Bennett. Traducción de Lucila Cordone.
Cuando el festival me propuso hablar sobre mi escena de violencia favorita sentí una sensación de incomodidad bastante grande. Por lo general evito exponerme a representaciones de brutalidad en el cine, porque enfrentarme a la crueldad para la cual los seres humanos tienen una perversa inventiva y una infinita capacidad me altera y me deprime profundamente. Yo sé muy bien que el mal existe. De hecho, hace unos años conocí a un asesino serial, a pesar de que para todo el mundo él era solamente un carpintero, y tal vez ese contacto con la maldad más absoluta sea la razón por la cual prefiero exponer mi mente a trabajos artísticos que se acercan a lo sublime y a lo melancólico. La violencia ejercida en nombre de la venganza, ya sea con un fin personal o social, a menudo provoca una experiencia visual catártica, es normal obtener cierto placer básico al presenciar cómo el canalla o la canalla –aunque casi siempre es el canalla—recibe su merecido. Esa circunstancia ofrece la sensación inmediata e ilusoria de que se ha hecho justicia, pero en mí no tiene el mismo efecto. Tal vez la forma de violencia más inquietante y por ende más fascinante no es la que unos lastiman a otros sino la destrucción y la degradación que uno ejerce sistemáticamente sobre sí mismo.
Esta escena, en la que una mujer se clava un cuchillo en el hombro, es la escena final de la película La profesora de piano de Michael Haneke, la cual el crítico británico Peter Bradshaw describió luego de su estreno en el Festival de Cannes de 2001, como más perturbadora que cualquier película de terror. La mujer que aparece en la escena es Erika Kohut, una distinguida profesora de piano del Conservatorio de Viena especialista en Schubert. En esta escena la vemos en el hall de esta prestigiosísima institución de enseñanza de música clásica unos minutos antes de que tenga que acompañar en el piano el lieder de Schubert, “Im Dorf” (En el pueblo). Durante la película escuchamos varias piezas, de Schubert, Schumann y Bach, pero en esta escena solamente escuchamos los pasos apurados sobre el linóleo y el eco del público saludándose en el hall. De más está decir que además de ser el centro del virtuosismo musical, Viena también es donde nace el psicoanálisis; y en esta película somos testigos del compromiso y la disciplina incondicional que requiere el estudio de la música y, al mismo tiempo, tomamos conocimiento de las oscuras fantasías sexuales que se han desarrollado en la psique de Erika Kohut. En la última escena, el resplandor de las luces y el regimiento de espejos hacen desaparecer las sombras por completo creando un patrón recurrente de reflejos que se asemeja a un perturbador laberinto de espejos. A esta altura de la película las coordenadas de las fantasías de Erika ya han salido a la luz y, al igual que una linterna, al exponerlas han quedado completamente borradas y la vida secreta de Erika ha quedado al desnudo. ¿Qué sabemos de Erika? Tiene unos cuarenta años, vive con una madre dominante, y de hecho comparte la cama con ella. En la primera escena de la película, Erika vuelve a su viciado departamento y apenas entra la madre le revisa la cartera y descubre que se ha comprado un vestido. La madre está furiosa, la reta, “a tu edad, deberías saber lo que te queda bien y lo que te queda mal”, le dice. En su tiempo libre Erika va a sex shops y a cabinas de películas pornográficas, inmune por completo a las miradas sorprendidas de la clientela exclusivamente masculina. Tal como señala Zizek, Erika mira pornografía sin excitarse ni manifestar ninguna clase de placer, simplemente se sienta a mirar con la pasividad curiosa de una alumna obediente, con un pañuelo de papel usado que ha sacado de un tacho debajo de la nariz, inhalando el rancio aroma a semen como si fuera un preparado para despejarle la cabeza. En otra escena Erika va con la misma determinación al estacionamiento de un autocine y se queda mirando a una pareja de jóvenes tener sexo adentro de un auto. Más adelante, Walter, un encantador e insolente estudiante del conservatorio, manifiesta un interés sexual por Erika y aquí es donde se desencadena el daño causado por su existencia restringida y monitoreada. Le describe a Walter con lujo de detalles qué es lo que quiere que él le haga: las instrucciones están conformadas por una meticulosa letanía de extrema degradación sexual, que dista de ser sensual o juguetonamente osada, y saca de debajo de la cama una caja llena de objetos domésticos que Walter tendrá que emplear para recluirla y lastimarla. La manera en que ella extrae la caja, le saca la tapa, se sienta en el suelo junto a ella; la manera en que mira los objetos que hay dentro y luego mira con expectativa a Walter, me recuerda a la manera en que un niño le muestra nervioso a otro niño su juguete preferido con la esperanza de que el otro niño entienda inmediatamente lo que significa ese juguete para él y que también forme parte de ese juego. A Walter la propuesta le resulta desagradable, y le dice que ahora ella le resulta repugnante. De hecho, en la mayoría de las críticas de la película a Erika se la describe como una persona monstruosa y malvada y enferma. Muchos artículos opinan que no hay contexto suficiente para justificar su depravación y, por lo tanto, sencillamente es perversa. Me sorprende mucho ese análisis. Es más que evidente que Erika no ha tenido la libertad y la independencia necesarias para desarrollar y experimentar relaciones íntimas, lo cual tampoco implica que esos impulsos y deseos vayan a desaparecer. Esos deseos e impulsos han sido reprimidos y, al igual que cualquier cosa viva a la que no se le haya dado la posibilidad de crecer y encontrar su expresión, muta, se distorsiona, se convierte en algo grotesco. Y tal vez en esta última escena Erika se da cuenta finalmente de eso; la cara expresa desprecio consigo misma, y aunque suene raro decir esto, creo que hay algo de esperanza en ese gesto, creo que indica una transición, un dejar atrás el voyerismo y la fantasía, y creo que ella va a cambiar algún elemento de sus circunstancias que va a contribuir a lograr su emancipación y su satisfacción sexual. Erika sale del Conservatorio de Viena y nos quedamos mirando la fachada de ventanas iluminadas, preguntándonos por el público dentro de la sala esperando a que ella entre a tocar. ¿En qué momento se darán cuenta de que no va a entrar nunca? ¿En qué momento se levantarán de sus butacas y saldrán del Conservatorio? ¿Qué explicación darán? ¿Aceptarán que Erika se ha ido?