Columnas

Walt Disney. Isla Victoria, 1941

De la serie "Epifanías"
El tío Walt nunca quiso a las madres.

Por Luis Sagasti.

De algún modo es una suerte que hayan matado a la mamá de Bambi porque si no la película que lleva su nombre sería de veras insoportable. Es cierto, tío Walt nunca quiso a las madres: ni Blancanieves, ni Cenicienta, ni Pinocho ni Peter Pan tienen una (Dumbo es una curiosa excepción); de algún modo hay que sacárselas de encima si se quiere que la historia avance. El padre es otra cosa, al él sí se le puede desobedecer, es la ley a reconocer una vez que se la quiebra.

Bambi es la película con menos diálogo del imperio Disney. En la hora y diez que dura se constata el crecimiento de un pequeño ciervo que en su origen literario de 1923 era un corzo y ahí puede radicar el nacimiento de una epifanía maravillosamente falsa porque resulta que el pelaje del ciervo es del mismo color azafrán manchado que el de los arrayanes de la ribera norte del Nahuel Huapi, árbol del que casi no hay en el mundo.

Walt Disney estuvo en Argentina como parte de la política del buen vecino que el gobierno norteamericano desplegó en Latinoamérica para lograr apoyo en la Segunda Guerra. En 1941 Disney y su equipo de dibujantes emprenden una gira por la región, que incluye Brasil y Chile, con gastos cubiertos por el Departamento de Estado. Una vez en la Argentina, segunda parada del tour, intenta entrevistarse con Molina Campos; conoce sus célebres almanaques, no los de Alpargatas, sino los que había hecho para la firma Moviloil en Estados Unidos. Le interesa que lo asesore sobre cómo dibujar gauchos para el corto animado El gaucho Goofy. Pues resulta que Molina Campos en ese momento estaba en Estados Unidos razón por la cual el encuentro se llevará a cabo recién al otro año. Disney visita la quinta que el dibujante tenía en Moreno y hace lo que todo extranjero que se precie de tal hace: come asado, toma mate, baila una zamba, monta a caballo. La comitiva llega hasta Mendoza, allí Disney ingresa al aula de una escuela haciendo la vertical.

Nunca estuvo en Bariloche ni en la isla Victoria y al bosque de los arrayanes no los conocía ni en pintura.

Sin embargo la voz se expande: deslumbrado por la belleza del paisaje ahí nomás se le viene encima la historia del cervatillo. En verdad Disney había mandado en ese año a unos fotógrafos para que tomasen imágenes de los bosques de Maine. En base a eso su equipo de dibujantes traza miles de bocetos que, caramba, no conforman al jefe. El dibujo era demasiado preciosista, se podían contar una a una las hojas de los àrboles. La magia definitiva se la entrega un dibujante de origen chino, Tyrus Wong, que al momento de escribir esto tiene 105 años, y que, basado en la pintura de su cultura, otorga a los bosques un aire envolvente, difuminado, casi aéreo. Wong era uno de los tantísimos dibujantes de la empresa y se le ocurrió que sus paisajes podían tener el lirismo que Disney buscaba. Así fue como se atrevió a mostrar sus ideas.

Hay una iluminación verdadera: la del espectador anónimo que al ver Bambi se le ocurrió muy razonable que en una cabaña del bosque de arrayanes Disney haya tomado los primeros bocetos de su historia. Después de todo, había estado en la Argentina.

Tierra de prodigios para Disney entonces nuestro país ya que La República de los niños, inaugurada por Perón diez años después, lo inspiraría para fundar Disneylandia en 1955.

Antes de terminar: Molina Campos criticó duramente el dibujo de Goofy. Y es difícil no estar de acuerdo salvo que se tenga la mirada de un parco patrón: el gaucho ahí es torpe, indolente, atolondrado, medio pavote.

***

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