Prólogos

Victoria Ocampo: una tromba desconcertante

 Por Ivonne Bordelois

“Soy una escritora que se leerá de aquí a cincuenta años para saber qué pasaba en el corazón de los argentinos de mi época”: Victoria Ocampo sabía que su destino era perdurar. Edhasa le dedica una de sus últimas novedades.

 Por Ivonne Bordelois.

 

 

Audaz, distinta, polémica, Victoria Ocampo irrumpe en el siglo xx como una tromba desconcertante. Nacida en la jaula de oro de una aristocracia patriarcal, se hará camino como autodidacta, feminista, viajera, cronista del mundo entero, mecenas y escritora. Mujer de alto vuelo y de ímpetu incontestable, seducirá y será seducida, arriesgará fortunas y será estafada, dialogará con Oriente y Occidente, con Europa y Estados Unidos, con la música y la arquitectura de su tiempo y del porvenir. Convocará a construir y construirá una imagen de nuestra cultura que, discutible o no, marcará una época. Más desdichada que feliz, será admirada y adulada, será criticada y calumniada. Tenaz en su pregunta acerca del porvenir del espíritu, pocas veces encontrará en su camino interlocutores de su mismo fervor. Una infatigable energía la acompañará hasta el fin. Y su legado será controversial: al lado de idealizaciones parciales, la crítica se ensañará a menudo con ella, reprochándole el no haber adoptado opciones ideológicas inviables en sus circunstancias. Pero lo que sobresale en la cuantiosa y creciente bibliografía que la rodea es la falta de percepción de su rica complejidad y de la soledad en la que fue dando su batalla. Contradictoria, apasionada, mística y terrenal, su estilo de pensamiento y escritura se aproxima al de nuestros días por lo fragmentario, coloquial y muchas veces inusitado: tampoco en ese aspecto sobran los reconocimientos. 

 

En este libro, intento rescatar uno de sus dones menos apreciados: su talento de retratista, su brillo de metteuse en scène, que coloca bajo el foco potente de sus intuiciones y adivinaciones a los personajes del vasto y rico escenario cultural del siglo xx con quienes llegó a dialogar. En la primera parte, trazo un retrato de Victoria en cuanto a su personalidad y sus preferencias. En la segunda, transcribo los retratos de las presuntas celebridades que dejaron huella en sus escritos. La tercera parte retrata no solo a una persona, sino también una situación muy especial: la de su vínculo con Virginia Woolf, rico en ambivalencias y consecuencias que, a mi modo de ver, no acaban de ser plenamente dilucidadas en toda su profundidad en la bibliografía circundante. 

En todas estas instancias, han surgido voces muy negativas que ignoran la originalidad y el valor de los juicios críticos de Victoria. La propensión a la dicotomía que nos aflige arrastró frecuentemente su imagen a falsas oposiciones: esnobismo-auténtica admiración, colonialismo- identidad nacional, espiritualidad-compromiso, etc. La verdad es que, muchas veces arbitraria en sus opciones y gustos, Victoria también descubrió talentos escondidos y se adelantó, en muchos aspectos, a las figuras del porvenir. Un país como el nuestro, que se caracteriza dramáticamente por los niveles de autodestrucción que a veces lo animan, merece una imagen más cierta y generosa de Victoria Ocampo, en comparación con aquella que la confina al paredón del olvido donde se pretende arrinconarla como creadora y escritora. Vayan estas líneas a lograr ese rescate, en la certeza de restituir, en su merecida proporción, a aquella de quien dijo Octavio Paz: “Victoria Ocampo es un pilar pero no es una criatura mitológica: tiene brazos y manos, voluntad e imaginación, cólera y generosidad. Y con todo eso ha hecho lo que nadie antes había hecho en América”. 

 

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