Un proyecto latinoamericano libre de aduanas
Jueves 03 de diciembre de 2009
Hablamos con Diego Trelles Paz sobre las repercusiones de la antología El futuro no es nuestro.
Por P.Z.
Con casi un año recorrido desde su publicación, la antología El futuro no es nuestro continúa siendo un mensaje provocador y desafiante. La reunión de estos 20 destacados autores latinoamericanos conforma un universo narrativo que se apropia de la cultura del mestizaje, de la inmigración, de la mezcla que es propia de la región como no lo es en ningún otro continente.
Diego Trelles Paz, responsable de la selección de los cuentos, explicaba en el prólogo que el rango de edades de los escritores –nacidos entre 1970 y 1980– se basó en dos premisas: Primero, en diferenciarse de la generación de aquellos que participaron de las antologías McOndo, Líneas aéreas y Se habla español. Segundo, la que queda asociada al título:
El futuro no es nuestro surge, en primer lugar, como respuesta a una serie de malentendidos asociados con la idea demagógica, pregonada y repetida cual eslogan hasta el hartazgo, de que el futuro les pertenece a los más jóvenes. Aquella cantata mal disfrazada de sincera esperanza suele encubrir y aspira a justificar un presente desolador: catastrófico en términos de equidad y justicia social, siniestro en materia de respeto a los derechos humanos, apocalíptico para la salud ecológica del planeta, cínico con los menos favorecidos por el fundamentalismo neoliberal de un mercado actualmente en caída libre.
Pronta a salir la edición en Chile, hablamos con Diego Trelles Paz sobre las repercusiones de la antología:
¿Cómo percibís la llegada de El futuro no es nuestro en los diferentes países?
En términos de recepción crítica, sabiendo de antemano que el género antológico no aspira a dejar satisfecho a todo el mundo, creo que nos está yendo muy bien. En términos de llegada y de lectura y de venta y de reconocimiento del proyecto, el alcance ha sido muy bueno. Es sorprendente la vitalidad de muchos lectores e investigadores y traductores de muchas partes del mundo que nos contactan y están interesados en que la antología llegue y se expanda y conquiste nuevos lectores. Es admirable que se haya formado un grupo de escritores que intercambia y se lee y pone el hombro sin pedir nada a cambio. En estas épocas, en donde hay más zancadillas que abrazos, ese tipo de solidaridad creativa reconforta. Hay, además, traducciones libres que han venido desde Hungría, Francia y Estados Unidos.
El libro ya ha sido traducido al inglés por Janet Hendrickson y ahora mismo estamos negociando su publicación en los Estados Unidos. Empezamos con Eterna Cadencia en Argentina, luego vino La Hoguera de Bolivia y está a punto de salir en Chile con Uqbar. El libro también circula en España, México, Colombia y Uruguay. Mi idea, desde el inicio, era que El futuro no es nuestro fuera un proyecto enteramente latinoamericano: parido, criado y educado por nosotros sin que tuviéramos que depender de ninguna aduana. Vamos a leernos y vamos a reconocernos aunque tengamos diferencias y vamos a invitar a todo aquel que quiera leernos y vamos a compartir lo único importante y lo más sagrado para nosotros que es la ficción. De eso se trata El futuro no es nuestro.
¿Cambió –ajustaste, repensaste– algo de tu mirada desde el prólogo del libro?
El prólogo del libro me costó. No lo escribí en una noche ni fue algo que se me ocurriera de un momento a otro. Las ideas expuestas en ese texto son el resumen de algo a lo que yo le daba vueltas incluso antes de saber que existiría una antología.
Creo haber leído todo lo que se ha dicho hasta ahora sobre el libro: lo bueno, lo malo, lo interesante y lo absurdo. Algunas de las cosas que leí y me llamaron la atención señalaban que entre las promociones de McOndo y El futuro no es nuestro hay más similitudes que diferencias, algo que me parece muy sensato y acertado si evaluamos formalmente los cuentos. Es cierto: en poco más de veinte años no ha habido un gran salto o una ruptura radical en la propuesta narrativa hispanoamericana. Quien lea mi texto puede comprobar, sin embargo, que no afirmo lo opuesto. Establezco, sí, un corte transversal que sigo defendiendo; no sólo porque en el arte son naturales y saludables los relevos, sino, sobre todo, porque nosotros como narradores necesitábamos tener una presencia independiente, marcar un territorio propio, mostrar nuestro trabajo sin tener que depender de un tronco genealógico que, al menos yo, siento ajeno.
Como lo expongo en el prólogo, McOndo rechaza el realismo mágico pero, a cambio, utiliza otro estereotipo que busca formalizar la idea falsa de que Estados Unidos es el espejo en el cual debe reflejarse América Latina y, por lo tanto, la meca consagratoria del narrador latinoamericano. Fuguet y Gómez rechazaron los plátanos del Caribe y propusieron a cambio los McDonald’s. Homogenizaron una realidad que, por entonces, en 1996, sólo era permisible para la reducida clase media/alta a la que ambos pertenecían. McOndo presenta e introduce a una estupenda promoción de narradores y tiene una selección muy buena de relatos pero no la siento capaz de interpretar con distancia crítica, con una voz y un discurso menos monótono, los cambios que introdujo la muy interesante literatura iberoamericana de los noventas. McOndo, por otro lado, no le dio cabida a la voz femenina. ¿Por qué no están presentes las escritoras latinoamericanas? Eso, para mí, es hasta ahora un enigma. En McOndo, por último, es omnipresente la idea de que literatura y marketing deben darse la mano y que el mercado es una especie de Summo Pontífice que lo determina todo.
Frente a esto, mi idea con El futuro no es nuestro era hacer un proyecto en el que se plasmase una acercamiento distinto a lo literario, con escritores (12) y escritoras (8) que estuvieran dentro de un rango de edad fijo y cercano, y cuyas sensibilidades, influencias y gustos artísticos (literarios, cinematográficos, musicales, plásticos), sin poder ser los mismos, estuvieran de acorde con sus experiencias vitales y con una época histórica que, en definitiva, no es la de McOndo. Lo que, creo, debería quedar claro es que ni McOndo (ni Se habla español ni Líneas aéreas ni El futuro no es nuestro) deben tomarse como estandartes definitivos de nada. Lo que hay son radiografías de momentos determinados que, como todo, son fugaces.
Antologías hay ahora y habrá cada cierto tiempo. Dentro de poco, por ejemplo, aparecerá Asamblea portátil y ahí participo como escritor. Eso es saludable. Es necesario. Permite analizar y replantear cada cierto tiempo el mapa literario iberoamericano y, aquí, claro, estoy incluyendo a España. Me han criticado no haber incluido a los escritores españoles. Lo entiendo. La idea estuvo ahí desde el primer momento. El espacio, pero sobre todo el tiempo que me hubiera tomado leerlos a todos con seriedad, lamentablemente me impidió concretarlo.
A lo largo de este año, ¿has leído algún escritor, algún cuento que te hubiera gustado incluir en el libro?
Sí, claro, el libro quedó muy corto. La versión electrónica del proyecto aparecida en la revista colombiana Pie de Página, que es y seguirá siendo gratuita, incluye a muchísimos autores que bien pudieron haber entrado en la versión impresa. El boliviano Rodrigo Hasbún no entró porque, lamentablemente, nació después de 1980 pero para mí es clara la singularidad de su voz narrativa y su innegable talento. Inés Bortagaray o Fernanda Trías de Uruguay o Carolina Sanín de Colombia, escritoras con un mundo ficcional propio, arriesgado, poco convencional, y con un estupendo manejo del lenguaje. Y hay más, claro, muchos más, pero creo que mi criterio ya está expresado en las selecciones de ambos lados del proyecto.
Lo bueno fue que después, junto al escritor Daniel Alarcón, pude participar de una antología bilingüe de cuentos para la revista estadounidense de Francis Ford Coppola, Zoetrope All-Story, y ahí incluimos por lo menos seis relatos que hubieran podido entrar tranquilamente en el libro: “Familia” de Rodrigo Hasbún, “A la mesa” de Inés Bortagaray, “Fantasía” de Alejandro Zambra, “Menú insular” de Ronaldo Menéndez, “La hija del revisor” de Carolina Sanín y “La cosecha” de Patricio Pron. Y también hay escritores que, por descuido mío o por negativa suya o porque directamente me ignoraron, no estuvieron presentes al final en ninguna de las dos partes, como Yuri Herrera, Guadalupe Nettel, Eduardo Halfon, Alberto Chimal, Pedro Mairal, Washington Cucurto, Florencia Abbate (faltan más argentinos, lo sé; los he leído y hay mucha calidad pero son muchos y no alcanza para nombrarlos a todos), Joao Paulo Cuenca, Álvaro Bisama, Rodrigo Blanco o Claudia Hernández.

