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Retratos ciegos

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"Hay días que no podemos ni hablarnos, no encontramos las palabras para decir lo que nos pasa". Albertina Carri y Juliana Laffitte presentan su nuevo libro, editado por Mansalva.

Por Albertina Carri y Juliana Laffitte.

 

 

El cielo está insistentemente plomizo, el dorado del otoño nos ha abandonado. Hay días que no podemos ni hablarnos, no encontramos las palabras para decir lo que nos pasa. El cielo gris no ayuda en nada, nos enfrascamos en nuestros silencios, ciegos de palabras. Queremos estar juntas, encontrar un modo de compartir este momento pero no siempre lo logramos. La voz humana a través de dispositivos se ha vuelto realmente extraña. Nos extrañamos, es eso, y la pandemia no nos permite saldarlo. Estamos encerradas cada una en su casa, nuestros cuerpos fueron aislados uno del otro. Hacemos videollamadas noctámbulas y a veces esas charlas se estiran tanto que luego no recordamos ni una palabra. No importa, nos vimos, estuvimos juntas, compartimos esa pérdida de memoria aunque sea a través de una pantalla.

Junio se hacía interminable, nuestras apuestas sobre cuándo saldríamos del aislamiento ya no tenían ninguna gracia. El desasosiego de Pessoa, leído en clave de oráculo, que durante abril y mayo tanto nos había entusiasmado, ya no nos sosegaba. Las recetas de Da Vinci, las discusiones sobre Huxley y sus estados alterados, si Fellini o Pasolini, ya nada alcanzaba. Estábamos flotando sobre un estado de desazón liminar cuando Juliana empezó con su práctica: mirar un punto fijo en la pared, dejarse atravesar por un pensamiento, una presencia, un fantasma, y sin bajar la vista, hacer su retrato sobre un papel. Estábamos derramándonos en ese estado de incertidumbre e insatisfacción cuando Albertina vio a través de una pantalla algunos de los retratos ciegos de Juliana.

–Mandámelos, les escribo algo –dijo Albertina con la vista cansada y reconociendo apenas unos trazos. 

Julio continuaba el grisáceo pandémico de su antecesor, no podía ser de otro modo. El 2020 se presentaba como una estrella apagada y enorme, un meteorito en caída libre que a su paso incendiaba todas las máscaras y proyectaba su sombra sobre nuestra existencia. Hablábamos seguido de eso, de las máscaras que se corrían, desaparecían o se caían con gracia. Las máscaras que se extinguían y tal vez dieran paso a otros modos de vida. Sí, a veces se nos cruzaba algún pensamiento alentador y así cortábamos nuestras llamadas, aunque la desazón no se apagaba. Sin embargo, el juego de la cara humana y sus fantasmas que encontramos por azar o por instinto, nos empezaba a cambiar el estado.

Juliana mandaba cinco retratos, Albertina escribía vorazmente, Juliana leía con angurria y volvía a fijar su vista en la pared y un nuevo envío comenzaba a circular entre nuestras manos y el desasosiego se nos diluía en un extraño entusiasmo. El virus, la pandemia, los recuerdos, el encierro y las máscaras, modificaban su dramático status frente a la nueva forma de comunicación que habíamos encontrado. Frente a la convicción de acompañarnos a través de lo que más nos gusta hacer en la vida. Lo único que nos haría sobrevivir a estas nuevas circunstancias. A Juliana pintar y a Albertina escribir.

Así se dibujó y se escribió este libro: como un juego entre amigas por puro instinto de supervivencia, por pura necesidad de estar. 

 

Albertina y Juliana

Diciembre 2020

 

 

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