Me vienen palabras
Miércoles 16 de julio de 2025
Editorial Fiordo renueva su apuesta con la escritora estadounidense Amina Cain y su libro de cuentos Criatura, del que compartimos una de sus piezas.
Por Amina Cain. Traducción de Daniela Bentancur.
Aunque no escriba relatos, los creo con mis acciones. Compongo un sentimiento que no profeso y después actúo en función de ese sentimiento. Me pongo mi abrigo acolchado cuando salgo a la nieve. Recorro el vecindario y miro las casas de antigüedades. La nieve y las antigüedades combinan bien. Me siento en un lugar cálido a leer.
La única vez en mi vida en que me tuve que escapar de algo, armé un relato sobre el febrero más largo que me tocó vivir.
Mira, quiero mostrarte algo; son varios gatos.
Como a una criatura que no quiere bajarse del lecho, me vienen palabras.
Acá estoy en la calle, con muchísima gente. Es hermoso estar viva, entrar en una florería en invierno y mirar las regias plantas posadas ominosamente en sus macetas. Estar entre la muchedumbre me lastima.
—Quiero ver esta planta —le digo a la florista. Y ella me deja mirarla un rato bastante largo mientras trabaja en el fondo. Es extraño lo mucho que me quedo.
Ahora me vienen palabras. Yo no las pedí. Suspiro, saco el cuaderno de mi bolsillo acolchado y anoto las palabras con mi mejor caligrafía. Aunque nunca vaya a ser escritora, las palabras me permiten estudiar cierto tipo de escritura. Si cierro los ojos, veré a mi yo escrito que me devuelve la mirada. Si voy hasta el lago, algo se revelará para mí en las olas congeladas en su propia certeza. ¿Te conté que aquí las olas se congelan? Voy a sentir algo que no siento en realidad. Después me quedaré como las olas dormida en mi cama.
Pasan tantas cosas cuando estoy en mi cabeza, aunque aún no abandoné la florería. No abandoné las plantas regias.
¿Te acuerdas de cuando nuestro «amo» me secuestró y me obligó a ser parte de su vida de una forma que yo nunca habría querido? Me llevó a un tambo, con la idea de que me gustara. Me llevó a una fiesta elegante donde las otras mujeres me miraban con celos y furia. ¿Cómo pueden querer esa vida?
Mi cuaderno es demasiado actual. Cuando lo sostengo bien cerca de mí, el contraste es enorme. Igual, ya estoy a salvo. Mirar muebles antiguos en vidrieras en vez de sentarme en ellos. Saber que nadie me va a esposar a un portón de hierro forjado.
Mi escritorio me espera. Blanda, blandamente, los libros. En mi departamento, preparo el agua para darme un baño. Estuve afuera todo el día, con gente, y ahora es momento de estar sola. Tomarme un baño siempre ha sido importante para mí, especialmente en invierno. Entonces estoy más receptiva. Me siento ir y después volver. Es difícil no sentirse conectada a una misma en un baño caliente.
Tuve buenos amigos; te tuve a ti. Le servíamos la comida a la familia para la que «trabajábamos». Cuando tú ponías la mesa o repartías la sopa, yo te miraba con amor. A todos los miraba así. Era incapaz de detenerme y evitar esa mirada. Una vez me pegaron por quedarme quieta sin hacer nada mientras todos los demás trabajaban. «Es que tenía muchas ganas de verlos» dije durante la paliza.
El baño me da calor. Voy a poder salir a la habitación como una persona cálida.
—No son tus amigos de verdad —dijo la esposa de mi amo. Nuestra «ama».
Es demasiado tarde, pensé. Yo conozco la calidez del amor. Le miré la cara color rosa mientras ella me pegaba. Después me empujó contra el piso. Ahí abajo, lo único que había para mirar eran zapatos negros puntiagudos. No me había dado cuenta de cuántas personas, de cuántos zapatos, había en ese salón.
Cuando te tumbas en el pasto con una amiga e intercambias historias de tu vida —cuando ya has explorado la amistad—, eso es imposible olvidar. Te vuelve cuando estás tumbada sobre un piso frío.
Te vuelve cuando estás tumbada en la bañera.
Con cariño, Juliet, página en blanco, editado por Anne, mujeres de las zonas rurales. Eso está escrito en un papel que hay sobre mi escritorio. Si te sientas en mi silla y bajas la vista a mi cuaderno, te esperan mis palabras.
Yo, sola, en mi cama, es un relato.
¿En qué dirección te fuiste cuando salimos de esa casa y nos desperdigamos como los pedacitos de pasto seco que éramos?
Ahora leo libros para provocar un sentimiento en mí. Cuando voy por la calle, nunca estoy segura de si interactúo con los demás o de si ellos interactúan conmigo.
Como comida caliente, cosas que a otros ni se les ocurriría comer. Hasta en invierno las olas se descongelan y caen sobre la playa fría. Uso un solo color de ropa con la intención de que signifique algo. Alguien dijo que se puede comunicar muchas cosas de esa manera, como las palabras que uno es más propenso a escribir, e incluso la educación que recibió.
Mis estantes de libros van del piso al cielorraso, encumbrados en mi departamentito. Una mesa reposa frente a los estantes. Ahí me preparo la comida. La cocina y el living son prácticamente lo mismo. Quiero que sepas dónde estoy, qué aspecto tengo cuando estoy aquí. Quiero que veas qué aspecto tengo cuando como.
Durante otra paliza estaba enferma, con gripe. Nuestra ama me mantenía en el piso mientras el amo me azotaba con el cinturón. Eso fue en la galería porque ella quería que los vecinos nos vieran. Era diciembre y yo tiritaba magníficamente. Más tarde, nuestro amo me habló con susurros discretos.
Dijo:
—La semana que viene te voy a volver a sacar, cuando estés mejor. ¿Te gustaría escuchar música? Podemos ir a las montañas.
Él siempre ponía música con banjos. Siempre trataba de aliviarme. El único que lo conseguía era otro sirviente.
Una sola vez vi que te pegaran. Fue porque habías tratado de irte de la casa sin permiso. Nuestra ama le pidió a un sirviente varón que te pegara, y él te pegó. ¿Qué otra cosa podría haber hecho? Ensangrentada, te sentaste en los escalones de atrás mientras un gatito intentaba treparte la pierna. Tú se lo permitiste, pero no diste señales de advertir su presencia. Yo me quedé frente a la ventana mirándote desde adentro un rato largo. Finalmente oscureció, y entonces ya no te pude ver.
Aquellos años casi ni se parecen a este, ni a los de cuando yo era chica, pero todos juntos equivalen a mi vida, que recorre el tiempo en un único reptar deshecho.
Ahora es de mañana. Acá estoy yo, de caminata hacia el lago. Esto es real. Llevo puestos auriculares para despejar la sensación que tuve anoche, y para convertir el lago en un lugar más suave. Escucho música que me permite entender algo sobre mí misma y sobre el lago. Quiero entender la comida que como. Y por qué me gustan las antigüedades y la nieve.
Alguien me dijo que para mí los escritores son más importantes que para otras personas. Qué raro: eran importantes para los propietarios de esa casa, y todavía estoy tratando de hacer
las paces con eso. Una vez, en el invierno de ellos, nuestra ama colgó una corona de laurel en la puerta principal. Esa puerta siempre me había parecido hermosa, con su madera y su vidrio, su riqueza. Con la corona, esa belleza se profundizó, y eso me dio náuseas.
Voy a comprar algo sencillo para colgar de mi propia puerta, en la florería que es más cálida y luminosa que cualquier casa en la que haya estado.
Estoy tratando de mostrar la mente.
No puedo escribir nada más que oraciones.
