Los padecimientos de la imaginación
Miércoles 23 de julio de 2025
Ida Vitale escribe sobre el poder de la fantasía y la imaginación en La ley de Heisenberg (Ampersand).
Por Ida Vitale.
Es bastante común oír decir, en elogio de alguien, que tiene mucha imaginación y, en detrimento de otro, que carece de ella. Podría pensarse a partir de esto que el mundo de hoy la exalta, incluso que afecta cultivarla. El positivismo, que asentó sobre nuestras todavía tiernas repúblicas todas sus virtudes y defectos y tanto peso determinante, se aplicó, como toda filosofía de moda, a modelar los espíritus, en especial los más jóvenes. El cientificismo, las ciencias aplicadas y el progreso fueron preparando a todas para la veneración de las tecnologías. Cabría decir en su descargo que no se preveía que estas fueran a ser con el tiempo tan tributarias del abismo. Como es natural, aquellas respetables entidades no podrían prescindir de los poderes de la imaginación, aunque la mantengan recluida. Entre nosotros, el modernismo, inventado por los hijos rebeldes del positivismo, alentó una forma peculiar de imaginación, la mitopoética. Etimológicamente, imaginación proviene de imago, “representación, retrato” y de imitar, “remedar, reproducir”. Esta etimología puede parecer opuesta al sentido que suele darse en general al término y que es más bien el de dar virtual existencia en el pensamiento a cosas inexistentes. El Diccionario de la lengua española lo define como 1. “Facultad del alma que representa las imágenes de las cosas reales o ideales”; 2. “Aprensión falsa o juicio y discurso de una cosa que no hay en la realidad o no tiene fundamento”; 3. “Imagen formada por la fantasía”.
Estas dos últimas acepciones que la ligan con dicha fantasía describen el modo de manifestarse que suele ser atacado por la gente de ánimo concreto y fines positivos. Puedo recordarme defendiendo determinadas lecturas no utilitarias del desdén familiar que echaba el mismo lodo sobre un amplio espectro del campo de los libros: “Cosas de pura imaginación”. Se salvaban los datos de la historia, las gravedades de las varias ciencias de esa lucha sorda, no contra lo que se ha llamado “imaginación viciosa” sino contra la lisa y llana. Ni los propios censores, a los que lo mismo le hubiera dado Lord Dunsany y Felisberto Hernández que Zola y Maupassant, sabían que actuaban como simples peones en la gran batalla que el mundo moderno libra desde la burocracia y a veces, las universidades, contra la imaginación, aunque no lo diga con claridad y más bien se jacte de luchar en su defensa. Afirma Mircea Eliade que la desgracia y la ruina del hombre que “carece de imaginación es el hallarse separado de la realidad profunda de la vida y de su propia alma”, porque tener imaginación es ver el mundo en su totalidad. Difícilmente imaginamos lo que no existe; los modos geniales de la imaginación lo que hacen es establecer nuevas relaciones entre lo que existe y proponer recursos para que estas nuevas relaciones sean visibles para todos. Puede ser oportuno recordar a aquel fanático inglés, padre del escritor Edmund Gosse, que había expurgado su biblioteca de todo atisbo de sustancia imaginaria de modo que el hijo adolescente ignoraba que en el mundo se escribían novelas, y solo lo descubrió con escándalo al reparar en un fragmento de folletín impreso en el periódico que forraba un baúl. Sin llegar a esos extremos, nuestros medios de comunicación tienden en su gran mayoría a construir sobre lo que pronto se transforma en detritus, sin alimentar de veras a la imaginación. ¿Provendrá esto de algún misterioso acorde inconsciente de la naturaleza humana? Decía con seria gracia el poeta inglés Auden: “Todos los poetas adoran las explosiones, las tormentas, los huracanes, las conflagraciones, las ruinas, las carnicerías espectaculares. No es deseable que un estadista posea una imaginación poética”.
Libremos, pues, de ese riesgo a ese laborioso sector de la sociedad. Pero exijámoslo en los otros por partida doble, sobre todo en quienes tienen que ver con las diversas formas de la cultura, es decir, en la formación imaginativa del hombre.
Publicado originalmente en Jaque N° 74, Montevideo, 17 de mayo de 1985
