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Tres poemas de Sonia Scarabelli
Poesía argentina contemporánea
Miércoles 16 de setiembre de 2020
Tomados de Últimos veraneantes de febrero, novedad de Editorial Bajo la luna.
Foto de Valentina Rebasa.
Nacida en Rosario en 1968, Sonia Scarabelli es docente y periodista. Publicó los libros de poesía La memoria del árbol (Ediciones La Cierva, Rosario, 2000), Celebración de lo invisible (EMR, Rosario, 2003), primer premio del Concurso Municipal de Poesía Felipe Aldana, Flores que prefieren abrirse sobre aguas oscuras (Bajo la luna, Buenos Aires, 2008), El arte de silbar (Bajo la luna, 2014) y la crónica La orilla más lejana (EMR, 2009).
Editorial Bajo la Luna acaba de publicar Últimos veraneantes de febrero, del que tomamos tres poemas para compartir con ustedes:
Eucaliptos
Fue entonces cuando vimos
los eucaliptos quemados
despedir un dorado fulgor como si en ellos
el sol hubiese dejado para siempre
su luz más fina,
cambiando en zarza ardiente el bosquecito
de árboles que rodaban silenciosos
de regreso a la tierra.
Como las cosas son
Ahora las cosas pasan más lentas que antes,
como una sangre que nunca llega al río
los pensamientos corren por calles iguales,
miran las mismas fotos, recuperan
las mismas piedras tropezadas dos veces.
El tiempo es así, y no hay manera de evitarlo,
o de ver claro mientras te ciega
la fuerza de la luz que golpea
como una correntada en la mitad del día.
Caer ascendiendo, como dijo Simone Weil,
eso querría, cerner la carne hasta volverla
harina de otro costal, alimento, hierba
para los caballos del sueño.
La mitad asomada de cada cosa
Aparece de pronto en la puerta de la cocina,
un lado de su cuerpo queda oculto y pienso
en nosotros mismos y en la mitad
asomada de cada cosa.
Cortada al medio por la celosía
de madera gastada, y con sonrisa
de mona lisa —que dicen no se sabe
bien de qué sonreía—,
sale a la luz, y en la gracia del gesto
se retira un poco al mismo tiempo,
como avisando: algo pasará
y me veré distinta, pero ahora
soy yo en esta sonrisa que te mira
con amor, como si fueras todavía
la hija que crié y tuve entre mis brazos.
En ese instante justo,
mientras está así parada vuelvo
la cámara de fotos hacia ella y, clic,
ahí queda suspendida
mirándome a los ojos, su sonrisa
que no sé, o el misterio
oculto detrás de la mitad
asomada de cada cosa.
Enseñanza también del otro lado
que no vemos y es, como la vida,
una mitad que se ilumina y ciega
de pronto hacia la muerte,
como ahora la parte
secreta de la madre.