Tres poemas de Jorge Boccanera
Poesía argentina contemporánea
Miércoles 21 de abril de 2021
“No hay espacios vacíos en la poesía de Jorge Boccanera”, escribió el Premio Nobel de Literatura José Saramago: compartimos tres poemas de Tráfico / Estiba, publicado por Hemisferio Derecho Ediciones.
Jorge Boccanera (Bahía Blanca, 18 de abril de 1952) es poeta, periodista y crítico argentino. Ha publicado libros como Los espantapájaros suicidas (1973), Noticias de una mujer cualquiera (1976), Contraseña (1976), Música de fagot y piernas de Victoria, (1979), Poemas del tamaño de una naranja (1979), Los ojos del pájaro quemado (1980), Polvo para morder (1986), Sordomuda (1990), Bestias en un hotel de paso (2002) y Palma real (2008). “No hay espacios vacíos en la poesía de Jorge Boccanera”, escribió el Premio Nobel de Literatura José Saramago: compartimos tres poemas de Tráfico / Estiba, publicado por Hemisferio Derecho Ediciones.
MÚSICA DE FAGOT Y PIERNAS DE VICTORIA
Música de fagot en mi menor
y piernas de Victoria por la casa
afuera una ciudad que desconozco
adentro una ventana que da a un patio
donde el sol se entretiene
en repartir sus trapos amarillos.
Música de fagot luz de Victoria
labio contra los labios del invierno
reducido equipaje de los días
que te nombra me nombra nos reúne
alrededor de frutas
después esa canilla mal cerrada.
Música de fagot y olor a un cuerpo
que busca en otro cuerpo el buen arpegio
para encontrar los ruidos cotidianos
dulces trampas ocultas en la piel
aceitadas por ángeles
desertores de un tiempo inquisidor.
Fagot de la comparsa y el amor
En tan poco tan grande suena a mucho
quiero decir que siempre
nunca complicidades nunca incendios
ningún insomnio nunca sin el búho
nunca con esta música a otra parte.
Viva el fagot oscuro de mi barba
sobre el palo mayor de este naufragio
en la madera hambrienta de mis manos
la nacionalidad de tu cintura
y música de sangre y barriles deshechos
–aguafuerte del siglo XVIII-.
Viva el fagot y su oxidado rostro
viva el fagot y su bandera rota
palabras de Victoria
inaugurando todas las batallas
y ese cartel que entre sus piernas grita
bufadero de playa Punta Negra!
Viva el cuerno de caza y su llamado
cierto instrumento en viento con su música
de donde emerge el do-mi bemol-sol
quiero decir felino de ceniza
o invitación azul de cuatro saltos
hacia el tibio desorden de los techos.
Saludable camino a muchedumbre
rock and roll de los puertos ignorados
sombrero imaginario de dos picos
sobre la estatua de la decadencia
y luego ese disparo
y el delicado andar de los marchistas.
Hombre fagot con hembra violonchelo
vestido marroquí (no es surrealismo)
pueblo desordenado por la lluvia
por la parola cursi y el abrazo
y un sagapo je t´aime te quiero y sea
este fagot comparsa inolvidable.
Mi escudo de combate de latón
y tu nombre de guerra (ajonjolí)
y todas las señales si una foto
si un periódico viejo si una taza
chilla la cafetera y en el suelo
un teléfono gris y desnucado.
Así se vuelve siempre se regresa
de la ferocidad y de la dulzura
con una bala un beso y un adiós
así la casa se abre a los rumores
de una calle cualquiera de provincia
donde los gallos resucitan verdes.
Así el gato regresa a su arcoíris
el fagot a su estuche de neblina
la silla a su romance con el mimbre
los barcos semihundidos a los cuentos
el sol al sol
los ruidos de Victoria a mis papeles.
UNIVERSO
El poeta, como el cazador pobre,
a lo que salga.
Baldomero Fernández Moreno
El domador que mete su cabeza dentro de la boca
del león, ¿qué busca?
¿La lástima del público?
¿Que tenga lástima el león?
¿Busca su propia lástima?
El poeta que arroja su anzuelo en la garganta
de la Sordomuda, ¿qué busca?
¿La lástima del publico?
¿Que tenga lástima la Sordomuda?
¿Busca su propia lástima?
Y el público, ¿está loco?, ¿por qué aplaude?
EL PELUQUERO
a mi abuelo Santiago
Asentaba navajas en un listón de cuero,
porque era su trabajo arrancarle a los rostros
sus animales muertos.
Hacía barba y bigote para el espejo atestado de gente.
Su navaja pulía aquella superficie,
rasuraba los rostros del espejo y haciendo su trabajo,
¿afeitaba al espejo?
Era más chico que un tarro de gomina Brancato
mi abuelo,
pero una cabeza más alto que la muerte.
Invitaba al cliente sacudiendo una toalla
y el cliente ocupaba aquel sillón Dossetti de madera
y entraba en el espejo.
El estilista hablaba solamente con su tijera
y cuando ella por fin tenía la lengua desgajada
hacia un lado, él decía: “servido”.
Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de talco
y usaba un pulcro saco blanco.
La muerte –que también es prolija– le envidiaba
su colección de peines.
Un día la muerte, que hojeaba una revista deportiva,
dijo: “me toca a mí”.
Y ocupó aquel sillón, despatarrada y con un
remolino en la cabeza.
“Tiene un pelo difícil”, dijo sin voz mi abuelo.
Después, la muerte asentó su navaja y haciendo
su trabajo, ¿rasuraba al espejo?
El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera
con estrellas de talco.
El espejo se pasó la mano por la cara afeitada,
suave, como un recién nacido.