Tres poemas de Charles Simic
Premio Pulitzer de Poesía
Miércoles 27 de julio de 2022
Uno de los mayores poetas contemporáneos en lengua inglesa y autor de luminosos ensayos. Tomados de Acércate y escucha (Vaso roto).
Por Charles Simic. Traducción de Nieves García Prados.
Charles Simic nació en Belgrado en 1938. Llamado al nacer Dušan Simic, emigró en 1954 a Estados Unidos, donde reside desde entonces.
Es uno de los mayores poetas contemporáneos en lengua inglesa y autor de luminosos ensayos. Ha sido galardonado con el Premio Pulitzer de Poesía en 1990, la Beca al Genio de la Fundación MacArthur, el Griffin International Poetry Prize y el Wallace Stevens Award. Entre octubre de 2007 y mayo de 2008 fue Poeta Laureado de EE.UU. En la actualidad es profesor de la Universidad de New Hampshire y escribe en The New York Review of Books.
En 2010 Vaso Roto Ediciones publicó sus memorias, Una mosca en la sopa, libro al que han seguido los poemarios El mundo no se acaba, Mi séquito silencioso, El lunático y Garabateado en la oscuridad; el libro misceláneo de notas y aforismos El monstruo ama su laberinto y, por último, su obra en prosa La vida de las imágenes.
Compartimos tres poemas tomados de Acércate y escucha.
Gente chiflada
Estos días sólo los pájaros y los animales
están cuerdos y merece la pena hablar con ellos.
No me importa esperar a que un caballo
deje de pastar y me escuche.
Incluso un árbol es mejor compañía.
Un roble orgulloso de sus ramas
cargadas de hojas demasiado corteses
como para dirigirse a un extraño con más que un susurro.
Un cuervo sería un buen amigo.
Ése al que le he echado el ojo
me conoce bien, pero ahora se
ha entretenido con algo que ha encontrado
en el patio de mi vecino, al examinar
la tierra chamuscada donde
hace años solían deambular una docena de gallinas
y un gallo que cacareaba todo el día.
Pompas de jabón
Derribaron el bloque de mala muerte
con sus pequeñas tiendas casi a oscuras
y sus polvorientos mostradores
de pulseras del amor, anillos para la nariz,
cartas del tarot y varitas de incienso,
donde una vez vi a un joven
con la camisa blanca manchada de sangre
soplar en el aire pompas de jabón,
tenía el rostro sereno y hermoso
salvo cuando empezaba a inflar sus mejillas.
Oh, gran cielo estrellado
Al que van nuestros pensamientos
como vendedores de biblias de puerta en puerta,
sólo para verlas
cerradas de golpe en sus caras.