Juan Gelman: ¿Y si dios dejara de preguntar?
Por Carlos Monsiváis
Miércoles 22 de enero de 2020
Recuperamos de los archivos eternos un extracto de uno de los veinte ensayos críticos sobre Juan Gelman, del libro Palabra calcinada (UNSAM). "De acuerdo al testimonio de los siglos la poesía no salva pero, también, ya se sabe, nada se salva sin la posibilidad de la llegada de la poesía", dice el escritor y periodista mexicano.
Por Carlos Monsiváis.
¿Así viaja el amor/de ser antes de ser?
Juan Gelman, Carta a mi madre
La obra de Juan Gelman es un ir y venir entre las atmósferas de todos los días y la reflexión sobre la escritura poética. Gelman describe casi al principio la trayectoria de su oficio:
A este oficio me obligan los dolores ajenos,
las lágrimas, los pañuelos saludadores,
las promesas en medio del otoño o del fuego,
los besos del encuentro, los besos del adiós,
todo me obliga a trabajar con las palabras, la sangre.(2)
Años más tarde, al inventario fundamental Gelman –nacido en Buenos Ai- res en 1930– añade la pesadumbre de la patria perdida, de los seres amados destruidos por la dictadura, de la revolución que no llegó, del exilio que compensa de un modo sustancial por los nuevos arraigos, de la composición de circunstancias: “No era perfecto mi país antes del golpe militar. Pero era mi estar, las veces que temblé contra los muros del amor, las veces que fui niño, perro, hombre, las veces que quise, me quisieron”.(3)
Si los temas de Gelman no son tantos, son incontables sus métodos para describirlos, incorporarlos a otras multitudes de símbolos o de realidades que fueron o serán símbolos. Él siempre es sorprendente, en la medida en que sus soluciones literarias no vienen de la monotonía del hallazgo petrificado, ni de los fuegos de artificio de quien diseña sus maestrías para ya no molestarse en ejercerlas. Él va y viene de las metáforas que abandona sin arrepentimientos, de las versiones de los poemas de su tradición original, de las palabras que inventa con tal de esclarecer su sentido, de la autobiografía indirecta y de la confesión directa, del amor al deseo y del sentido del dolor puro, del puro dolor:
no bajo a los infiernos/ subo
hasta mi hijo clausurado
en su bondad /belleza/ vuelo/
y torturado/ concentrado/
asesinado/ dispersado
por los dolores del país/...(4)
Como todos los poetas extraordinarios, Gelman requiere de lectores por así decirlo profesionales, convencidos de las ventajas de la complejidad. Si la poesía demanda el nivel especializado que requiere del otro tiempo de atención, donde con más tiempo, el lector es el poeta complementario, la obra de Gelman, de modo distinto a la de sus admirados Enrique Molina y Olga Orozco, e incluso de la de otro de sus escritores formativos, Raúl González Tuñón, le exige al lector que radicalice su placer y, en un recorrido por los poemas, separe lo que encuentra de impulso lírico y lo que descubre de técnica ardua, a momentos casi vallejiana.
Cada poema de Gelman es un tejido orgánico donde el último verso ilumina al primero, y el primero le confiere su densidad al último. En él solo ocasional- mente hay mensajes, las afirmaciones que unen la esperanza y la desesperanza, pero sí multiplican las señales, las frases inconclusas, los silencios a modo de síntesis y una larga conversación consigo mismo, donde el hipócrita lector es su hermano pero no su cómplice. Él, al que podría llamársele en algunos textos “biógrafo de las alegorías”, es un narrador austero y entrecortado, y es también un indagador metafísico (“¿Tanto dolor que no se entiende es como / tanto amor sin entender?”),(5) un evocador de trayectorias que nacieron epitafios, y de epitafios que profetizaron vidas como “sueños derrotados”, un poeta ferozmente político, un poeta del amor como la ecología del mundo, un seguidor del parto inacabable de las tradiciones, un “dilapidador de Dios”, ese poder absoluto armado de limitaciones, un seleccionador de fragmentos del diálogo entre el alma corpórea y el cuerpo espiritual.
¿y si Dios fuera una mujer? alguna dijo
¿y si Dios fuera las Seis Enfermeras Locas de Pickapoon?
dijo alguno
¿y si Dios moviera sus pechos dulcemente? dijo
¿y si Dios fuera una mujer?(6)
Las preguntas de Gelman ignoran la posibilidad de las respuestas, o, mejor, son respuestas a modo de preguntas, afirmaciones capciosas que le devuelven la vida a esa palabra, capciosas, tan eliminadas por el desvanecimiento de la lógica del habla. Las imágenes ponen a salvo las provocaciones y la intuición se nutre de las profecías del sentido del humor. Si dios fuera una mujer se le rezaría de cabeza o, tal vez, si el rezo convocase a la existencia de Dios, lo proferiríamos en voz muy alta con tal de sorprender las religiones. ¿Será posible que las oraciones de gratitud sean por necesidad anteriores a los milagros?
El poeta que nunca desdeña la rabia, la desesperanza y la denuncia, reelabora la variedad de su experiencia. El panfleto, inconcebible, cede el sitio a la anarquía de las asociaciones libres del hablante poético, un historiador del surgimiento simultáneo de las emociones y las metáforas sucesivas.
... un hombre deseaba ardientemente la Revolución
y contra la opinión de la gendarmería
trepó sobre muros secos de lo debido,
abrió el pecho sacándose
los alrededores del corazón,
agitaba violentamente a una mujer,
volaba locamente por el techo del mundo
y los pueblos ardían, las banderas.(7)
Gelman cree y confía en los sentimientos y está dispuesto a la poesía sentimental si –condición sagrada– le dejan definir y redefinir los sentimientos que, a los poemas me remito, se estremecen ante los arrasamientos, la dureza de los hechos históricos, la efervescencia de los peores que jamás carecen de convicción. Pero Gelman no le asigna a los sentimientos el papel de muro de lamentaciones o de asilo de la resignación, sino la de recuerdos invulnerables cuando el idioma los resguarda. Un ejemplo: su notable poema “El árbol”:
De la violenta madrugada
un hombre entra a su casa y el olor de sus hijos
le golpea la cara, los olvidos, la furia,
ahora cierra la puerta con doble llave
y se saca la gente, la ropa con cuidado,
apaga los gritos de la camisa
o los ojos del camarada que brillan en la cárcel.
Y oye cómo se mueve la ternura en la pieza,
bajo sus ramas dormirá todavía una noche,
bajo sus ramas yacerá cuando caiga.(8)
Una poesía contra la deshumanización. Decir esto es decir nada, ya que de acuerdo al testimonio de los siglos la poesía no salva pero, también, ya se sabe, nada se salva sin la posibilidad de la llegada de la poesía:
volviendo a la poesía/
los poetas ahora la pasan bastante mal/
nadie los lee mucho/ esos nadie son pocos/
el oficio perdió prestigio/ para un poeta es cada día más
difícil
conseguir el amor de una muchacha/
ser candidato a presidente/ que algún almacenero le fíe/
que un guerrero haga hazañas para que él las cante/
que un rey le pague cada verso con tres monedas de oro/
y nadie sabe si eso ocurre porque se terminaron
las muchachas/ los almaceneros/ los guerreros/ los reyes/
o simplemente los poetas/
o pasaron las dos cosas y es inútil
romperse la cabeza pensando en la cuestión/
lo lindo es saber que uno quiere cantar pío pío
en las más raras circunstancias…(9)
Gelman duda de la poesía, se afirma en la poesía, se niega a lo tajante, se desliza entre los orificios de lo categórico, se evade de las conclusiones porque se oponen al eterno retorno de los comienzos, cree en los rebeldes –el gran símbolo: su amigo, el escritor, el combatiente, el asesinado Paco Urondo– y en la poesía que trasciende los mensajes, y por eso describe la poesía de siempre y la que se escribe en este instante:
Este poema que nunca
terminará se parece a sí mismo.
Calla como bestia que piensa.(10)
Sometida a las tensiones de lo antropomórfico, la poesía es asunto de todos los días y de ninguno, de la gloria y de la penuria:
El poema no pide comer: come
los pobres platos
que gente sin vergüenza o pudor
le sirve en medio de la noche.(11)
Se requiere de esta metamorfosis del espacio de trabajo, cuya forma moldeable, a su vez, moldea a quien la escribe: “Va a sus versos como quien va a su cueva”.(12) Gelman está al tanto de su intento: que nadie se aleje de los procedimientos del ser humano, que nada tampoco se olvide de la primacía de su naturaleza verbal:
El poema da vueltas alrededor del cuarto.
Obtuso y persistente, dice.
Mira palabras, pero
no se deja mirar por ellas. Así
no irá a ningún lado.(13)
Sí, los genocidios, las matanzas impunes, las represiones nada tienen de efervescencia lírica, pero la resistencia al horror requiere de la poesía, de la racionalidad de lo ideal, del ensalzamiento de la dignidad que es en sí misma el haz de sentimientos que persisten. Todo muy arduo de explicar, todo transparentado en los versos.
***
El presente ensayo fue tomado del libro Palabra calcinada. Veinte ensayos críticos sobre Juan Gelman, editado por Jorge Boccanera y María A. Semilla Durán por UNSAM Edita, 2016. Hay textos de Jorge Monteleone, Elena Bossi y Carlos Rafael Ruta, entre otros. Agradecemos al sello el permiso de publicación.
1 N. del E.: Prólogo publicado en Juan Gelman. Otromundo. Antología 1956-2007. Madrid, Fondo de Cultura Económica/Universidad de Alcalá, 2008. Este texto se reproduce con la autorización de los editores.
2 “Arte Poética”, Velorio del solo, en: Oficio ardiente. Ed. María Ángeles Pérez López. Madrid, Universidad de Salamanca, 2005, p. 138.
3 “III”, Bajo la lluvia ajena (notas al pie de una derrota), en: Interrupciones 2. Buenos Aires, Seix Barral, 1998, p. 14.
4 “Nota XX”, Notas, en: Interrupciones 1. Buenos Aires, Seix Barral, 1997, p. 118.
5 “Cita XLII (santa teresa)”, Citas, en: Interrupciones 1, op. cit., p. 304.
6 “Preguntas”, Relaciones, en: Oficio ardiente, op. cit., p. 251. 7 “Opiniones”, Gotán, en: Oficio ardiente, op. cit., p. 151.
8 Gotán, en: Pesar todo. Antología. México, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 43.
9 “Sobre la poesía”, Los poemas de Julio Grecco, en: Oficio ardiente, op. cit., p. 390.
10 “Las aguas”, en: Valer la pena. Buenos Aires, Seix Barral, 2001, p. 19.
11 “El perro”, en: Valer la pena, op. cit., p. 132.
12 “Viajes”, en: Valer la pena, op. cit., p. 6.
13 “Seguro”, en: Valer la pena, op. cit., p. 138.