Habla el oído: poemas de Julieta Marchant
Poesía chilena contemporánea
Miércoles 09 de diciembre de 2020
La poeta y editora chilena es autora de libros como Reclamar el derecho a decirlo todo y En el lugar de la mano el ímpetu de un río. Aquí compartimos algunos extractos de Habla el oído (Cuadro de Tiza).
Julieta Marchant nació en Santiago de Chile en 1985. Ha publicado Urdimbre (Inubicalistas, 2009); Té de jazmín (Marea Baja, 2010); El nacimiento de la hebra (Edicola, 2015), parcialmente traducido al inglés como The Birth of Thread, traducción de Thomas Rothe (Tinfish Press, 2019); Habla el oído (Cuadro de Tiza, 2017); Reclamar el derecho a decirlo todo (Pez Espiral, 2017; Jámpster eBooks, 2019) y En el lugar de la mano el ímpetu de un río (Bisturí 10, 2020).
Además, es codirectora de los sellos Cuadro de Tiza Ediciones y Editorial Bisturí 10.
De Habla el oído
Puesto sobre mí soy un pequeño animal carente de ardor. Las grandes palabras desalojadas se amontonan y aquietan. Vela el cuerpo y guarda. Edificada en el agua la escritura se desfonda. Más allá, donde no alcanza la vista, escuchar el rumor de aquello que extraviamos. De la falta o del amor no tuvimos noticia.
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Las palabras, secretas y disponibles, esperan que sus ínfimos cuerpos reciban una mano que sostenga. De dónde tanto miedo, le preguntan, y ella se mira en los ojos que medían el tiempo para huir. El temblor no proviene de afuera, soy un adentro, pensó, y la distancia se hizo lugar en ese pensamiento que sobresaltado encontró su orilla. En la superficie el viento indica que existimos. Todo podría volver bajo la forma extraña del sueño o del recuerdo.
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La ira en los ojos de alguien que amamos no comprendemos. Las manos desgarran el aire, hundidas en la lejanía se retiran de sí y rehúyen del rostro que busca amparo. En la opacidad de los cuerpos refulge el pasado que se apaga y sofoca el pecho. La angustia de saberse ido, remoto aun para quien nos mira y cree ver en nosotros al que despierta. No escribiremos nuestros nombres.
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Cuando las palabras recuerdan su origen y repiten esa desaparecida raíz que arrancada al viento se mece, el silencio recupera su forma. Supe de tu cuerpo y del movimiento que hizo de él un cuerpo. Lo veo derrumbarse y sus ruinas alcanzan las ruinas del mío que espera su temblor. Alguien habla de otro tiempo y soy incapaz.
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Acalla el silencio la mano y desemboca en este cuerpo que no ha cesado de quejarse. Incómodas ante la idea de su propia existencia, las palabras tensan los pliegues que las componen. A cada uno lo que le corresponde. A cada uno el pasado se reanuda, a cada uno la breve memoria de una fotografía. A cada uno el cada vez del cada cuando. A cada uno la angustia de la criatura que seremos y que somos cada vez que miramos al otro. Estamos solos ante la idea de la soledad y en nosotros reconocemos que el rostro ajeno es insoportable.