Díptico para ser leído con máscara de luchador mexicano
Miércoles 23 de setiembre de 2009
El texto y el video del poema más comentado en el maratón de cierre del FIRP.
Marcelo Díaz se ajusta la máscara, pidiéndonos que tengamos "en cuenta que acá hace calor", y comienza a leer. Cámaras y teléfonos celulares -justamente- abandonan simultáneamente mochilas y bolsillos. Los poemas cobran más fuerza:
Agradecemos a Marcelo que nos haya enviado los poemas (debajo transcriptos) y que nos haya explicado la razón de la máscara:
Respecto a la máscara, puede haber varias respuestas, una, caprichosa, es que me fascina como objeto, me gusta ponermela, y leer, pero claro, podría leer cualquier cosa, no solo este poema; otra razón es que dispara las preguntas ¿por qué la máscara? ¿qué hay debajo? y lo que importa no es tanto la respuesta, sino que la pregunta se renueve ¿no? Que alguien después de la sorpresa busque lazos entre máscara y poema, que es una forma de volver al poema. Y el poema es un collage de identidades, imaginarios, fantasmas, que se superponen, se raspan y se pegotean, no es "el crisol de razas" que nos enseñaron en la escuela, esa manera de fundirnos y hacernos una sola cosa, pero tampoco es la celebración de las diferencias, porque hay cierta violencia en cómo los músicos son mirados, incluso en su música, donde los temas que hacen no tienen nada que ver con las vestimentas que usan... bolivianos de muchos países (ecuatorianos, paraguayos, argentinos, etc), cosmopolitas, cosmobolitas... ¿por qué se visten así? ¿de dónde son? ¿qué juego juegan con las identidades? si hay multiculturalismo en esa escena, es un multiculturalismo descentrado, trash, con una violencia latente, por eso la máscara, que suma distorsión, que no deja ver quién la lleva, pero sí deja ver la puesta en escena, como la de los músicos que hacen Titanic con instrumentos andinos de viento entre carteles de Movistar... ¿de dónde son? no es posible saberlo, como tampoco es posible saber de dónde son los capitales transnacionales que aparecen en la escena ¿de dónde es el que lee? tampoco es posible saberlo. Y detrás de la máscara puede estar cualquiera, eso también me gusta. Alan Mills, que es fanático de la lucha libre mexicana, y que cree que es el espectáculo del futuro a punto de desplazar al fútbol, ve un emerger de tradiciones originarias, el mundo de los mitos indígenas vuelto espectáculo en la lucha y en las máscaras, que representan fuerzas simbólicas, más que personas debajo de ellas. Me gustó esa explicación, que jamás imaginé, y creo que voy a adoptarla también.
El texto y el video del poema más comentado en el maratón de cierre del FIRP.
Marcelo Díaz se ajusta la máscara, pidiéndonos que tengamos "en cuenta que acá hace calor", y comienza a leer. Cámaras y teléfonos celulares -justamente- abandonan simultáneamente mochilas y bolsillos. Los poemas cobran más fuerza:
Agradecemos a Marcelo que nos haya enviado los poemas (debajo transcriptos) y que nos haya explicado la razón de la máscara:
Respecto a la máscara, puede haber varias respuestas, una, caprichosa, es que me fascina como objeto, me gusta ponermela, y leer, pero claro, podría leer cualquier cosa, no solo este poema; otra razón es que dispara las preguntas ¿por qué la máscara? ¿qué hay debajo? y lo que importa no es tanto la respuesta, sino que la pregunta se renueve ¿no? Que alguien después de la sorpresa busque lazos entre máscara y poema, que es una forma de volver al poema. Y el poema es un collage de identidades, imaginarios, fantasmas, que se superponen, se raspan y se pegotean, no es "el crisol de razas" que nos enseñaron en la escuela, esa manera de fundirnos y hacernos una sola cosa, pero tampoco es la celebración de las diferencias, porque hay cierta violencia en cómo los músicos son mirados, incluso en su música, donde los temas que hacen no tienen nada que ver con las vestimentas que usan... bolivianos de muchos países (ecuatorianos, paraguayos, argentinos, etc), cosmopolitas, cosmobolitas... ¿por qué se visten así? ¿de dónde son? ¿qué juego juegan con las identidades? si hay multiculturalismo en esa escena, es un multiculturalismo descentrado, trash, con una violencia latente, por eso la máscara, que suma distorsión, que no deja ver quién la lleva, pero sí deja ver la puesta en escena, como la de los músicos que hacen Titanic con instrumentos andinos de viento entre carteles de Movistar... ¿de dónde son? no es posible saberlo, como tampoco es posible saber de dónde son los capitales transnacionales que aparecen en la escena ¿de dónde es el que lee? tampoco es posible saberlo. Y detrás de la máscara puede estar cualquiera, eso también me gusta. Alan Mills, que es fanático de la lucha libre mexicana, y que cree que es el espectáculo del futuro a punto de desplazar al fútbol, ve un emerger de tradiciones originarias, el mundo de los mitos indígenas vuelto espectáculo en la lucha y en las máscaras, que representan fuerzas simbólicas, más que personas debajo de ellas. Me gustó esa explicación, que jamás imaginé, y creo que voy a adoptarla también.
Díptico para ser leído con máscara de luchador mexicano
I – La Era del Karaoke
Los cactus han brotado en el verano, uniformes e instantáneos. Se los ve
desde el bar Oro Preto, en el declive de una tarde bochornosa.
Se oye hablar de palmeras, y de playas donde el agua es de un celeste cristalino,
y de cardúmenes que se abren como estallidos multicolores,
se oye el hielo derretirse en vasos de cuello largo,
y motores que regulan en el semáforo de la avenida
y los primeros acordes del tema musical de Titanic.
Están en un extremo de la peatonal Drago, frente al bar Oro Preto,
están entre los cactus, bajo el cartel azul y verde que dice MOVISTAR,
delante de un mundo iluminado por celulares y sonrisas ploteadas en el vidrio.
¡DUPLICATE! ¡RECARGAME! ¡SOMOS MÁS! Pero ellos no son parte
de la campaña de MOVISTAR, tampoco lo son los cactus,
aunque una mujer le dice a otra: mirá qué lindos
los cactus que puso MOVISTAR. Pero los cactus, verdes, instantáneos,
uniformes y estampados sobre una gruesa lona vinílica, no forman parte
de la campaña publicitaria de MOVISTAR, están ahí
para simbolizar el desierto
aún presente en la ciudad, están ahí
para recordarnos que el desierto
sigue ahí, bajo el cemento. Aunque es cierto
que son lindos y que los artistas
se inclinaron por la misma tonalidad de verde que los creativos de la transnacional. Ahora,
desde una mesa en la vereda del bar Oro Preto,
asistimos al hundimiento del Titanic, que este grupo
(dos sikus, dos parlantes, una quena,
un amplificador TONOMAC, una flauta de pan)
interpreta con entusiasmo andino entre cactus de lona vinílica,
ante un cardumen multicolor de celulares
que se recargan y se duplican en la pecera telefónica.
El Titanic, en la versión electro-kolla, más que hundirse, se disuelve
en trinos de quena y siku, y he aquí a los músicos,
sobrevivientes tenaces del naufragio de un continente, en los estertores
de la era del karaoke, con sus ropajes que juzgamos típicos, aunque no sepamos
típicos de qué, de pie y agradeciendo la llovizna
de aplausos que no bien
toca el desierto se evapora.
II – Señas de identidad
Para el taxista que mira en diagonal el conjunto
desde su parada en Avenida Colón
son bolivianos, pero están
disfrazados de otra cosa; para el cafetero que atraviesa la peatonal
con su carrito de metal lleno de termos
son paraguayos que se hacen los bolivianos, y además
hacen playback; para el cajero del bar Oro Preto
son todos de Fuerte Apache, si bien concede
que la versión de Chiquitita
es lo mejor de un repertorio
marcadamente multicultural, y a él, en particular, le gusta;
para el guardia de seguridad privada de MOVISTAR
son un objeto a desalojar, tarde o temprano, cuando le den la orden;
para las administrativas de la Universidad Nacional del Sur
que se hacen un minuto y toman un café, las plumas del vestuario son
de papagayos amazónicos, y sus colores: ¡hermosos!;
para el productor agropecuario que en su camioneta exhibe
ESTAMOS CON EL CAMPO, como quien dice “estoy conmigo”,
en un ejercicio de solidaridad identitaria
difícil de superar, son bolivianos que se cansaron
de juntar cebolla en Mayor Buratovich y ahora se dedican
al arte musical; para el Presidente de la Nación Nicolás Avellaneda
el problema es el desierto; para el joven abogado Estanislao Zeballos
se trata de quitarles el caballo y la lanza
y obligarlos a cultivar la tierra con el Rémington al pecho, diariamente;
para el Ministro de Guerra Julio Argentino Roca 1 Rémington se carga
15 indios a la carrera, el resto es hacer cuentas,
y embolsar; para el periodista que se arrima
con espíritu etnográfico y pregunta:
¿de dónde son? la respuesta es: vamos
a Monte Hermoso, después a San Antonio,
hacemos la costa, y tenemos
una oferta imperdible: The best of siku, volumen cinco, que contiene
La casa del sol naciente, Imagine, Hotel California, Cuando los ángeles lloran,
y la versión de Chiquitita que acabamos de escuchar,
a sólo quince pesos,
por ser usted.
Marcelo Díaz (Bahía Blanca, 1965) publicó Berreta (1998), Diesel 6002 (2002) y Laspada (2004). Fue editor y redactor de la revista VOX y de VOXvirtual, colaboró con el Diario de Poesía, Bazar americano y actualmente con la revista Otra Parte. Ha dictado cursos y seminarios en Argentina, Chile, Paraguay y Ecuador. Es editor y redactor de material didáctico y guión de sala en Ferrowhite -museo del trabajo ferroviario- y coordina el proyecto Archivo White de teatro documental junto a Vivi Tellas.
Marcelo Díaz administra el blog Acción literaria.