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Lengua excedida I

Comienza el mes de curaduría a cargo de la escritora e investigadora en lingüística Emma Villazón, autora de libros como Fábulas de una caída. Comienza su serie de poetas bolivianos presentando a Anabel Gutiérrez León.

Selección y comentario Emma Villazón.

Poesía boliviana reciente

Un cuadro ficticio para empezar: la selección boliviana de poetas se enfrenta contra la selección paraguaya de poetas. Las barras enardecidas muestran los dientes, alzan banderas, corean himnos… ¿cuál dará el golazo que llegue al cielo? En una de ellas se empieza a murmurar: “¿por qué no hay una poeta mujer?”, “en el puesto 10 debería ir Hilda Mundy”, “¿y las lenguas originarias?”, “¿por qué no tenemos buenos entrenadores?”, “¿por qué no se toma en serio a la selección?”, “¡¿por qué…?!,  ¡¿por qué…?!”, y en minutos entran los goles contra esos seleccionados… Así, con esta imagen, se podría graficar las emociones y pugnas que comúnmente se dan cuando se considera a los poetas como jugadores de una selección nacional.

 

Pero, cabe insistir, cuando los poetas meten gol, ¿cambia su marcador nacional u otro más extraño que ni les pertenece ni les da respuestas precisas?... Visto así, estas entregas aspiran a mostrar no una poesía boliviana estancada, resurgida o novísima, solo unos poetas, “nada más ni nada menos, con eso es más que suficiente”, diría Octavio Paz; cuatro poetas vivos, nacidos en Bolivia, que desde hace tiempo silenciosamente inquietan el juego en la cancha amplia del lenguaje.

Anabel Gutiérrez León

En los poemas de Anabel, si bien la mirada transita con frecuencia por la infancia o unas ruinas amorosas, estos lugares de escritura en realidad parecieran ser estímulos que conducen a una voz a merodear por un problema menos visible, que quizás, me animo a decir, sea una fuerte inquietud ante el lenguaje. ¿Cómo hablar de la llegada al lenguaje, de saberse no solamente acompañados sino constituidos por las palabras?, probablemente sea una de las preguntas que persigue a la autora. En sus poemas, las palabras nunca son instrumentos “para” hablar de un tema, sino los adobes de la casa que se habita, los surcos para los pensamientos, los actos, el habla: la escritura. Entonces escribir se vuelve sinónimo de buscar en esa casa, agitar esa casa o tener que deshacer esa casa: mostrar su techo, sus cimientos. Poesía que pareciera tener ojos sobre sí misma, lúcida y conmovida por las palabras que la construyen, la poesía de Anabel se mueve entre el desgarro de la lucidez y la pasión. A continuación, un poema del libro Los espacios de la enfermedad, y otro publicado en revistas.

a

I

el lugar
(fragmento)

yo maté un hombre

para convertirlo en el lugar

donde el amor sucede

y como la pequeña difunta

yo también dije al despertar

es el lugar del amor

aunque esa mañana no había escuchado su canto

(acaso, apenas el sonido de un cuerpo

cayendo)

lo supe al despertar:      era el lugar del amor

lo supe porque el canto había cesado

lo supe porque le sucedía un silencio incompleto

por la visión del espacio vacío:

solo la huella de una presencia

como el silencio

ocupando         _edificándose

en el tiempo donde había sucedido el canto

a
* * *
a

(fragmento)

a

en una casa enorme

vivíamos sin conocernos

mi nombre

mi cuerpo

a

y yo

a

habitando el mismo espacio

pero ocupando otros tiempos

a

repartidos sin equidad

sin equidad, ni

concierto

a

existíamos sin sabernos

en el mismo lugar

aunque no al mismo tiempo

a

las palabras

sabían nombrar

las cosas

sólo cuando ellas

estaban

en-su-sitio

a

_y ninguna más

a

era una casa

de cuentos

de cuentos para niños

cuando son leídos por los niños:

aaaaaaaaaaaaalas flores rojas, escritas con tinta roja

a

yo no sé quién la construyó para mí

aaaaaaaani si hubo cuándo, cómo, quién

sólo supe

que la casa estaba

donde la mirada de Dios no                llega

sin Bien

aaaaaasin Mal

a

desconociendo las Mayúsculas

sola y

sólo por las noches

fascinada con mi horror

perseguía sus secretos

yo deseaba ser (al)ca(n)zada por ellos

a

cuando alguien venía a verme

tocaba antes de entrar

se despedía al irse

a

y yo aprendí a decir mañana

a escribir noche

para que la luz y la oscuridad, se hagan

y duren una después de la otra después de la una después de la otra

a

para saber dormir

para poder despertar

dando forma a las formas de la necesidad

a

Anabel Gutiérrez León (Tarija, 1978). Ha publicado el libro de poemas Los espacios de la enfermedad (Plural Editores, 2007), y ha formado parte de varias antologías, como Lo más profundo… ¿La piel? Escritoras emergentes de Bolivia  (2010). Conductas erráticas (2009) y Cambio climático. Panorama de la joven poesía boliviana (2009). Vive en Zaragoza.

*

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