Tres poemas de Aldous Huxley
Miércoles 06 de diciembre de 2023
Más conocido por su obra de ficción y sus ensayos, pocos saben que el autor de Un mundo feliz y Las puertas de la percepción comenzó a escribir en verso y nunca dejó de hacerlo.
"Las palabras pueden ser como los rayos X, si se emplean adecuadamente: pasan a través de todo", escribió el británico Aldous Huxley en la novela que lo hizo más famoso, Un mundo feliz, de 1932.
Años antes de ese libro, el joven pianista que pasó casi dos años prácticamente ciego por un problema en la córnea escribió libros de poemas. Con veintidós años publicó su primer libro, La rueda ardiente (1916), una colección de poemas. Le siguieron Jonás, escrito en las navidades de 1917, La derrota de la juventud y otros poemas (1918) y Leda (1920).
Tomados de la edición bilingüe de Jesús Isaías Gómez López publicada por Cátedra, compartimos tres poemas del autor de Las puertas de la percepción.
Queja de un poeta frustrado
Juzgamos simplemente por la apariencia:
si no puedo pensar de forma diferente, al menos puedo parecer curioso.
Así que me dejé crecer tanto el cabello
que mi madre no me conocía,
hasta que en un club nocturno una mujer dijo,
cuando yo pasaba:
"Hola, he aquí Salomé..."
Miré en el sucio cristal de montura dorada,
y ¡ay, Salomé! Allí estaba yo
totalmente enjoyado, medio vampiro,
con el alma en mis ojos flotando alelada
como el recolector de la proverbial salicornia
encima del borde del peñasco del sentido,
mirando hacia abajo desde el peligroso promontorio
hacia un abismo de noche ventosa.
Y hay paja en mi tempestuoso cabello,
y no soy un poeta: ¡mas nunca desespero!
Viviré locamente los poemas que nunca escribiré.
Noche de verano
Hay calma, las estrellas palpitan
como seres sensible. ¿Acaso el cielo arriba
late con la agonía del destino humano?
¿Y la inmensa oscuridad está caldeada de amor?
A menudo en noches tan maravillosamente azules,
tan primorosas como flores jamás vistas, tan tranquilas como éstas,
podría creerme estos ensueños y fantasías,
el silencio entonces se estira hasta romperse, y los árboles
atienden, parece, a cierto viento espiritual
que los despertará a la vida, y todas las cosas parecen
los pensamientos y pasiones de una mente secreta
que durmiendo lleva a la orilla de un extraño sueño.
Más cerca, más; el esplendor y la luz divina
se posan sobre la noche. Salvo la mente, los sueños son míos.
Propiedad privada
Todo pasa -¿aún así quién es misántropo?-
los hombres y las cosas reales que pasan
empujándose, para marchitarse como la hierba
de pronto: y (sea la esperanza del cielo,
o el caleidoscopio de la poesía,
o amor o vino, en el banquete, en la misa)
cada uno es dueño de un paraíso de cristal
donde nunca un ansioso heliotropo
sigue el ascenso o el declive del sol;
pues el sol allí sueña y el tiempo ni es ni fue.
Como faunos repujados en nuestro reino,
miramos fuera y nuestros ojos serenos
observan cómo los dioses cabríos del dolor
salen de juerga; y si por macabra sorpresa
en nuestro paraíso irrumpen
pacientemente, su belleza otra vez fortalecemos.