Prólogos

Las trampas de la cazadora: Armonía Somers, 70 años después

Por Gabriela Borrelli

Sobre la esperada reedición de La mujer desnuda, de Armonía Somers, por la uruguaya Criatura Editora. "Como buena cazadora, su autora se camufló entre los colores de los nombres para que no se supiese de dónde venía el disparo, pero la bala impactó". 

Por Gabriela Borrelli.

 

 

 

La premisa es leer con pasión, no ocultar mis intenciones, no hacer como si ese título no existiera, no hacer como si la historia no hubiera sucedido. En cambio, buscar: el nombre que se deshace, el que se arma en la actualidad, el del pasado que dialoga con estas palabras. ¿Acaso no busca quien escribe? ¿Acaso no buscaba Armonía Somers? ¿Acaso no buscás ahora que estás abriendo este libro? Se da a la caza con la palabra, con la lectura, se persigue, se busca algo que en el camino se deshace y se vuelve a armar.

Han pasado setenta años de la primera publicación de La mujer desnuda, la que salió a cazar lectores. Como buena cazadora, su autora se camufló entre los colores de los nombres para que no se supiese de dónde venía el disparo, pero la bala impactó. Primero en los escandalizados, que acusan siempre recibo, segundo en los que saben del arte de la caza y coincidieron: no hay nada igual. Tercero, los ecos que siguieron a través del tiempo, esa lenta caza de algunas autoras, disparos que atraviesan las épocas para seguir formando círculos cada vez más grandes. ¿Qué lectoras buscaba esta novela? La primera edición fue en 1950, edición del escándalo y de la controversia, esa misma edición que es la que tenemos entre las manos. En las últimas hojas de la revista Clima de Montevideo se publica La mujer desnuda.

Enseguida comienzan las especulaciones y se duda de la autoría femenina. ¿Es que las mujeres pueden escribir así?, se preguntan, discuten, especulan. No, responden. Entonces, la ficción: que es un homosexual (!), que es un maniático sexual que ha dejado el manuscrito en la Biblioteca Nacional y su director quedó fascinado. Armonía Somers pareciera disfrutar esas ficciones especulativas sin participar en ellas ni para develar ni para avivar los imaginarios. La misma revista decide publicar nuevamente el texto pero esta vez separado de la revista. La segunda edición será vendida casi en su totalidad, sí, a la Biblioteca Nacional cuyo director cayó en la trampa de la cazadora y, fascinado, compró todos los ejemplares y se encargó de su distribución. De ahí, lo que se dispersa, las estelas invisibles de una escritura que se deshace para volverse a armar en la lectura. El yo que se fuga, como la protagonista que llega a nuestros días a buscar a ¿qué lectoras? Sin duda lectoras y lectores que no temen a la explicitación de lo sexual en el entramado narrativo. Sin embargo, esa falta de temor se vuelve otra vez trampa. Otra vez el disparo, la oscuridad luminosa de la prosa, la necesidad a cada instante de levantar la voz o el cuerpo, de bajar el libro o correrlo de la vista. Es que se siente la corrida, la velocidad en la escritura, el azuzamiento al lector. Nos persigue, la escritura de esta novela te persigue.

Así como se esconde el personaje, se esconde su autora, y hasta parece escondido quien lee. 

Leo con intenciones, busco: ¿la historia del libro? ¿La de su protagonista? ¿La del nombre escondido? ¿La de Eva —esa Eva primera y fundante—? ¿Mi nombre o el tuyo, acaso? Rebeca Linke cumple 30 años, se mira al espejo, se desnuda, se corta la cabeza, sangra, se desangra en realidad, entonces se la vuelve a colocar y toma un tapado, va a la estación de tren y se hunde en el bosque. Allí pierde su nombre pero gana otro cuerpo: el del deseo. Susurra en los oídos de leñadores, se aparece física o espectralmente a curas y mellizos regordetes. En todos despierta el mismo terror y el mismo deseo. Rebeca, o ahora la mujer desnuda es una Eva deseante y también un poco la virgen sexuada de El derrumbamiento, el primer cuento publicado por la autora. No se puede seguir bien el relato porque pareciera que la escritura se escapa, no se demora sino que corre, y con ella nuestra protagonista y nosotras mismas.

Leo con un plan: insertar a Rebeca Linke en una constelación de figuras literarias que arman una tradición libertaria de los cuerpos. El eco de Ana Karenina de Tolstoi está en la mujer desnuda, sobre todo en la presencia del tren y la huida, también la fiesta trunca de Mrs. Dalloway de Virginia Woolf —Rebeca se corta la cabeza el día de su cumpleaños— y por qué no, la Nora Helmer de Ibsen marcando el escape como fuga del deseo. Armonía Somers se inserta en una tradición que le pertenece geográficamente, que la emparenta con la rareza surrealista del Conde de Lautréamont o el misterio de Marosa, como ya marcó Ángel Rama; pero también en la tradición de Violette Leduc con La bastarda.

Leduc publicó casi 15 años después de Somers y, aunque no es una ficción total, su libro comparte la crudeza de la mirada sobre el deseo femenino atravesado por ese primer pecado: cuerpos expulsados del buen visto patriarcal. La lista podría continuar con solo destacar la presencia del bosque como elemento final del recorrido desertor como por ejemplo en El bosque de la noche, de Djuna Barnes. 

Leer entre líneas: ¿son mis intenciones lectoras consecuencias invisibles de las intenciones escriturales de Somers?

Intención: hay algo que se funde. Ya cazada, presa del clima acuciante y caluroso de la novela, me pierdo en las imágenes. Hay algo que sucede en lo escrito: se atraviesa igual que en el bosque y las formas se deshacen, se confunden los colores, se confunde lo narrado y no se distingue si es pensamiento o acción. Otra vez, correr. Buscar el final que tampoco se arma, mirar para todos lados y solo encontrar el sonido del río. Junto a nuestra protagonista, quienes leemos también nos acercamos a un río: el sonido de lo escrito. 

Se llega al final sin destino pero con el ritmo que marca la expropiación. Leemos expropiando: el nombre, el territorio de lo real, la expectativa del futuro. Se lee para armar una especulación formal de lo escrito. La mujer desnuda está aquí para tramar (o conjurar) otra vez: el cuerpo femenino, lo nombrado, la libertad, el deseo, la muerte.

 

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