Columnas

La ruta hacia Yacuiba

Los límites del realismo
Dos libros de relatos —"Desvelo", último del boliviano Saúl Montaño, y "Despiértenme cuando sea de noche", de Fabio Martínez— se cruzan aquí con el Saer entrevistado que dice que "los escritores realistas deben ser distintos entre sí, ya que la realidad es una pero las formas de la percepción cambian de persona en persona".

Por Luciano Lamberti.

¿Cuáles son los límites de una ciudad, de una provincia, incluso de un país? Guerras y tratados territoriales los han determinado un poco arbitrariamente, pero los límites reales se estiran y no responden a convenciones de ninguna clase. Son límites para los mapas, pero en realidad la cosa es muy diferente. Por ejemplo: Bolivia empieza en Tucumán. Un poco más al norte de Tucumán, no podría decir cuánto, ya estamos en Bolivia. Podrán creerse que están en Argentina, podrán ser argentinos en los papeles, pero en la realidad son bolivianos. El paisaje es boliviano, el clima es boliviano, la música es boliviana, la comida es boliviana, la gente es boliviana, aunque sigan con el gran malentendido inaugurado por alguna guerra o venta fraudulenta de terrenos, cosa que no sería rara para los oligarcas argentinos. También puede decirse lo contrario: si por encima de la frontera que divide a los países se sigue el modelo tucumano, salteño, jujeño, entonces gran parte de Bolivia es Argentina, vivimos en una gran malentendido que ya dura siglos. 

Yacuiba, entonces, sería parte de la Argentina. La sola mención de esa ciudad de frontera (otra vez los límites ficticios) de unos cien mil habitantes, que fue reclamada por la provincia de Salta hasta 1925 como terreno propio, me pone los pelos de punta, me estremece, me parece un sueño. Voy a tratar de explicarles porqué.

“Subí la moto y arranqué. No fui hacia la ciudad sino que tomé la carretera hacia Yacuiba”, dice el narrador de “Días de motos”, el primer cuento del volumen titulado Desvelo que acaba de publicar el boliviano Saúl Montaño. Nunca se nos dice explícitamente, pero el personaje es un demente que vive encima de su moto, de acá para allá, gritándole “¡pajeros!” a los soldados, imaginando terribles y hermosos accidentes, y sintiendo “el poder” cada vez que pasa cerca de un auto. 

Todo el volumen de cuentos está protagonizado por esa clase de personajes. Actúan como jóvenes, aunque ya han dejado de serlo. Viven sin norte ni esperanza. Toman cerveza día y noche para paliar las consecuencias del clima y la presión atmosférica. Cualquier acontecimiento, lo que les sucede, es tan nimio y está tan despojado de cualquier clase de religiosidad que no cambia en ningún sentido la nada que constituye sus vidas. Montaño cuenta el otro lado de Santa Cruz: el de los personajes que quieren salir disparados hacia cualquier parte. Los que toman la ruta hacia Yacuiba y sueñan con cambiar, cosa que, sospechamos, no sucederá (la única esperanza es que empeoren o se mueran).

Esto me recuerda al cuento “Tartagal queda cerca de Yacuiba y Yacuiba queda cerca de Tartagal”, de Fabio Martínez, incluido en el excelente volumen Despiértenme cuando sea de noche, publicado en el 2011. En el que quizás sea el mejor relato, Martínez explora, con una minuciosidad exhaustiva, que recuerda un poco al Rulfo de “Luvina” (hay un bar que se llama así en el cuento) las particularidades de esa ciudad de frontera donde literalmente cualquier cosa puede suceder. Es una descripción tan vívida e intensa que nos parece estar ahí, mirando a los choferes de taxi de “panzas grandes e hinchadas”, a los vendedores de películas truchas en DVD, a los colectiveros coqueando y los turistas que van en busca de comercio sexual. Una ciudad que no tiene nada que envidiarle a la Santa Teresa de Bolaño: en el centro de la narración se cuenta la violación y el posterior asesinato de una nena de trece años a la que pasearon al frente de su casa “para que sufra más”.

La mención a Yacuiba y a mundos de tranquila desesperación une a estos dos autores, que nacieron y escriben desde puntos diversos de los mapas políticos, aunque no los reales. En el libro de entrevistas a Saer que publicó Mansalva hace poco, el santafesino dice que no puede haber un realismo, sino varios. A semejanza de Carver, que en su ya famoso ensayo habla de un mundo en consonancia con cada escritor que decide abordarlo desde una mirada particular, Saer declara que los escritores realistas deben ser distintos entre sí, ya que la realidad es una pero las formas de la percepción cambian de persona en persona. Encontrar un estilo sería, entonces, la capacidad de transfigurar al mundo, de verlo con la mayor cercanía posible a la subjetividad del escritor. Montaño y Martínez hablan, en cierta medida, de una misma Bolivia (aunque uno se centre más en Santa Cruz y otro en el profundo Sur) pero el filtro de sus miradas la vuelve única, irrepetible, y esa es, o debería ser, la función del arte verdadero.

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