Ficción

La certeza, una cosa muerta

Diego Zúñiga subraya a Louise Glück

El escritor chileno, cuyo libro Niños héroes acaba de salir, reclama una buena antología para la poeta estadounidense y elige algunos de sus versos de entre cinco libros distintos para dejar en claro por qué lo vale. Y vaya que lo logra.

Por Diego Zúñiga.

Lo primero que hay que decir es que voy a hacer trampa: los subrayados que leerán a continuación provienen no de un libro, sino de cinco. Son todos los títulos de la poeta norteamericana Louise Glück que están traducidos al castellano, todos publicados por Pre-textos. Elijo los cinco, pues me cuesta encontrar un título que sea capaz de transmitir por completo el talento de Glück.

Como bien señaló en su momento el narrador y traductor español Gonzalo Torné, en una reseña sobre los libros de Glück, lo que se hace necesario publicar ahora en nuestro idioma es una buena antología de su poesía, que ha tenido la fortuna, además, de ser traducida por muy buenos poetas, como Mirta Rosenberg, Eduardo Chirinos y Mariano Peyrou. Mientras esperamos por esa antología, acá algunos de sus versos y poemas dispuestos un poco a la azar.


Hace mucho tiempo, fui herida.

Aprendí

a existir, como reacción,

desconectada

del mundo: te diré

qué quería yo ser:

un artilugio capaz de escuchar.

Inerte no: inmóvil.

Un trozo de madera. Una piedra

 

*

 

En una época,

sólo la certeza me daba

alegría. Imagínense…

la certeza, una cosa muerta.

 

*

 

Y si cuando escribí sólo usé unas pocas palabras

fue porque el tiempo siempre me pareció corto,

como si pudieran arrancármelo

en cualquier momento.

 

*

 

Las canciones han cambiado: lo impronunciable

ha entrado en ellas.

 

*

 

Tú que no recuerdas

el paso de otro mundo, te digo

podría volver a hablar: lo que vuelve

del olvido vuelve

para encontrar una voz.

 

*

 

Debería herirse

solamente a algo que se le pudiera dar

el corazón entero. 

 

*

 

Intento hacer que vuelvas,

ésa es la razón

de mi escritura.

Pero te has ido para siempre

como en las novelas rusas,

diciendo unas cuantas palabras

que ya no recuerdo.

 

Qué voluptuoso es el mundo,

lleno de cosas que no me pertenecen.

 

*

 

Mi madre ha visto la muerte: por eso no habla nunca

de la integridad del alma. Ha sostenido en brazos

a un bebé, a un viejo, mientras la oscuridad los envolvía,

solidificándose, hasta convertirse en tierra.

El alma es como el resto de las cosas materiales:

¿por qué tendría que mantenerse intacta, fiel a su forma,

si puede ser libre?

 

*

 

Hace mucho tiempo, fui herida. Viví

para vengarme

de mi padre, no

por lo que él fue

sino por lo que fue de mí: desde el principio, 

desde niña, creí

que el dolor quería decir

que no me amaban. 

Que amaba, quería decir.

 

*

 

A mi modo de ver,

mi madre estuvo siempre oprimida

por mi padre, como si él

hubiera atado con plomo sus tobillos

 

Optimista

por naturaleza:

quería viajar,

ir al teatro, a los museos.

Lo que él quería

era tirarse en el sillón

con el Times

tapándole la cara

para que la muerte, al venir,

no pareciese un cambio significativo.

 

En parejas así

donde el acuerdo consiste

en hacer cosas juntos,

siempre la parte activa

es la que hace concesiones, la que da.

No se puede visitar museos

con alguien que se niega

a abrir los ojos.

 

Creí que la muerte de mi padre

liberaría a mi madre.

Y en cierto sentido, así fue:

ella viaja, contempla

grandes obras de arte. Pero flotando.

Como el globo de un niño

que se pierde en cuanto nadie

lo sujeta.

O como un astronauta

que ha perdido su nave

y queda en el espacio, a la deriva,

sabiendo que, dure lo que dure,

el resto de su vida será así: libre,

de ese modo.

Sin relación con la tierra.

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