Prólogos

José Carlos Mariátegui a 90 años de su muerte

Por Martín Bergel

"A noventa años de su inesperado fallecimiento, la figura de José Carlos Mariátegui (1894-1930) continúa despertando pasiones y concitando interés entre los investigadores y el público lector". Compartimos la introducción a una de las novedades de Siglo XXI Editora, a cargo de su compilador.

 Por Martín Bergel.

 

A noventa años de su inesperado fallecimiento, la figura de José Carlos Mariátegui (1894-1930) continúa despertando pasiones y concitando interés entre los investigadores y el público lector en Latinoamérica y otras partes del mundo. Que así sea no se debe solamente a que el peruano haya quedado consagrado como el “primer marxista de América” (según la definitoria fórmula de Antonio Melis, uno de sus mayores estudiosos),1 a su impronta indigenista y confiada en el potencial creativo de individuos y sujetos sociales o al haber encarnado uno de los más virtuosos maridajes entre vanguardismo estético y vanguardismo político. Además de esos rasgos de su trayectoria, y de otros que pueden fácilmente añadirse, el persistente atractivo de Mariátegui descansa en su arborescente producción escrita.

Consistente en cerca de dos mil quinientos artículos periodísticos y ensayos breves elaborados al ritmo vertiginoso de las publicaciones periódicas para las que fueron concebidos, su obra se ubica a distancia de cualquier ilusión de unidad o coherencia. Ciertamente, su renuncia a la sistematicidad –capaz de incomodar a lectores sagaces de sus escritos, como el gran historiador José Sazbón–2 luce como un factor de primer orden a la hora de ingresar a su laboratorio intelectual. De un lado, Mariátegui mismo se jacta, en las notas preliminares de los dos libros que publicó en vida (compuestos a partir del ensamblaje de una porción de sus ensayos ya publicados), de que esa inorganicidad es consustancial a un estilo de trabajo irreverente que le permite ofrecer radiografías penetrantes del caleidoscopio que le toca vivir. Para captar las instantáneas de su época, su “método”, declara al inicio de La escena contemporánea, no puede ser sino “un poco periodístico y un poco cinematográfico”;3 su afán, señala al presentar los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, es el de desplegar un pensamiento que se ordene “según el querer de Nietzsche, que no amaba al autor contraído a la producción intencional, deliberada de un libro, sino a aquel cuyos pensamientos formaban un libro espontánea e inadvertidamente”.4 Esa disposición vital un tanto salvaje de quien allí mismo se arroga “meter toda mi sangre en mis ideas” (y no ha de ser casual que la otra figura que aparece evocada en esa “Advertencia” sea la de Sarmiento), resulta en definitiva una condición inicial que conviene contemplar para leer o releer a Mariátegui. De otro lado, precisamente la fluidez de su escritura, y los múltiples nombres propios y temáticas en que incursiona, habilitan nuevas e insospechadas aproximaciones a su obra. “Estudiaremos todos los grandes movimientos de renovación: políticos, filosóficos, artísticos, literarios, científicos. Todo lo humano es nuestro”, escribió nuestro autor en la presentación inicial de su revista Amauta. 5 La perdurable atracción que ejerce Mariátegui obedece también a las posibilidades de lectura que se derivan de esa sorprendente ubicuidad de sus intereses. 

Pero una presentación a un conjunto representativo de textos del autor de los 7 ensayos debe advertir de inmediato que ese carácter proliferante y desprejuiciado de su praxis intelectual se halla compensado, en sus constantes aperturas, por una suerte de brújula interna. Como advirtió Álvaro Campuzano en un lúcido ensayo reciente,6 el “entramado proteico, complejo y en movimiento” que conforma el amplio abanico de temas visitados por la pluma de Mariátegui, se ve regulado por una “orientación básica, comparable a una fuerza gravitatoria”. ¿Pero dónde radica ese núcleo en torno al cual orbita, a mayor o menor distancia, la pluralidad de sus escritos? Aquí sostenemos que se cifra en el horizonte de un socialismo cosmopolita. Desde 1918, y cada vez con mayor vigor, el primero de los términos de esa fórmula será parte de la identidad pública de Mariátegui como periodista y como intelectual. “Hombre con una filiación y una fe”, como se define en La escena contemporánea, su adscripción socialista se verifica sea en su voluntad de marxismo (por ejemplo, para encarar la cuestión indígena desde una perspectiva económica y de clase), en su aliento revolucionario (impulsado por el acontecimiento bolchevique de 1917, y luego por el influjo de Georges Sorel y de otras sugestiones), o en su recurrente lectura de los hechos sociales, estéticos y culturales contemporáneos como índices de fuerzas nuevas o, en su reverso, como síntomas del declive de la sociedad burguesa (según se aprecia en la remisión de una multitud de fenómenos de actualidad a los campos antitéticos de la revolución o la decadencia; 7aun cuando, como puede verse en algunos de los textos aquí reunidos, esa perspectiva no implicó la condena en bloque de todos los elementos asociados a la cultura liberal). En cambio, su constante inclinación cosmopolita, que lo acompaña y lo alienta incluso en sus incursiones en los “problemas peruanos” –que conforman una porción limitada de los textos que compone en su etapa madura–, ha sido menos reconocida. Y es que en América Latina la corriente principal de interpretación de Mariátegui quiso anexarlo sin más a los nombres-faro de la tradición nacional-popular.8 Favoreció esa tendencia el uso descontextualizado de algunos giros o frases, ejemplarmente de la que a todas luces ha sido su cita más famosa: aquella que en el editorial de Amauta titulado “Aniversario y balance” indicaba que el socialismo en América Latina debía evitar ser “calco y copia”.9 Frente a los estímulos a la autosuficiencia cultural derivables de esa frase, aquí sostenemos en cambio que la marcha de Mariátegui estuvo animada por una serie de disposiciones vitales que Mariano Siskind denominó “deseos cosmopolitas”, un conjunto de posicionamientos estratégicos que “permitían imaginar fugas y resistencias en el contexto de formaciones culturales nacionalistas asfixiantes y establecían un horizonte simbólico para la realización del potencial estético translocal de la literatura latinoamericana y de procesos de subjetivación cosmopolitas”.10 En otras palabras, lo que definió globalmente la aventura intelectual de Mariátegui fue una vocación resueltamente antiparticularista, que tanto para ofrecer lúcidos avistajes de los rasgos y figuras de su contemporaneidad como para, incluso, disponer caracterizaciones de la realidad nacional peruana, no cesó de colocar sus análisis en relación a las dinámicas de la época irremisiblemente mundial que latía ante sus ojos. De los dos libros editados por Mariátegui a los otros dos que tenía casi listos al morir –El alma matinal y Defensa del marxismo–, pasando por una selección del resto de su abundante producción, esta antología se organiza entonces siguiendo los pasos de las continuas aperturas de nuestro autor en su afán de un socialismo cosmopolita. 

Periodismo y “edad de piedra”

José Carlos Mariátegui nació en la pequeña ciudad de Moquegua, en la costa sur peruana, el 14 de junio de 1894. Hijo natural de una costurera y maestra de escuela de raíces campesinas, y de un hombre de linaje aristocrático con quien tuvo escaso vínculo, transcurrió su infancia y adolescencia en circunstancias modestas entre Huacho –otra localidad costera– y Lima, donde la madre y sus hermanos decidieron asentarse a inicios del siglo XX. El rasgo más notable de la niñez y juventud de Mariátegui es su autodidactismo. Privado de ir a la escuela desde los 8 años por problemas de salud, tanto en su hogar como en sus prolongadas hospitalizaciones halló estímulos constantes a la lectura. La disposición literaria y la voracidad por experiencias y saberes de las más variadas procedencias que entonces se le despertaron, y que lo acompañaron toda su vida, encontraron en el ámbito del periodismo limeño –donde se incorporó en 1909 y permaneció hasta su viaje a Europa diez años más tarde– un espacio sustitutivo de la educación formal a la que se veía impedido. Fue ese contexto del “diarismo” el que le proveyó un sinnúmero de incentivos que se prolongaron en el ejercicio temprano de una escritura briosa desde la que incursiona en una diversidad de géneros: la crónica periodística, la nota social y el comentario político, en primer lugar, pero también cuentos, poemas y obras de teatro (aficiones que luego iba a abandonar). Mariátegui tendió posteriormente a despreciar a Juan Croniqueur –su seudónimo favorito del período– y, en una conocida carta autobiográfica de 1928 al argentino Samuel Glusberg, escribió que en su fase juvenil, previa a su identificación con el socialismo, era apenas un “literato inficionado de decadentismo y bizanti[ni]smo finiseculares”. Pero su “Edad de Piedra”, como la llamó, es más rica de lo que ese juicio retroactivo supone, y entre los estudiosos de su obra las líneas de continuidad y de ruptura entre esa etapa y la del ensayista maduro han sido materia de discusión.11

Una de las dimensiones más acusadas que ese período juvenil legó a la entera trayectoria de Mariátegui tuvo que ver precisamente con su contacto inicial con el mundo de la prensa. En uno de los ensayos que, ya cercano a su muerte, escribió sobre el escritor estadounidense Waldo Frank, señalaba:

Mi experiencia me ayuda a apreciar un elemento: su estación de periodista[, que] puede ser un saludable entrenamiento para el pensador y el artista. […] Para un artista que sepa emanciparse de él a tiempo, el periodismo es un estadio y un laboratorio en el que desarrollará facultades críticas que, de otra suerte, permanecerían tal vez embotadas. […] Es una prueba de velocidad.12

Aptitud crítica y velocidad fueron en efecto facetas que, adquiridas en el trajín de la labor periodística, definieron el estilo intelectual de Mariátegui. Los ritmos y formatos de los diarios, primero, y de los semanarios, posteriormente –Mundial y Variedades, las revistas limeñas en las que el grueso de los textos de su etapa madura vio la luz–, moldearon el pulso de su escritura. Y si el espacio de la prensa fue para él un “laboratorio”, fue porque dispuso un terreno para la experimentación literaria (propiciada en su juventud por sus frecuentaciones de los ambientes de la bohemia, sobre todo en su paso por el grupo Colónida liderado por Abraham Valdelomar), y porque lo abasteció de los materiales contemporáneos a los que inevitablemente encadenaría su reflexión ensayística. La mayor parte de sus crónicas juveniles gira en torno a los claroscuros de la modernidad limeña, desde la serie que tituló “Glosario de las cosas cotidianas” hasta retratos de los mundos sociales que cohabitaban en la ciudad, pasando por la cobertura de la actividad parlamentaria nacional que radiografió con mordacidad para el diario El Tiempo. En esos textos, tanto podía entonar un canto alabado a “nuestro siglo” –“muy hermoso a pesar de sus crueldades, a pesar de sus injusticias, a pesar de sus mercantilismos”, según escribía en una carta al poeta Alberto Hidalgo–, como, a la inversa, evocar con nostalgia un espectáculo circense en su niñez, radiografiar la neurosis urbana y las tendencias al suicidio o, en su conocida crónica “La procesión tradicional” –que le valió un premio municipal–, dejar aflorar las emociones que le despertaba el desfile de una multitud creyente, a sus ojos capaz de provocar “una intensa resurrección del misticismo de Lima, asfixiado y sojuzgado ordinariamente por el vértigo y el olvido de la ciudad moderna”.13 Pero ese timbre nostálgico y pasadista (como lo llama Oscar Terán),14 de tintes incluso intimistas y religiosos, se iba a evaporar rápidamente en Mariátegui al calor de nuevos estímulos.

 

Socialista e intérprete de la época

Si en los casos referidos eran sucesos del acontecer local los que motivaban la escritura del autor de los 7 ensayos, la arena periodística sobre todo lo iba a vincular, y con especial protagonismo desde su viaje a Europa, a la escena internacional. El periódico, según señalaría en 1923, “es un vehículo, mensajero, agente infatigable de las ideas”, un artefacto que “recoge el latido y la pulsación de la humanidad infatigable”.15 Una de las primeras tareas de Mariátegui al ingresar en su adolescencia al diario La Prensa había estado vinculada al trabajo con telegramas provenientes de las provincias peruanas y con cables de las agencias internacionales.16 Ya entonces, esas partículas informativas constituían un insumo sustancial para sus ulteriores elaboraciones.17 Y en su madurez lo serían aún más, al punto que uno de los espacios permanentes en los que volcaría sus ensayos semanales en Mundial iba a llevar por nombre “Lo que el cable no dice”, un título que tanto confirma ese lugar privilegiado que otorgaba al flujo internacional de noticias, como advierte acerca del necesario tamiz crítico con que esa fuente debía ser procesada.

Ese murmullo permanente e inquietante al que lo contactó su labor en la prensa comienza a mostrarle las limitaciones del ambiente en la capital peruana. “Nada interesante ha turbado la abrumadora monotonía de nuestro vivir limeño”, escribía en 1915.18 Las referencias al tedio, al “hastío incurable de la vida”,19 son habituales en sus crónicas juveniles, por ejemplo en aquellas en las que da cuenta del cansino trajín de la política criolla. También se detectan en la correspondencia con Bertha Molina, un amor platónico de juventud, en la que el tópico del aburrimiento es recurrente. En una de esas cartas, en 1916, Mariátegui revela ya “expectativas de que algún día me den un puesto en Europa”.20

Una modalidad de fuga de esa realidad anodina estuvo vinculada al desarrollo de una veta irreverente hacia el conservadurismo de las costumbres limeñas, enlazada a las ansias de experimentación estética que compartía con su círculo periodístico-literario (un movimiento que anticipa en Mariátegui su afición posterior por las vanguardias). El episodio más resonante en ese sentido fue el “affaire Norka Rouskaya”, la danza que una bailarina suiza –conocida internacionalmente bajo ese seudónimo ruso– realizó una noche en el cementerio de Lima al compás de la Marcha fúnebre de Chopin, una performance organizada por Mariátegui que suscitó escándalo en la opinión pública y que le valió incluso ser detenido por la policía.21

Pero ese incidente, ocurrido a comienzos de noviembre de 1917, coincidió exactamente en el tiempo con un acontecimiento que fue tanto más determinante en la trayectoria intelectual de nuestro autor: la Revolución Rusa. Pocos meses después Mariátegui aceptaba “con ardimiento y fervor” el mote de “bolcheviques” que le endilgaba a su grupo la prensa conservadora,22 y entre 1918 y 1919, al compás de un ciclo de luchas obreras y estudiantiles (las vinculadas en el Perú al movimiento continental de la Reforma Universitaria), participaba ya en lo que luego llamaría sus “primeras divagaciones socialistas”.23 Ese proceso de rápida politización, que se expresó en la factura de dos órganos independientes de breve existencia –la revista Nuestra Época, en 1918, y el diario La Razón, un año después–, y que tuvo como símbolo exterior mayor la renuncia pública al seudónimo Juan Croniqueur con que había dado a conocer su labor periodística y sus tentativas literarias, determinó en octubre de 1919 su salida obligada del Perú, junto a su compañero de andanzas César Falcón, a manos del presidente autocrático Augusto B. Leguía.

Fue entonces, en el periplo europeo que se extendió hasta 1923, cuando acabó de fraguarse en Mariátegui esa orientación que ya no habría de abandonarlo, la de un socialismo cosmopolita. “He hecho en Europa mi mejor aprendizaje”, escribió al inicio de los 7 ensayos, en referencia a los años pasados en Italia y otros países lindantes.24 El viaje abrió la vía definitiva de escape de ese ambiente limitado y tedioso, e incentivó en él un insaciable deseo de mundo. 25 Y junto con ese apetito, afianzó de modo indeleble su credo socialista. Pero si todo ello fue así, fue porque su travesía le proveyó no solamente un abanico de nuevos saberes e incitaciones, sino también una toma de conciencia del quiebre epocal trascendental al que se asistía. También a Mariátegui, como él mismo escribiría acerca del líder chino Sun Yat Sen, “la Revolución Rusa […] lo iluminó sobre el sentido y alcance de la crisis contemporánea”.26 Desde entonces, socialismo y cosmopolitismo estuvieron en permanente retroalimentación: si el primero marcaba en el triunfo bolchevique el inicio de la era de la revolución mundial y del avance impetuoso del proletariado internacional, y como tal habilitaba un campo visual en el que ingresaba una miríada de objetos culturales y sucesos políticos de todas las latitudes, el segundo demandaba hurgar en la literatura, el psicoanálisis, las artes plásticas, el cine y otros fenómenos de la modernidad para detectar claves culturales capaces de echar luz sobre la situación de las fuerzas socialistas.27

A esa tarea se entregó Mariátegui con afán pedagógico una vez regresado de Europa en 1923. En primer lugar, con la serie de conferencias sobre la “crisis mundial” que dictó en la Universidad Popular de Lima (que sus hijos habrían de publicar como uno de los tomos de la edición popular de sus obras desde fines de los años cincuenta). Ante un abarrotado público de obreros y estudiantes, en la primera de esas presentaciones explicitó el cometido de su empresa: “Presentar al pueblo la realidad contemporánea, explicar[le] que está viviendo una de las horas más grandes y trascendentales de la historia, contagiar[le] la fecunda inquietud que agita actualmente a los demás pueblos civilizados del mundo”. Sus conferencias tenían un destinatario especial: “Nadie más que los grupos proletarios de vanguardia necesitan estudiar la crisis mundial”.28 Pero esos objetivos se veían facilitados por el surgimiento de una opinión pública globalizada, cuya materialización reciente Mariátegui describía con singular entusiasmo:

El progreso de las comunicaciones ha conectado y ha solidarizado hasta un grado inverosímil la actividad y la historia de las naciones. […] Una de las características de nuestra época es la rapidez, la velocidad con que se propagan las ideas, con que se transmiten las corrientes del pensamiento y la cultura. Una idea nueva, brotada en Inglaterra, no es una idea inglesa, sino el tiempo que sea necesario para que sea impresa. Una vez lanzada al espacio por el periódico[,] si traduce alguna verdad universal, puede transformarse instantáneamente en una idea universal también. ¿Cuánto habría tardado Einstein en otro tiempo para ser popular en el mundo? En estos tiempos, la teoría de la relatividad […] ha dado la vuelta al mundo en poquísimos años. Todos estos hechos son otros tantos signos del internacionalismo y de la solidaridad de la vida contemporánea.29

Y es que, como aseguraba entonces el socialista confeso que ya era Mariátegui, “el internacionalismo no es solo un ideal; es una realidad histórica”.30 Es decir, no solamente un horizonte estratégico para el proletariado, sino un aspecto constitutivo del paisaje contemporáneo que se abría ante sus ojos. El peruano parecía así recoger (y, en cierto sentido, actualizar) la perspectiva de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, cuando señalaban que “mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países”.31 Solo que, prolongando esa clave –la de dar un sustrato material y corpóreo a la tradición del cosmopolitismo filosófico que remite a Kant, como propone en la actualidad el geógrafo marxista David Harvey–, 32 para Mariátegui eran la fisonomía que adquiría la prensa moderna y las dinámicas mundiales emergentes en la arena de la comunicación las que disponían ese novedoso escenario. Desde esa posición, en muchos de los cientos de ensayos que escribió para las revistas de actualidad de Lima de  1923 al momento de su muerte en 1930, Mariátegui no solo se mostró como un avezado comentador del panorama político y de las más sofisticadas expresiones estéticas de su tiempo, sino también de facetas de lo que Renato Ortiz denominó “cultura internacional-popular”.33 Así, en esos textos pueden leerse retratos de celebrities como Isadora Duncan, Charles Chaplin o la actriz italiana Francesca Bertini,34 o de intelectuales de renombre mundial como el francés Romain Rolland o el indio Rabindranath Tagore.

El conjunto de ensayos que compone la obra madura de Mariátegui puede leerse entonces como una serie persistente de asedios a, como escribía al inicio de La escena contemporánea, “los elementos primarios de un bosquejo o un ensayo de interpretación de esta época y sus tormentosos problemas”.35 Y no solamente en ese, su primer libro de 1925, sino en secciones como la referida “Lo que el cable no dice”, o la prolongada saga que llama “Figuras y aspectos de la vida mundial”. Allí podía, por caso, ponderar los avances del socialismo en el Japón, u ofrecer una radiografía de las tensiones políticas y étnicas de la nueva Yugoslavia nacida tras la guerra.36 En esos textos, aún se aprecian resabios de la formación juvenil de Mariátegui como cronista, a pesar incluso de su expresa voluntad por desarrollar un tipo de escritura destinada a trascender la función periodística. Así lo manifestaba en un reportaje en el que se le preguntaba por su método de trabajo:

–¿Cómo hace usted para vivir al corriente de la actualidad internacional y referírnosla sin engañarse y sin engañarnos? […]

–Recibo libros, revistas, periódicos de muchas partes, no tanto como quisiera. Pero el dato no es sino dato. Yo no me fío de masiado del dato. Lo empleo como material. Me esfuerzo por llegar a la interpretación.37

Dentro de esa apuesta, los ensayos de Mariátegui constituyen en efecto tentativas por desentrañar los contornos de la “época”, una noción omnipresente en sus escritos. El período que se ha abierto con la Gran Guerra y la Revolución Rusa, que examina sin prejuicios tanto en sus pormenores como en sus líneas directrices, requiere asimismo de “una actitud mental y espiritual radicalmente nueva”.38 A menudo, es la escisión entre lo que llama “dos concepciones de la vida” (una “revolucionaria” y otra “decadente”, una “encantada” y otra “desencantada”, una acorde a la atmósfera romántica de posguerra y otra encadenada anacrónicamente a la sensibilidad burguesa de la Belle Époque) la que provee la vara con que juzga la ubicación de figuras y movimientos contemporáneos, por encima incluso de divisiones ideológicas entre socialistas, liberales o fascistas.39 En coincidencia con esto, y contra lo que habitualmente se ha destacado, el prisma epocal de Mariátegui conlleva el predominio de categorías relativas al tiempo (lo nuevo frente a lo decrépito, el alba y lo matinal en oposición al crepúsculo, aquello que nace versus lo que eclipsa o tramonta) por sobre aquellas vinculadas al espacio y, por extensión, a una localización específicamente latinoamericana o nacional.40 Así, si al evocar a José Ingenieros en ocasión de su muerte Mariátegui puede afirmar que el argentino “era, sobre todo, un hombre sensible a su época”, alguien que había alentado el movimiento de renovación de las nuevas generaciones actualizando su propio credo, ello se debía a que “percibió que la guerra abría una crisis que no se podía resolver con viejas recetas”, y a que en la Revolución Rusa “vio, desde el primer momento, el principio de una transformación mundial”; así, también, al trazar en paralelo los perfiles idealistas del francobritánico Edmund Morel y del peruano Pedro Zulen, Mariátegui establece su consanguinidad a la distancia al señalar que “bajo los matices externos de ambas vidas, tan lejanas en el espacio, se descubre la trama de una afinidad espiritual y de parentesco ideológico que las aproxima en el tiempo y en la historia”.41

 

Vanguardismo, cultura del libro y literatura mundial

Los años europeos fueron pródigos en experiencias vitales y adquisiciones intelectuales. Fue entonces cuando, en cursos y lecturas que se procuró vorazmente, Mariátegui aquilató su cultura marxista.42 También, cuando desde las corresponsalías que envió al diario El Tiempo (agrupadas luego por sus hijos en otro de los volúmenes de la edición popular de su obra, Cartas de Italia), ofreció algunas de las primeras radiografías que se publicaron en América Latina sobre el emergente movimiento fascista, que a su regreso a Lima continuó examinando en los textos que componen su “Biología del fascismo”, la sección que abre La escena contemporánea. 43 Pero además, durante su estancia europea la sensibilidad de artista que traía consigo se volcó decisivamente hacia las vanguardias estéticas. En Europa Mariátegui se zambulló en el mundo de las artes visuales y, favorecido por su amistad con el pintor argentino Emilio Pettoruti, se hizo asiduo visitante de exposiciones y galerías. Por esa vía, entró en contacto con círculos del futurismo italiano y, en los meses que vivió en Berlín antes de retornar a Lima, se vinculó a Der Sturm, espacio de intensa actividad en esos años en la promoción de las artes experimentales internacionales que dirigía el galerista de orientación comunista Herwarth Walden.44 A partir de allí, la pregunta por las formas que asumían las relaciones entre arte y política se instaló en el centro de la reflexión intelectual del autor de los 7 ensayos, como evidencia su persistente atracción por el surrealismo.

El ánimo vanguardista del que Mariátegui se embargó se iba a expresar en la iniciativa en la que, en su corto pero fulgurante trayecto vital, depositó mayores energías y anhelos: su revista Amauta, que publicó desde Lima entre  1926 y su fallecimiento. El proyecto, que traía consigo desde Europa –y cuya puesta en marcha se demoró por la grave crisis de salud que en 1924 le deparó la pérdida de una pierna–, tenía como foco principal agrupar al movimiento de hombres y mujeres “vanguardistas, socialistas, revolucionarios” que se sintieran aunados por “su voluntad de crear un Perú nuevo dentro del mundo nuevo”.45 A pesar de su amplitud, en esa presentación inicial de la revista Mariátegui aclaraba que “Amauta no es una tribuna libre, abierta a todos los vientos del espíritu. […] Rechaza todo lo que es contrario a su ideología”.46 Y sin embargo, a lo largo de su itinerario los nexos entre vanguardismo estético y vanguardismo político estuvieron lejos de ser unívocos. Si en el ya citado ensayo “Arte, revolución y decadencia” Mariátegui tomaba distancia frontal de las concepciones que juzgaban posible y aun deseable una esfera artística independiente de la política, en la llamada “polémica del indigenismo” respondía a las acusaciones de eclecticismo de Luis Alberto Sánchez señalando que Amauta era hospitalaria a una pluralidad de posiciones, dado que “ha venido a inaugurar y organizar un debate; no a clausurarlo”.47 Del mismo modo, el reforzamiento de una identidad socialista en el editorial “Aniversario y balance” de 1928 que supuso la ruptura con el aprismo de Haya de la Torre, no impidió que pocos meses después Mariátegui optase por homenajear en una edición especial de la revista a José María Eguren (una figura que, según había escrito en los 7 ensayos, “representa en nuestra historia literaria la poesía pura”).48 En definitiva, frente a la tendencia habitual a destilar de su praxis intelectual posturas concluyentes, conviene acercarse a sus textos con una lente que considere las fricciones entre arte y política como una problemática inacabada y móvil que Mariátegui siempre estaba dispuesto a explorar.

Lo anterior no significa que, más allá de esas oscilaciones, nuestro autor haya carecido en cuestiones estéticas de una orientación (una brújula, decíamos al comienzo, utilizando un término que él mismo empleó).49 Esa perspectiva se aprecia en sus consideraciones del problema del realismo literario, que abordó directa o tangencialmente en muchos de los numerosos ensayos que a su regreso de Europa publicó sobre libros y temas de la vida intelectual. Subyugado como estaba por el experimentalismo de las vanguardias, por regla general Mariátegui fue crítico del naturalismo realista y de la literatura edificante. También, de la efímera corriente literaria francesa autodenominada “populista”, que asociaba a la demagogia y al populismo sin más. Según llegó a escribir, “sobre la mesa del crítico revolucionario, […] un libro de Joyce será en todo instante un documento más valioso que el de cualquier neo-Zola”.50 De igual modo, en la saga de textos que dedicó a las expresiones de la “nueva literatura rusa”, destacaba la épica de las escenas revolucionarias, pero también las ambigüedades y zonas oscuras de los personajes, por ejemplo con relación a la sexualidad (tendencia que atribuyó al extendido influjo del “freudismo”, entendido como un fenómeno cultural que trascendía la obra de Freud).51 Si bien Mariátegui murió antes de la codificación del realismo socialista soviético, su sensibilidad y sus búsquedas con seguridad habrían chocado con ese credo.

Ciertamente, todo ello no implicaba una desconexión entre literatura y realidad. “El poeta” –escribía a propósito de Rilke– “es también, y ante todo, el que recoge un minuto, por un golpe milagroso de intuición, la experiencia o la emoción del mundo”.52 Solo que si para Mariátegui un “nuevo realismo proletario” era posible, lo era a condición de emerger investido de los fueros de la fantasía y la imaginación instalados por el surrealismo,53 que también para él –como para Walter Benjamin– representaba algo así como la “última instantánea de la inteligencia europea”.54

Pero dentro de su abundante producción ensayística sobre fenómenos literarios, Mariátegui no solo fungió como crítico de textos, sino también como alguien preocupado por los aspectos materiales de la cultura del libro (una dimensión de sus intereses a la que casi no se le ha prestado atención). En una serie de artículos dedicados a ese campo, podía detenerse en la situación de sus distintos actores –autores, editoriales, traductores, libreros– y ofrecer un diagnóstico crítico tanto de la Biblioteca Nacional limeña (“paupérrima”, a la que no llegaba “ni un solo gran diario europeo”) como de la deficiente circulación internacional de libros en el continente.55 Mariátegui buscó intervenir de diversos modos dentro de ese pobre panorama, montando junto a su hermano Julio César una editorial propia (Minerva) y haciendo de Amauta un receptáculo vivo de la literatura, el ensayo y las revistas culturales internacionales. La “crónica de libros”, que número a número solicitaba a su círculo colaborador, mantuvo siempre en su publicación un lugar privilegiado. Pero además, sus propias recensiones críticas en Mundial y Variedades a menudo incluían comentarios de las tendencias recientes del mundo del libro y las geografías de la edición. Así, mientras consignaba que “los libros de Henri Barbusse se cuentan entre los que más pronto y solícitamente son traducidos al español”, advertía que “el remarcable muestrario de novelas de la nueva Rusia que tenemos traducidas al español no alcanza […] a representar sino fragmentariamente algunos sectores de la literatura soviética”; y al tiempo que lamentaba que “a D’Annunzio lo hemos conocido y admirado en las mediocres, cuando no pésimas, traducciones españolas”, dado que “en Italia se traduce mucho”, sugería aprender la lengua del poeta para “acercarse a otras literaturas, más pronto y concienzudamente vertidas al italiano que al español”.56 En suma, desde su recodo limeño Mariátegui se propuso participar en la creciente red global de intercambios literarios y en el proceso de la literatura mundial.57

 

 

 

 

1 Antonio Melis, “Mariátegui, primer marxista de América”, Casa de las Américas, VIII, 48, mayo-junio de 1968.

2 “Filosofía y revolución en los escritos de Mariátegui”, en Historia y representación, Buenos Aires, UNQ, 2002.

3 En esta antología

4 Íd.

5 Íd.

6 La modernidad imaginada. Arte y literatura en el pensamiento de José Carlos Mariátegui (1911-1930), Madrid, Iberoamericana, 2017, pp. 22-23.

7 Por ejemplo, en “Arte, revolución y decadencia”, en esta antología.

8 El sobredimensionamiento en Mariátegui de la temática de la nación se constata tanto en la generación que lo redescubrió y leyó extensamente desde fines de los años sesenta hasta mediados de los ochenta –José Aricó, Carlos Franco, Alberto Flores Galindo, Robert Paris, el primer Oscar Terán, y en menor medida Antonio Melis–, como en muchas de las lecturas de nuestros días, más preocupadas en reproducir dicha línea interpretativa que en volver a los propios textos mariateguianos.

9 Según Melis, en la fama que el autor de los 7 ensayos adquirió desde los años sesenta “había algo vacío, puesto que muchas veces se utilizaban frases de Mariátegui mutiladas de su contexto. […] El caso típico es la repetición de la célebre frase sobre el rechazo de toda concepción de socialismo peruano como ‘calco y copia’” (Leyendo Mariátegui, Lima, Amauta, 1999, p. 6).

10 Deseos cosmopolitas. Modernidad global y literatura mundial en América Latina, Buenos Aires, FCE, 2016, p. 15.

11 Entre otras referencias, O. Terán, Discutir Mariátegui, Puebla, BUAP, 1985; A. Flores Galindo, “Años de iniciación: Juan Croniqueur, 1914-1918”, en La agonía de Mariátegui [1980], en Obras completas, t. II, Lima, SUR, 1994; Mónica Bernabé, Vidas de artista. Bohemia y dandismo en Mariátegui, Valdelomar y Eguren (Lima, 1911-1922), Rosario, Beatriz Viterbo, 2006; Ricardo Portocarrero, “Aproximaciones para el estudio del joven Mariátegui: los escritos juveniles”, Márgenes, 12, Lima, 1994 y Á. Campuzano, La modernidad imaginada, ob. cit.

12 “Itinerario de Waldo Frank” (1929).

13 “Carta a un poeta”(1917) y “Glosario de las cosas cotidianas” (1916), además de “El mal del siglo”y “La procesión tradicional”, en esta antología.

14 O. Terán, Discutir Mariátegui, ob. cit., p. 27 y ss.

15 “Notas del discurso pronunciado en la inauguración de la Editorial Obrera Claridad”, reprod. en Anuario Mariateguiano, 9, Lima, Amauta, 1997, p. 21.

16 Servais Thissen, Mariátegui. La aventura del hombre nuevo, Lima, Horizonte, 2017, p. 68.

17 Véase, por ejemplo, “Cuenta el cable”, en esta antología.

18 Cit. en A. Flores Galindo, “Años de iniciación”, cit., p. 538.

19 “El mal del siglo”, cit.

20 Cit. en Alberto Tauro, “Las cartas de José Carlos Mariátegui a Bertha Molina (1916-1920)”, Anuario Mariateguiano, 1, Lima, 1989, p. 47.

21 William Stein, Mariátegui y Norka Rouskaya. Crónica de la presunta “profanación” del Cementerio de Lima de 1917, Lima, Amauta, 1989.

22 “Bolchevikis, aquí”, en esta antología.

23 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, Lima, Amauta, 1928, p. 211.

24 Ibíd., p. 6.

25 Interrogado en 1923 en un reportaje en Variedades por su “afición predilecta”, Mariátegui contestaba: “Viajar. Soy un hombre orgánicamente nómada, curioso e inquieto”.

26 “Sun Yat Sen” (1925).

27 Martín Bergel, “José Carlos Mariátegui and the Russian Revolution. Global Modernity and Cosmopolitan Socialism in Latin America”, South Atlantic Quarterly, 116, 4, 2017.

28 “La crisis mundial y el proletariado peruano”, en esta antología.

29 “Internacionalismo y nacionalismo”, en esta antología.

30 “La crisis mundial y el proletariado peruano”, cit.

31 Véase la ed. al cuidado de H. Tarcus, Buenos Aires, Siglo XXI, 2019, p. 83.

32 Cosmopolitanism and the Geographies of Freedom, Nueva York, Columbia University Press, 2009.

33 Otro territorio. Ensayos sobre el mundo contemporáneo, Bernal, UNQ, 1996, p. 44.

34 En esta antología.

35 “Advertencia”, cit.

36 Los dos en esta antología. El segundo es parte de una serie de ensayos poco conocidos de Mariátegui sobre Europa del Este (“La escena yugoslava”, “La escena rumana”, “La escena polaca”, etc.).

37 Ángela Ramos, “Una encuesta a José Carlos Mariátegui”, Mundial, Lima, 23 de julio de 1926. En un texto del período en que reflexionaba sobre cambios de la prensa, Mariátegui, dejando entrever aspectos de su propia trayectoria, anotaba que “al período de apogeo del ‘cronista’ […] ha seguido un período de apogeo del ensayista” (“Sanín Cano y la nueva generación”, 1927).

38 “Los intelectuales y la revolución” (1924).

39 Véase, por ejemplo, “Dos concepciones de la vida”, en esta antología.

40 Siguiendo a Fredric Jameson en su Posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado (Barcelona, Paidós, 1991), esa primacía de la dimensión temporal sobre la espacial hace de Mariátegui una figura eminentemente moderna.

41 “José Ingenieros” y “E. D. Morel y Pedro S. Zulen, vidas paralelas”, en esta antología.

42 Robert Paris, La formación ideológica de José Carlos Mariátegui, México, Pasado y Presente, 1981, p. 80 y ss.

43 “Biología del fascismo” le valdría a Mariátegui ser el único autor no europeo mencionado por el historiador Renzo De Felice en su clásica antología Il fascismo. Le interpretazioni dei contemporanei e degli storici, Bari, Laterza, 1970.

44 Natalia Majluf, “Izquierda y vanguardia americana. José Carlos Mariátegui y el arte de su tiempo”; Patricia Artundo, “José Carlos Mariátegui y Emilio Pettoruti entre Europa y América, 1920-1930”, en Beverly Adams y N. Majluf (eds.), Redes de vanguardia. Amauta y América Latina, 1926-1930, Lima, MALI, 2019.

45 “Presentación de Amauta”, cit. La presencia de mujeres en el ámbito de Amauta tiene que ver con que Mariátegui consideraba al feminismo como una de las tendencias contemporáneas de vanguardia, un movimiento al que “no deben ni pueden sentirse extraños ni indiferentes los hombres sensibles a las grandes emociones de la época” (“Las reivindicaciones feministas”, en esta antología).

46 “Presentación de Amauta”, cit.

47 “Arte, revolución y decadencia”, cit., y “Polémica finita” (1927), cit. en O. Terán, “Amauta: vanguardia y revolución”, Prismas. Revista de Historia Intelectual, 12, 2008, p. 184.

48 7 ensayos, ob. cit., p. 218.

49 Fernanda Beigel, El itinerario y la brújula. El vanguardismo estético-político de José Carlos Mariátegui, Buenos Aires, Biblos, 2003.

50 “Populismo literario y estabilización capitalista”, en esta antología.

51 “La nueva literatura rusa” y “El freudismo en la literatura contemporánea”, en esta antología.

52 “Rainer María Rilke”, en esta antología.

53 “La benemerencia más cierta del movimiento que representan André Breton, Louis Aragon y Paul Éluard es la de haber preparado una etapa realista en la literatura, con la reivindicación de lo suprarreal” (“Nadja de André Breton”, en esta antología).

54 W. Benjamin, “El surrealismo. La última instantánea de la inteligencia europea” [1929], en Iluminaciones I. Imaginación y sociedad, Madrid, Taurus, 1998.

55 “La pobreza de la Biblioteca Nacional” (1925), “El índice libro” (1927), “El problema editorial” (1928) y “La batalla del libro” (en esta antología).

56 “Jesús de Henri Barbusse” (1927); “La derrota, por A. Fadéiev” (en esta antología); “La cultura italiana” (1925).

57 El concepto de “literatura mundial”, acuñado por Goethe y referido por Marx y Engels en un pasaje del Manifiesto Comunista, abarca genéricamente “las obras literarias que circulan más allá de su cultura de origen, ya sea en traducciones o en su idioma original” (David Damrosch, What is World Literature?, Princeton, Princeton University Press, 2003, p. 4).

 

 

 

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