Fue la lucha, tu vida y tu elemento
Viernes 29 de enero de 2016
Patricio Lenard habla de Su lucha, el diario apócrifo de Rudolf Hess (Adriana Hidalgo): “Mi lucha es la puñalada que el nazismo le dio en el corazón a la democracia”, dice.
Por Patricio Zunini.
Foto: Eduardo Rey.
A partir de un largo trabajo de investigación, Patricio Lenard se planteó la posibilidad de que durante el tiempo que pasaron en la cárcel, antes de que el nazismo llegara al poder en Alemania, Rudolf Hess llevara un diario privado mientras Hitler le dictaba el original de Mi lucha. El texto de Lennard es monstruosamente atrapante, muy actual, y además entra muy bien en el catálogo de Adriana Hidalgo —la editorial que lo acaba de publicar—, donde ya han aparecido otros libros sobre el tema, como La estética nazi, de Eric Michaud. Con Lennard hablamos de Su lucha.
—¿Qué te llevó a trabajar con Rudolf Hess? ¿Cómo fue esa etapa de investigación? ¿Por qué tomaste ese período de formación del nazismo?
—Cuando supe que Hitler le había dictado a Hess Mi lucha en prisión, se me prendió la lamparita. Imaginarlos a los dos en la celda, al futuro dictador dictando su libro a quien se convertiría luego en su mano derecha y, llegado el momento, en el “vice-Führer”. Sin entrar en detalles sobre lo inabarcable que es la bibliografía sobre Hitler y el nazismo, la forma de diario me obligó a investigar qué ocurrió en aquellos meses de 1924, datos que fui recabando en libros y diarios de la época, recopilando efemérides, cumpleaños, aniversarios, fechas patrias. Todos los hechos que se mencionan en las charlas de sobremesa en las que Hitler y sus camaradas comentan una noticia, como la apertura del mausoleo con la momia de Lenin o una extensa huelga de hambre que mantuvo Gandhi en rechazo a los enfrentamientos entre hindúes y musulmanes en la India, son verídicos. Por otra parte, en la novela se leen otros libros además de Mi lucha. Hitler tiene una bibliotequita en su celda; Hess lee algunos ejemplares que éste le presta y en los que husmea sus anotaciones y subrayados: Malthus, Clausewitz, Carlyle, El judío internacional de Henry Ford, etcétera. Y en cuanto a la importancia que tuvo ese año, 1924, en el período de formación del movimiento nazi, diría que la escritura de Mi lucha es lo que condensó, ocho años antes del ascenso de Hitler al poder, las bases ideológicas del nazismo. Una situación que funcionó para mí, desde un punto de vista literario pero también en términos de la comprensión histórica, como una suerte de nudo gordiano, zona de incisión en la proliferante metástasis que es Hitler.
—Hay una búsqueda evidente por romper el espacio de la ficción y dar la idea de que estamos ante un documento histórico. Incluso por momentos el texto parece una traducción. Hasta la contratapa supone borrar esos límites. ¿Cómo fue ese proceso? ¿Qué buscabas con eso, además de darle una verosimilitud al diario?
—En un primer momento, mi intención era no firmar el libro. Quería ingeniármelas para que se pudiera leer como el diario que Hess escribió en la cárcel. Lo apócrifo en su sentido literal: un documento que sale a la luz al cabo de tantos años, como ocurrió hace poco con los diarios de Alfred Rosenberg, el “filósofo” del Partido Nazi, de los cuales se encontró una buena parte oculta detrás de una falsa pared en un viejo castillo ubicado en el este de Baviera. La verosimilitud de lo apócrifo es lo que la contratapa, un poco ingenuamente, pretende hacerle creer al lector desprevenido. Pero también estaba, en mi caso, la incomodidad de hacer “mías” las barbaridades que dicen los personajes. Porque, más allá de que en la novela hay unas cuantas notas al pie que desnudan no pocas mentiras y tergiversaciones, y en las que se explica cómo el ideario desplegado en Mi lucha se llevó a la práctica, punto por punto, una vez que los nazis llegaron al poder, lo cierto es que el lector no sabe muchas veces cuánto hay de real y de ficción en lo que lee. ¿Es literaria la apropiación que hago del libro de Hitler en Su lucha? Sí, y esto merece ser subrayado. ¿Pone en cuestión su estatuto literario lo que se cita del texto de Hitler en sus páginas? Yo diría que no, porque si no la novela se leería como el diario de Rudolf Hess, y está claro que él no escribió ningún diario.
—En Hess se ve una actitud activa en lo que se refiere al texto que copia —se da cuenta de algunas contradicciones de Hitler, por ejemplo— pero a la vez acepta casi sin poner en cuestión los preceptos de su líder. Y a la vez, durante la guerra, queda atrapado en la figura de traidor. ¿Podrías explayarte un poco sobre esa figura?
—De los jerarcas nazis, Hess fue el más enigmático de todos. Una fama a la que contribuyó su vuelo a Escocia, poco antes del inicio de la invasión alemana a la Unión Soviética, para, supuestamente, negociar un armisticio con Gran Bretaña que evitara una guerra en dos frentes. Hess emprendió el vuelo sin que Hitler lo supiera, en una misión autoimpuesta que sería vista como la peor traición sufrida por el Führer. Una “desobediencia” que en mi libro aparece prefigurada en el hecho de que Hess escriba su diario a espaldas de Hitler, lo que le permite deslizar algunas infidencias. La locura de Hess, fingida o no, durante el juicio de Núremberg, sus episodios de amnesia, sus intentos de suicidio, su ostracismo en la cárcel de Spandau, donde se negó sistemáticamente a recibir visitas de su familia, terminan por delinear una biografía que roza lo inverosímil.
—Llama la atención la cantidad de visitas y "comodidades" que tenía Hitler durante el encarcelamiento. ¿A qué se debía eso? ¿Cómo era la cárcel en la que estaban?
—Si me guio por algunas cosas que dice Ian Kershaw en su biografía del dictador, hasta podría pensar que me quedé corto. Basta ver las fotos de la celda, que contaba con un recibidor, una amplia sala de estar, baño privado y un cuarto donde tenía su cama y su escritorio, para comprobar que las condiciones no eran las de un preso común, máxime cuando uno de los jueces que lo había condenado a seis años de prisión —de los que cumpliría solo uno, favorecido por un indulto— simpatizaba con la causa nacionalsocialista. Está comprobado también que el alcaide del presidio y los guardias, algunos de los cuales lo saludaban con un “Heil Hitler” —dato que menciona Kershaw y que no incluí porque me resultaba inverosímil—, lo favorecían en todo lo que estuviera a su alcance. Pero de ahí a creer que el lugar donde Hitler estaba era un castillo con vitrales en las ventanas, como Ricardo Piglia sugiere en Respiración artificial cuando imagina la escena de Hitler dictando Mein Kampf, hay una cierta distancia.
—Hess fue juzgado en Nürenberg y murió en la cárcel en 1987. ¿Cómo fue después de la guerra? Sus cenizas se tiraron para que no hubiera una tumba a donde peregrinar: quisiera preguntarte sobre esta idea de borrar al nazismo: sin tumbas, sin imágenes, hasta con la prohibición de publicar sus libros.
—La prohibición —la negativa, diría yo—, por parte del Estado de Baviera, con respecto a la posibilidad de reimprimir Mi lucha en Alemania y en otros países, se dio solo con ese libro. No ocurrió con el llamado Segundo libro de Hitler, continuación doctrinaria de Mein Kampf, cuyo manuscrito fue hallado en una caja fuerte en la Cancillería del Reich y publicado en la década de 1960. No ocurrió con sus Conversaciones privadas, volumen que consta de las desgravaciones taquigráficas de las charlas de sobremesa de cuando Hitler estaba en la cima de su poder, en los años 1941-1942, cuyo contenido es tanto o más pernicioso que Mi lucha. Y tampoco se impidió la publicación de los Diarios de Joseph Goebbels. Pero Mi lucha es diferente. No en vano, es el libro que ayudó a poner los cimientos del movimiento nazi y el único que los nazis “biblificaron”, si se me permite la expresión, convirtiéndolo en un tradicional regalo de boda y en lectura obligatoria en las escuelas. ¡Si hasta se imprimió una edición artesanal con formato de pergamino, como si se tratara de los rollos del Mar Muerto! La intervención del Estado de Baviera, impidiendo su reedición todos estos años, estuvo en parte justificada por el estatuto de rara avis de Mein Kampf, en el sentido de que durante el Tercer Reich se convirtió en un libro “estatal” cuya difusión era una razón de Estado. Algo similar pasó en la Argentina con La razón de mi vida de Evita, hasta donde sé, salvando las grandes distancias.
—Es imposible no vincular tu libro con el pasaje a dominio público de Mi lucha. ¿Qué efectos puede llegar a tener este libro hoy en día?
—En un mundo donde miles de inmigrantes y desplazados mueren ahogados en las costas de Europa, y en el que a los que sobreviven se los confina en campos de concentración, amablemente llamados “campos de refugiados”, donde el único refugio que se les da es una antesala para que los deporten, un libro como Mi lucha tiene mucho para decirnos. No para enseñarnos, claro está, sino para hacernos ejercitar el cada más atrofiado músculo de la conciencia histórica. Mi lucha es la puñalada que el nazismo le dio en el corazón a la democracia, si se tiene en cuenta que su publicación tuvo lugar en tiempos de la República de Weimar, una de las primeras democracias modernas que hubo en Europa. Es curioso, pero la historiografía suele pasar por alto, o no le da la debida importancia, al contexto que fue para el ascenso del nazismo la República de Weimar, y lo que el nazismo hizo después con la democracia. Como si el autoritarismo fuera algo ajeno, un cuerpo extraño al modelo democrático, ¿no? Cuando lo cierto es que si uno observa el modo en que hoy la derecha experimenta con sus instituciones, tensándolas para ver hasta dónde estas son capaces de ceder, no hace falta ser adivino para advertir que hay un punto en que la vara se quiebra.