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Traducir el error y la rareza

Los errores de Joyce

El traductor de los Escritos críticos y afines de James Joyce (Eterna Cadencia Editora) intenta reflejar las rarezas, incorrecciones y errores de la escritura de Joyce, con la intención de que el lector experimente algo afín a lo que experimenta quien lee los textos de Joyce en inglés o en italiano. Así lo explica en el prefacio del que extraemos un breve fragmento.

Por Pablo Ingberg.

Un aspecto crucial en lo atinente a la traducción de algunos de estos escritos merece un examen específico: el de la actitud adoptada frente a errores y rarezas del original. Veamos las actitudes adoptadas hasta ahora al respecto en las ediciones en inglés y en italiano y en sus traducciones castellanas.

Mason y Ellmann anotan al pie en el segundo de estos escritos lo que Bosch traduce así: “El profesor de Joyce subrayó estas palabras y puso una señal al margen. En el original hay varias correcciones de este tipo. Al transcribir el manuscrito se han observado todos los errores cometidos por Joyce” (Escritos críticos, p. 28, n. 2). Lo que le subrayaron en ese lugar es la incorrecta doble negación nor no. Bosch la traduce al castellano con un correcto “y tampoco”, de modo que su traducción de la nota inglesa sin más aclaraciones pierde sentido. Hay varios errores o rarezas de índole más o menos similar en los escritos iniciales en inglés, que Mason y Ellmann mantienen en su edición, pero de los cuales no hay huella en la traducción de Bosch. Por otro lado, en la traducción inglesa de los escritos italianos publicada en la edición de Mason y Ellmann, que debemos suponer hecha por ellos mismos ya que no se da nombre de traductor, no hay ningún registro ni huella alguna de los errores y rarezas del italiano de Joyce, comprensiblemente muchísimo más abundantes que los juveniles en su lengua materna. ¿No hay cierta incoherencia, entonces, en la decisión de mantener las rarezas en inglés pero corregir las italianas al traducirlas? Es lícito, por supuesto, preguntarse si tiene alguna relevancia que nos enteremos de esas cosas, sacar esas hilachitas de los trapos al sol. Una primera respuesta fácil se ofrece a esa pregunta: si Mason y Ellmann hubieran pensado que no tenían ninguna relevancia, no se habrían preocupado por mantenerlas en los escritos ingleses y además destacarlas en notas.

Louis Berrone, en la introducción a su edición de las composiciones de Padua, dice lo que Utrilla traduce así: “Yo no he puesto acentos al texto italiano donde Joyce no los puso, ni he corregido sus otros errores. Imitando la práctica de Joseph Prescott en su edición y traducción de la conferencia de Joyce sobre Daniel Defoe, ahorro al lector «una serie de sic al reproducir la práctica de Joyce exactamente y sin comentarios»” (James Joyce en Padua, p. 25). Berrone, como Prescott, reproduce entonces el texto italiano con todos sus errores y rarezas. Pero cuando lo traduce al inglés, no deja ninguna marca de error, todo parece correcto. Y lo mismo hace Utrilla cuando lo traduce al castellano. De todas maneras, en este caso la cuestión es más compleja, porque, a diferencia de la edición de Mason y Ellmann, la de Berrone es bilingüe (aunque no a página enfrentada), y no sólo reproduce el texto italiano con todos sus errores, sino que además incluye facsímiles del manuscrito y, en una especie de apéndice, un detallado análisis de los errores y rarezas señalados por la correctora del examen. Los lectores, por lo tanto, pueden ir en busca del texto original italiano y observar allí los errores de Joyce. Siempre y cuando, claro, sepan italiano, y lo sepan lo suficientemente bien como para entender y evaluar los errores. En cuyo caso, cabe preguntarse, ¿para qué necesitan la traducción, si pueden entender perfectamente el original en italiano?

Barry, cuya edición también presenta los escritos italianos en traducción inglesa y en el original (tampoco a página enfrentada), dice en la “Nota sobre los textos”: “las incoherencias de ortografía y puntuación se han mantenido” (Occasional... Writing, p. xxvi). Esa afirmación, sin embargo, se aplica a los textos originales, tanto de los escritos ingleses como de los italianos, pero no tanto a la traducción inglesa de los escritos italianos realizada por Conor Deane. Éste mantiene algunos errores o rarezas, como por ejemplo nombres mal escritos seguidos de su correspondiente sic, o como la traducción de la expresión italiana Camera dei Deputati (Cámara de Diputados) mediante la inglesa Chamber of Deputies en vez de la expresión británica usual a la que el original se refiere, House of Commons (p. 123). Pero son casos bastante aislados, fuera de los cuales la traducción está siempre en un inglés muy correcto y regular. Para más, presenta una puntuación totalmente modificada, pareciera a veces que para acomodar mejor las llamadas de las notas. Y no me refiero tan sólo a detalles de puntuación que pueden variar de una lengua a otra, sino por ejemplo a cambiar un punto aparte al que le sigue un par de líneas blancas de separación entre párrafos por un punto seguido (pp. 140, traducción inglesa, y 239, original italiano), o a cortar una oración larga en dos breves, poniendo una puntuación fuerte justo donde hay una llamada de una nota. Uno se pregunta entonces por qué, si se considera válido todo eso, no se considera también válido dar mayor cuenta de los errores del original en la traducción. Entiendo que remedar en inglés errores de italiano como el género incorrecto de un adjetivo, la falta de un acento o un anglicismo sintáctico es mucho más complicado de hacer que en una traducción al castellano, pero a una frase muy larga sin comas, que pide a gritos comas en cualquier idioma que sea y sin embargo el autor no se las puso, ¿por qué habría de imponérselas el traductor (o el corrector, o la editorial)?

Por último en este breve repaso de ediciones, digamos que Corsini y Melchiori, en la edición italiana de los escritos en italiano, reproducen los errores, como hacen todos los antes enumerados en lo que atañe a los textos en lengua original.

Cuando todos estos encargados de preparar las ediciones de estos escritos mantienen errores y rarezas de los textos originales al editarlos en sus respectivas lenguas de origen, lo hacen por un afán que podríamos llamar “documentalista”: no estamos ante un libro acabado que el autor revisó y corrigió y la editorial hizo pasar por correctores y devolvió al autor para que decidiera si aceptaba o no las correcciones sugeridas; dicho de otro modo figurado, no estamos ante un plato ya preparado, cocinado, probado y presentado con el mejor aspecto posible al comensal; por el contrario, estamos ante un conjunto de escritos cuyo mayor interés reside en que nos permite espiar la cocina de uno de los grandes escritores de todos los tiempos, mientras él va tratando por momentos de iniciarse en la elaboración de distintos platos, correspondientes a distintos géneros y estilos culinarios. Los platos acabados podemos saborearlos en sus obras centrales; aquí se nos brindan posibilidades diferentes. Y así como esas posibilidades se brindan a lectores en las respectivas lenguas originales, en este caso inglés, italiano y francés, ¿por qué no intentar brindárselas de algún modo, por imperfecto que sea, a los lectores de la traducción castellana?

 

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