Argentina Beat
Rafael Cippolini
Miércoles 27 de julio de 2016
Un extracto del prólogo de Rafael Cippolini a Argentina Beat (Caja Negra), libro que reúne y retrata al "clan de poetas que sintonizó como ningún otro con aquello que las publicaciones de la época denominaron el Swinging Pampa o la Buenos Aires Beat".
Por Rafael Cippolini.
“Mientras los imbéciles continúan cayéndose de los árboles”, escriben los opiúficos citando a Lawrence Ferlinghetti. No eran tiempos sencillos –“¡Que vivas en tiempos interesantes!”, reza una maldición china–. La vigésimo segunda presidencia del país, la del doctor Arturo Illia, concluía abruptamente con un golpe de Estado, en 1966. La vida se volvía complicada en la ciudad, pero siempre quedaba Brasil. San Pablo y Río, sus mecas, se conectaban empáticamente con sus deseos de huida, mientras todo se transformaba. La historia es muy conocida: los Beatles –imposible no citarlos– editaban su álbum de quiebre, Revolver, abriéndose a la psicodelia y la experimentación, mientras que en La Cueva de Pasarotus (o La Cueva, a secas), en la Avenida Pueyrredón 1723, se entremezclaban músicos de jazz –todavía resonaban en la ciudad los ecos de la polémica entre los tradicionales del hot y los iconoclastas del bop– con una nueva camada de incipientes rockeros (Giulano Canterini se transformaba en Billy Bond y Litto Nebbia se aprontaba, junto a Tanguito, a componer, a diecisiete cuadras, en el ahora museificado baño de La Perla del Once, el hit ontológico del rock local, emplazado en la esquina de Avenida Rivadavia y Avenida Jujuy, en el cual Macedonio Fernández realizó sus célebres peñas literarias cuarenta años antes).* Se imponía el término naufragar, y sigue siendo curioso que nadie haya señalado todavía, con el énfasis necesario, que con palabras no tan distintas lo mismo venían pregonando los autores reunidos en este volumen.
Errancia de los dos grupos, de las dos “bandas” que se reúnen en el libro amparadas bajo el nombre de sus proyectos: OPIUM por acá, SUNDA por allá.
“Nos conocimos en revistas, en bares, en confusas reuniones a las tres de la mañana. Nos conocimos orinando en baños donde leímos que Perón o Tarzán nos salvarían; nos miramos a los ojos y sonreímos: ninguno quería ser salvado”, escriben unos en el “Manifiesto OPIUM” de 1963.
“Podemos no tener una buena voz” –parecen contestarles los otros en la “Declaración Jurada” de Gianni Sicardi–. “Podemos no tener siquiera una bicicleta o una conferencia, un pequeño capital para comprar una plantación de algodón en Formosa; pero si no podemos seguir ese disco de Brubeck donde todo es palmadas, si no somos siquiera ángeles mediadores, si los visionarios fumadores de droga para los cuales escribimos bostezan con nuestros poemas –oh, malditos, un hecho cualquiera puede alumbrar un nuevo camino: una cotorrita en medio del pavimento en un pueblo de provincia, un saxofón ya caliente y húmedo en el amanecer.”
En la misma época en que Julio Cortázar celebra la prosa de Néstor Sánchez,** no falta quien imagine los grupos citados como una suerte de encarnación del Club de la Serpiente en Buenos Aires. Divinos freaks, sincrónicos hipsters desconfiando de todas las ideologías y credos, repletos de épica urbana y mordacidad, de humor y disipación en esos dorados 60 en los que todo se cocinaba y transformaba definitivamente. La noche de Buenos Aires podía vivirse como un escondite al aire libre, con una especie de nostalgia al revés: subrayando aquello que, más adelante y en secreto, merecería ser rememorado.
Medio siglo después se impone volver a sus libros, revistas, plaquetas y escritos dispersos con la pasión del arqueólogo que descubre en sus narraciones, poemas, manifiestos y citas una comunidad de lectura. Una comunidad acaso inoperante, “una comunidad literaria disociada del Estado, Nación o Pueblo; una comunidad que en vez de ser el lugar de lo Uno, sea una constelación de ‘seres singular-plural’”.*** Una micro-sociedad de lecturas y viajes, de narraciones y versos, otro tipo de tribu tan literaria como urbana, una tentativa existencial que jamás reconocería ese nombre.
*Cité Brasil como destino de los beatniks argentinos. Brasil reaparece una y otra vez. Relata Nebbia: “Tanguito me dijo: se me ocurrió el comienzo de una canción y no sé cómo seguirla. Así que fuimos al baño, e hizo sobre si mayor el comienzo ‘Estoy muy solo triste en este mundo de mierda’. Y me pasó la guitarra e hice toda la canción, lo que sigue, toda la canción tal como es. La hice toda en ese momento. El mozo no me vino a echar porque, como había que cantar muy bajito, sin hacer mucho ruido, lo toqué como una bossa nova. Si te fijás, con los acordes de paso y las cosas que le meto, vos podés cantar arriba de ‘La balsa’ a ‘Garota de Ipanema’, de Jobim y Vinicius de Moraes. Por debajo de ‘La balsa’ hay un sustrato armónico de la bossa nova”. Así nació “La balsa”. Amazonia & Co., op. cit.
**Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos, México, Fondo de Cultura Económica, 1967.
***Jean Luc Nancy, La comunidad inoperante, Santiago de Chile, Libros Arces-Lom, 2000, y Damián Tabarovsky, Literatura de izquierda, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2004.
Tomado del libro Argentina Beat, Caja Negra editora, 2016. Agradecemos al sello el permiso de publicación.