Prólogos

En qué consiste un cuento

Por Vera Giaconi 

"Grandes autores y autoras arriesgaron fórmulas o maneras de decir en qué consiste un cuento y, aunque muchas convencen, ninguna cierra el debate, porque en cada época aparecen nuevos cuentistas que encuentran otra forma de contar una historia", advierte la autora de Carne viva para presentar Divino tesoro (Mardulce).

Por Vera Giaconi.

 

Grandes autores y autoras arriesgaron fórmulas o maneras de decir en qué consiste un cuento y, aunque muchas convencen, ninguna cierra el debate, porque en cada época aparecen nuevos cuentistas que encuentran otra forma de contar una historia, otras maneras de construir esos enormes universos de pocas páginas.

Flannery O´Connor dijo alguna vez que un cuento breve debe ser extenso en profundidad, y debe darnos la experiencia de un significado. Y ya en el camino de explicar qué significa un cuento, precisaba que el significado de un cuento sólo puede conocerse completamente por una experiencia que no puede ser aprehendida por el lector sino hasta el final del relato, ya que un cuento necesita de “todas y cada una de las palabras” para expresarse. Si quitamos cualquiera de estas acciones o palabras, el cuento pierde sentido. 

Y aunque no es una fórmula, esta manera de pensar el género de lo breve abre el juego a todas las formas que fue tomando en las distintas épocas, desde las narraciones orales, pasando por Poe y el cuento moderno.

En el intento por recortar un poco más el inmenso universo de definiciones acerca del cuento, voy a recurrir a otro de mis maestros y un extraordinario cuentista, Marcelo Cohen, quien alguna vez dijo que “un buen cuento es el que regala una sensación verdadera –o la devuelve–, y ofrecer una sensación requiere haber sentido, o tener la nostalgia de haber sentido o haber pensado un sentimiento. Estas condiciones no son exactamente técnicas; son del orden de lo sensual, quizá de lo sexual y por qué no, del idealismo poético, que es una forma del pensamiento”. 

Entonces, a la estrategia que O´Connor propone para pensar cómo debe ser un cuento, Cohen suma una descripción para mí inmejorable sobre la experiencia de lectura que ayuda a reflexionar acerca de qué es un buen cuento. 

Los quince relatos que conforman esta antología fueron seleccionados entre los cientos que se presentaron este año a la convocatoria de la Bienal de Arte Joven y son una excelente muestra de la variedad de formas y temas que este género tiene para ofrecer a los lectores. También muestran cómo la búsqueda por transmitir la experiencia de un significado o una sensación verdadera puede hacer que un cuento se vuelva, además, una experiencia inolvidable.

Eso sucede, por ejemplo, cuando en unas pocas páginas los autores consiguen trasladarnos a mundos cercanos, pero completamente extranjeros y fascinantes, como en “La doctora Venturini” de Tali Goldman, en “Una novia china” de Valentino Cappelloni, en “Suegra” de Manuel Adrián Lee, o en “El espacio vacío del plato” de Paula Galansky.

Algo similar ocurre cuando la propuesta es renovar los mundos hipercotidianos mediante el humor o el juego absurdo y brillante de la literalidad llevada al extremo, como en “Cada vez que me enamoro prendo fuego un auto” de Ariel Enrique Barresi, en “Depto” de Manuel Cantón, o en “El chico de las compraventas” de Elías Alejandro Fernández Casella. 

Los mundos frágiles y sensibles que proponen los cuentos “Angelito” de Gianina Covezzi o “Princesa” de Lucía Paula Igol son, además, conmovedores.

Los cuentos marcados fuertemente por géneros como el melodrama, el fantástico, el romance o el policial son además una manera de apropiarse del mundo para hacer un recorte y convertirlo en una experiencia compartida. Eso es lo que ocurre con cuentos como “Rastros” de María Victoria Campagnoni, “Estoy en el hotel” de Julieta Blanco, “El aire afuera es fuego” de Florencia Romano, o “El viaje” de Nicolás Teté. 

El recorrido por los títulos de esta antología (que no va en orden de importancia sino con la simple intención de presentarlos) sigue con “Un camino en la noche” de Agustín Ducanto, un retrato íntimo narrado con una prosa exquisita, para terminar en el estallido estilístico y la proliferación de “Acercamiento no solicitado a la obra de Rainer Hals” de Raúl Andrés Cuello.

Y porque en esta breve presentación de alguna forma traicioné el postulado de Flannery O´Connor según el cual extraer el “tema” de un cuento es mutilarlo o empobrecer la obra en cuestión, voy a intentar recuperar su espíritu al recomendarles a ustedes, lectores, la única respuesta posible que para ella existía a las preguntas “¿qué significa ese cuento?”, o “¿por qué es bueno ese cuento?”: simplemente, léanlos. 

 

 

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