El esperado regreso de la biografía de Osvaldo Lamborghini
Miércoles 28 de mayo de 2025
Blatt & Ríos reedita la biografía que Ricardo Strafacce publicó hace veinte años y estaba agotada. Aquí nos la presenta.
Por Ricardo Strafacce.
Nota a esta edición
Hace alrededor de veintitrés años empecé a escribir este libro, hace veinte que lo terminé, hace diecisiete que se publicó y, al parecer, hace algún tiempo está agotado. Esta reimpresión no tiene otra finalidad que llenar esa falta. El libro sale, en consecuencia, prácticamente igual que en la primera edición. Corregí, apenas, una dirección en la calle Billinghurst en la que había fallado por una cuadra, enderecé la fecha de una novela inédita que cité mal un par de veces y, sobre el final, suprimí una información errónea o erróneamente interpretada.
Agregué dos notas: en una se revela la identidad del autor de unos versos que intrigaron a Lamborghini y a Laiseca (y que yo había atribuido a Horacio Romeu, quien sólo los reescribió) y en la otra se confirma mi hipótesis en torno al origen de una acusación tenebrosa que pesaba sobre el biografiado. Finalmente, di cuenta de sus cuatro publicaciones en la revista La Hipotenusa (en la primera edición sólo me había ocupado de la que inició la serie).
R. S.
marzo de 2025
Prólogo a la primera edición
Hace más de veinte años, en invierno, después de leer en el número 4/5 de la revista Sitio “La novia del gendarme” (que se anunciaba como capítulo de una novela inédita cuyo solo título –Las hijas de Hegel– ya embriagaba) pensé por primera vez en este libro, en su necesidad. Obviamente, lo pensé escrito por otro, y esa necesidad no se refería al campo literario, ni al desarrollo de la crítica ni, en general, a ningún ente platónico sino a mi propio asombro. Después de leer “La novia del gendarme” (en esa época yo conocía parcialmente –El Fiord, Sebregondi retrocede tal vez– la obra de Osvaldo Lamborghini y algo, muy poco, de la leyenda que rodeaba su figura) empecé a preguntarme, con cierta urgencia, cómo sería la persona que escribía así. Mi curiosidad era, para decirlo con cierta impostación, borgeana: ¿el hombre se parecería a la voz?
En el invierno de 1985, tras la lectura de “La novia del gendarme” empecé a necesitar ese libro que me revelara cómo era Osvaldo Lamborghini. Y me prometí que iba a ser uno de los primeros en leerlo, de punta a punta y a toda velocidad, en cuanto alguien lo escribiera.
Pasaron unos años. Leí otras cosas. Supongo –no lo recuerdo especialmente– que aquella pregunta principal (“¿Cómo será una persona que escribe así?”) no me había abandonado del todo; de lo que sí estoy seguro es de que cuando en 1988 la editorial española Del Serbal publicó un volumen de más de trescientas páginas con buena parte de la obra inédita de Lamborghini mi vida, literalmente, cambió. Eso era la literatura argentina, pensé. Así había que escribir en la Argentina.
Con ser grande, no fue este el único sobresalto de aquellos días: todavía nadie había escrito ese libro que yo esperaba leer para enterarme cómo era –cómo había sido– la persona que escribía como escribía Osvaldo Lamborghini, pero el volumen de Del Serbal incluía un prefacio de diez páginas firmado por César Aira que proporcionaba algunos datos biográficos y en cuya elegante ambigüedad iba a abismarme decenas de veces durante los años que siguieron.
Me fue necesario el transcurso de una década para decidir que era yo quien tenía que escribir aquel libro. Que es este.
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Este trabajo no contó con beca, subsidio ni ayuda económica de ninguna clase. La investigación se desarrolló en Buenos Aires, Mar del Plata, Necochea, Tandil y Barcelona. Alejandra Valente participó de ella desde su comienzo en 1998 (coredactó, incluso, una primera versión del capítulo 1, que se publicó en el n.o 8 del Boletín del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Rosario) hasta fines de 2002, momento en que decidió abandonarla para escribir un libro que complementará –o refutará– el que el lector tiene en las manos.
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Al cabo de casi diez años de averiguar, pensar y escribir sobre Osvaldo Lamborghini debo decir que gran parte de las ideas que tenía al comenzar la investigación eran equivocadas. Y que estoy convencido de que, al menos en lo que me concierne, el conocimiento del referente real de los textos o la reposición de su génesis a través del cotejo entre distintas versiones o la noticia de ellos que se encuentra en la correspondencia del autor permite leer más y mejor esa obra.
En este punto me resulta imposible no evocar mis propias prevenciones y prejuicios contra el género biográfico. Si bien mientras escribía el libro me repetía una y otra vez que no se trataba de restituir –o de volver a asesinar– la categoría de “autor” ni, mucho menos, la de “sujeto” (asuntos para los que, por otra parte, soy por completo incompetente) sino de reponer contextos y relacionar textos, el fantasma de cierta “incorrección literaria” me rondó muchas veces, sobre todo al comienzo. En aquel entonces, un amigo al que enteré de estas vacilaciones me dijo que no me preocupara porque, más allá de los avatares o de la evolución de la teoría y de la crítica literarias, se siguen escribiendo y leyendo biografías de escritores porque aquella curiosidad (“¿Cómo será una persona que escribe así?”) siempre existe y siempre va a existir.
Entiendo que se trató de un sabio dictamen. Adicionalmente, se me ocurre que si el género consiste, en esencia, en reponer contextos familiares, amorosos, ambientales, culturales, económicos, etc. como telón de fondo o marco de una obra, la biografía podría pensarse como la menos humanista de las operaciones, en la medida en que vendría a mostrar que nadie escribe lo que quiere sino lo que puede (o, incluso, debe) escribir.
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Todos los entrevistados (algunos, pocos, por teléfono o por medio de correo electrónico; la mayoría, personalmente, muchas veces durante varias horas e, incluso, en más de una oportunidad) mostraron la mejor disposición. Hubo quienes me proveyeron de materiales de archivo valiosísimos, otros proporcionaron datos que permitieron avanzar en la búsqueda de fuentes, todos, en fin, aceptaron compartir sus recuerdos. Tengo con ellos una inmensa deuda de gratitud. Y si bien mencionarlos aquí (ya figuran al final del volumen como “Fuentes testimoniales”) resultaría redundante quiero dejar constancia de que sin su aporte este trabajo no habría sido siquiera imaginable.
También es justo agradecer a Washington Pereyra, Daniel Link, Guillermo Korn, Daniel Parcero, Horacio Tarcus, Gabriel Tessio, Stella Maris Cao, Martín Prieto, Claudio Zusman, Ricardo Garibotti, Viviana Rosenzwit, Marcelo Damiani, Daniel Díaz, Luis Chitarroni, Silvana Flores, Verónica Picabea, Marta Campo, Martín Arias y Cecilia Vega, quienes, de un modo u otro, respondieron mis consultas, se interesaron por mi trabajo o me alentaron a concluirlo.
No puedo, por fin, menos que recordar a quienes me atendieron en el CeDInCI, la hemeroteca de la Biblioteca del Congreso de la Nación y el Instituto de Cultura de la Provincia de Buenos Aires, ni, sobre todo, a los que he omitido involuntariamente en este listado.
Hay muchos –ellos saben quiénes son– que merecerían un agradecimiento aparte, tantos que voy a ser dolorosamente injusto nombrando aquí sólo a cuatro personas: agradezco de manera especial a Pierángela Taborelli y Hanna Muck, la primera y la última compañera de Lamborghini, a César Aira, su albacea, y, muy intensamente, a Elvira Lamborghini, su hija.
Mis hijas Julia y Sofía, que aportaron soluciones gráficas, logísticas y anímicas, no ignoran que este libro es de ellas.
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Esta es una biografía “no autorizada”, fundamentalmente porque no se le pidió autorización a nadie. En cualquier caso: ¿quién podría otorgar semejante venia? Borgeanamente otra vez: ¿qué es conocer a un hombre?
He privilegiado las fuentes documentales por sobre los testimonios y cuando existió contradicción entre estos no tuve otra alternativa que dirimir, con el auxilio de otras fuentes pero, sobre todo, de mi interpretación de esas fuentes, a quién darle crédito. Mis conjeturas han sido, como no podía ocurrir de otra forma, fuente principalísima. No obstante, cuando no han encontrado apoyo en otra fuente objetiva me he preocupado por modalizar suficientemente la sintaxis.
Demasiado largo es este libro como para no acortar su prólogo. Concluyo, entonces, declarando –quizás innecesariamente– que he procurado ser menos injusto que respetuoso y más prudente que suspicaz. Pero no se me escapa que la tarea que emprendí hace ya una década estaba plagada de riesgos y dificultades, tanto por la materia sobre la que iba a tratar cuanto por los límites que me impondrían mi capacidad y mi visión subjetiva de los hechos, las palabras y las cosas. Centenares de personas están de alguna forma involucradas en este relato. No tengo la ilusión de que todas acuerden con mi punto de vista.
En cuanto a la pertinencia –o la legitimidad– de incluir en un relato biográfico ciertos aspectos, o detalles, que suelen denominarse “privados” o “íntimos”, no se me ocurre mejor modo de describir cuáles fueron mis elecciones al respecto que citar el prefacio de una biografía de Foucault:
He tomado la decisión de contar los hechos, en el contexto de su realidad, cuando era necesario contarlos para comprender tal o cual acontecimiento, tal o cual aspecto de la carrera, de la obra, del pensamiento, de la vida –de la muerte– de Foucault. Los he silenciado cuando se limitaban exclusivamente al territorio secreto que todos y cada uno de nosotros se reserva en su propia existencia. [Eribon, 1992: 12-13]
La cuestión atañe, por cierto, a una de las leyes –quizás la Ley Fundamental– del género. Y en torno a ello no puede agregarse nada más.
R. S.
Buenos Aires, enero de 2008