Club Eterno

Diego Angelino: “La lectura siempre estuvo ahí”

En el marco del ciclo De cháchara, recibimos a Diego Angelino para conversar sobre su último libro Cuentos completos (Eterna Cadencia Editora, 2025). 



Por Anne-Sophie Vignolles.


 

Diego Angelino (1944) nació en Entre Ríos y a los 20 años se fue a vivir a la Patagonia. Su obra está compuesta por cinco novelas y dos libros de cuentos. En 1974 ganó el premio La Nación con su libro de cuentos Antes de que amanezca, editado bajo el título Con otro sol, cuyo jurado estuvo integrado por Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Alicia Jurado y Adolfo Bioy Casares.  

En 2025, gracias a un grupo de lectores fieles y grades admiradores de su obra, Eterna Cadencia Editora decide recopilar sus cuentos en el libro Cuentos Completos, que el autor presentó en le Feria del Libro. Lo recibimos en la librería, dentro del ciclo “De cháchara”, para una entrevista en vivo. 


 

Tu prosa fue reconocida por gente tan importante y diversa como J. L Borges, Victoria Ocampo, y ahora por Selva Almada, Martín Kohan o Alejandra Kamiya. ¿Qué se hace con tantos elogios? 

Bueno, se disfrutan. No dejan de ser una confirmación que ayuda, de vez en cuando, a seguir escribiendo. En los años setenta, cuando recién me animé a presentar algunos textos, digamos que me sirvió para confirmar que no estaba desencaminado. 

¿Lo dudaste alguna vez? 

No, en realidad toda la vida fui marinero de dos capitanes: el trabajo del vivero y la escritura, pero como la mayoría de los escritores, yo he sido, antes que nada (y de eso me felicito) un lector ávido. 

¿Qué podías decir de tu escritura a lo largo del tiempo? Cuando Leonora Djament, la editora de Eterna Cadencia, te hace la propuesta de recopilar tus cuentos, supongo que empezaste a releerte, ¿no? 

La escritura de este joven de ochenta años ha ido cambiando. Cuando empecé y desarrollé ese mini universo patagónico, yo todavía no había leído a Faulkner, ni a Rulfo ni a Onetti… cosa que no importa, en el fondo, pero después de tantas lecturas, a medida que pasaron los años, vinieron otros cuentos, otros relatos y traté de rescatar lo mejor. 

La naturaleza está muy presente en tus relatos, como si fuera un personaje más… 

Es interesante escuchar eso. Ayer otra periodista me dijo que en mis cuentos no hay objetos, nada de objetos, nunca, y resulta que yo no me había dado cuenta. Un poco lo mismo pasa con lo que percibiste como lectora con la naturaleza. 

Durante muchos años tuviste un vivero. ¿Sentís que esta experiencia fue nutriendo tu escritura, tu ficción?  

Yo no fui al Bolsón para montar un vivero. Fui como administrador de un cine. Fue en el año 67. El cine del Bolsón pertenecía a un ex-gobernador de Chubut, un político que tenía todos los cines de la Patagonia, casi cuarenta en total, y este estaba cerrado. Era un cine importante, con trescientas y pico butacas, pero el acuerdo económico no resultó tan rentable como me habían dicho así que tuve que buscar otra cosa. Después trabajé de maestro, atendiendo los diferentes alumnos que vivían internados con familias en los pueblos que estaban cerca de la línea de tren que iba a Bariloche (pueblos que no tienen colegios secundarios porque eran demasiado pequeños). Se ganaba muy bien, hasta que después de unos cuatro años, pude comprar un terreno, empecé a cultivar la tierra y bueno, así fue armándose hasta que monté el vivero, pero sí, todas estas experiencias, tan diversas entre sí, nutrieron mi escritura. 

Y con tanto trabajo (y una familia), ¿cómo hiciste para encontrar el tiempo de escribir? 

La lectura siempre estuvo ahí y creo que, inconscientemente, era una suerte de aprendizaje. No era del todo una lectura inocente. No es que yo dijera: “bueno, a ver cómo escribe Onetti, ¿cómo resuelve aquello?”, pero, subliminalmente, sí. Yo estaba estudiando, haciendo mi estudio, si cabe. 

Una última pregunta antes de irnos: ¿cómo te sentís cuando escribís? 

Felicidad. 

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