Ficción

Conversación con el hogar

Un cuento de Hermann Hesse

Nacido en 1877 en la selva negra al suroeste de Alemania y autodidacta, fue uno de los autores más prolíficos de su generación, millones de ejemplares vendidos en prácticamente todas las lenguas. Demian, Siddhartha, El lobo estepario, ¿quién no leyó al Premio Nobel de Literatura? Aquí sumamos un relato breve suyo, escrito en 1919, tomado de los Cuentos selectos de Edhasa.

Por Hermann Hesse. Traducción Ariel Magnus.

 

Se me presentó, gordo, ancho, la gran boca llena de fuego. Se llamaba Franklin.

–¿Eres Benjamin Franklin?–le pregunté.

–No, solo Franklin. Francolino. Soy un hogar italiano, un invento magnífico. No caliento mucho, pero como invento, como producto de una industria altamente desarrollada…

–Sí, lo sé. Todos los hogares con nombres bonitos emiten un calor moderado, pero son inventos magníficos, algunos pasan incluso por ser proezas de la industria, según sé por los prospectos. Me gustan mucho, merecen admiración. Pero dime, Franklin, ¿de dónde viene que un hogar italiano tenga un nombre norteamericano? ¿No es extraño?

–No, esa es una de las leyes secretas, ¿sabes? Los pueblos cobardes tienen canciones populares en las que se glorifica la valentía. Los pueblos desamorados tienen obras de teatro en las que se glorifica el amor. Y lo mismo pasa con nosotros, los hogares. Un hogar italiano tiene por lo general nombre norteamericano, del mismo modo que un hogar alemán tiene por lo general un nombre griego. Son alemanes, y no son en nada mejores que yo, pero se llaman Eureka o Fénix o La despedida de Héctor. Eso despierta grandes reminiscencias. Por eso yo me llamo Franklin. Soy un hogar, pero lo mismo podría ser un estadista. Tengo una gran boca, caliento poco, escupo humo por un caño, tengo un buen nombre y despierto grandes reminiscencias. Así son las cosas conmigo.

–Sin duda –dije–, tengo el mayor respeto por usted. Puesto que es un hogar italiano, seguro que también se pueden asar castañas en su interior.

–Se puede, claro, cada cual es libre de intentarlo. Es un entretenimiento, a muchos les gusta. Algunos también componen versos o juegan al ajedrez. Sin dudas que se pueden asar castañas en mi interior. Se queman, sin embargo, y después ya no se las puede comer, pero el entretenimiento sigue en pie. Nada les gusta más a las personas que el entretenimiento, y yo soy obra de personas y debo servir a las personas. Cumplimos con nuestro deber, nuestro sencillo deber, nosotros los monumentos, ni más ni menos.

–¿Ha dicho monumentos? ¿Se considera a sí mismo un monumento?

–Todos somos monumentos. Todos los productos de la industria somos monumentos de una cualidad o virtud humanas, una cualidad que es rara en la naturaleza y que solo se encuentra en alto grado de desarrollo en el hombre.

–¿A qué cualidad se refiere, señor Franklin?

–Al sentido por lo inadecuado. Yo soy, junto a muchos de mis pares, un monumento a ese sentido. Me llamo Franklin, soy un hogar, tengo una boca grande que devora la madera y un gran tubo por el cual el calor encuentra el camino más rápido hacia afuera. También tengo, lo cual es igual de importante, ornamentos, leones y otras cosas, y tengo algunas tapas que se pueden abrir y cerrar, lo que proporciona mucho placer. También esto sirve como entretenimiento, lo mismo que las tapas en una flauta, que el flautista puede abrir y cerrar a su gusto. Eso le da la ilusión de estar haciendo algo con sentido, y al final es también lo que hace.

–Usted me causa fascinación, Franklin. Se trata del hogar más inteligente que haya visto jamás. Pero cómo es entonces: ¿es usted un hogar o un monumento?

–¡Cuántas preguntas! Como ya sabe, el hombre es el único ser que le da un sentido a las cosas. Así es el hombre, pues, y yo estoy a su servicio, soy obra de él, por lo que me conformo con comprobar hechos. El hombre es idealista, es un pensador. Para el animal, un roble es un roble, la montaña es una montaña, el viento es viento y no un niño celestial. Para el hombre todo es divino, todo está lleno de sentido, todo es símbolo. Todo significa otra cosa completamente distinta de lo que es. El ser y el parecer están en lucha. Es un invento antiguo, creo que se remite a Platón. Un asesinato es un acto heroico, una peste es el dedo de Dios, una guerra es una glorificación de Dios, un cáncer de estómago es una evolución. ¿Cómo podría ser entonces un hogar solo un hogar? No, es un símbolo, es un monumento, es un heraldo. Parece ser un hogar, incluso lo es en cierto sentido, pero misteriosamente le sonríe a usted desde su rostro sencillo la esfinge prehistórica. También él transporta una idea, también él es una voz de la divinidad. Por eso se lo ama, por eso se le tributa respeto. Por eso calienta poco y solo como algo secundario. Por eso se llama Franklin.

 

 

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