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María Gainza: "Lo mío es el boceto"

Y su nueva novela, La luz negra

Después de publicar El nervio óptico, María Gainza volvió a librerías en 2018 con otra historia que cruza los pasillos del mundo del arte. "Yo no pienso en la voz antes de escribir. La voz va saliendo mientras escribo. Primero sale con estática, después se va limpiando. Es como sacar agua de un pozo. Al comienzo los baldes traen agua sucia, pero si seguís empieza a salir cristalina", dice.

Por Valeria Tentoni.

 

Protagonizada por una crítica de arte, La luz negra es, como El nervio óptico, un libro que atraviesa el universo del arte. Un universo en el que María Gainza se mueve, también ella misma, como crítica. La narradora tarda pocos párrafos en encontrarse con su gran compañera, una que la llevará hasta el final: una tasadora que será su jefa y por cuyas manos pasan obras falsificadas. "La Negra", le dicen, ¿pero quién es la Negra y de qué planeta vino? 

Después del éxito de su libro anterior -traducido a más de quince lenguas y elogiado en cada una de ellas-, esta nueva apuesta, ahora publicada por Anagrama desde su primera edición, reafirma un universo. Juana Bignozzi decía en una de sus últimas entrevistas: "A mí me interesa la gente que crea un mundo, persiste y lo defiende", y María Gainza -que además coincide con la poeta en su adoración por los manieristas, como se verá al final- podría haber sido un ejemplo perfecto de ese interés.

 

 

Volvés en este libro al universo del arte, que es un universo que también te ocupa en tu labor como crítica, pero atravesás aquí construyendo un artefacto de ficción. ¿Por qué?

Rara vez tengo buenas explicaciones para mis actos, pero para mí La luz negra no es un libro de ficción. O bien tiene tanta ficción como tenía El nervio óptico, quizás menos te diría, sólo que está distribuida de manera distinta.

La ciudad tomó gran protagonismo también, delineada con aura mítico, como cajón de historias que van de boca en boca. ¿Dirías que es un libro que recuerda, homenajea y se melancoliza también con una Buenos Aires que desapareció?  

No pretendía ser un homenaje. La historia transcurre en ese lugar y esa época pero podría haber transcurrido en cualquier otro lugar y en otra época y me hubiera dado igual. No quería reconstruir, solo dar algunas pinceladas sueltas y abiertas, lo mío es el boceto. Para la reconstrucción minuciosa y hollywoodense tenés que ser muy virtuoso. En Las esferas invisibles, Diego Muzzio lo hace de manera brillante: una Buenos Aires acosada por la fiebre amarilla de 1871. Yo soy muy limitada como escritora como para intentar eso. Si me tiro al agua necesito ver la orilla.

"La ilusión de que el estilo es el carácter", leemos a poco de comenzar el libro. En la última entrevista que hicimos para el blog, respondías: "Hay que trabajar las limitaciones propias hasta volverlas un estilo". Como autora, pero también como crítica y lectora, ¿cómo pensás al estilo, cómo identificarlo?

El estilo es tu forma particular de hacer las cosas en el mundo y es lo único que, creo yo, no se puede enseñar en un taller. No tiene nada que ver con la moda o con el saber. Las modas pasan, el estilo permanece, ¿quién decía eso? Creo que Coco Chanel. El estilo está en todo, en una coma, en un verbo, en un sustantivo, en una oración, en un párrafo, en un par de zapatos, en el cielo. Hay días con estilo y otros sin. El día de hoy por ejemplo tiene mucho estilo. Lo veo en el color del aire y en la forma achaparrada de las nubes.

¿Qué te atrajo de la figura de la falsificadora como personaje?

No me atrajo la falsificación, me atrajo la leyenda, lo poco que se sabía sobre ella y el poder de resonancia que tenía su historia. Había tantas Negras como historias se proferían sobre ella.

En el libro, la investigación lleva a M. a rastrillajes que pueden traernos a los lectores piezas tan disímiles como catálogos de subastas o expedientes judiciales. ¿Cómo trabajaste todos estos registros distintos y por qué? ¿Cómo decidiste cortar, en cierto punto del libro, el tranco más bien "ortodoxo" de escritura?

Nada me sale ortodoxo. Empiezo prolijo y me voy desarmando. Es mi inclinación natural hacia la entropía, supongo. Antes la resistía, ahora ya no la combato más. Elijo mis batallas y tengo monstruos más grandes contra los que luchar.

"Dice Galasso que lo que la mente ve cuando hace una conexión lo ve para siempre", leemos. ¿Podrías contarnos cuándo fue que viste "la conexión" de este libro, cuándo fue que decidiste emprenderlo?

Un día en una reunión alguien mencionó a la Negra, una mujer muy bella que falsificaba. Esos dos ingredientes, como dos piedras que se frotan, produjeron una chispa en mi mente. Acababa de publicar El nervio óptico; tuve suerte que apareciera una historia cuando acababa de dejar otra dado que me ahorró la pregunta: ¿y ahora qué hago?

"Ténganme paciencia, ya encontraré mi voz", leemos. ¿Cómo pensaste y construiste a la narradora de La luz negra?

Yo no pienso en la voz antes de escribir. La voz va saliendo mientras escribo. Primero sale con estática, después se va limpiando. Es como sacar agua de un pozo. Al comienzo los baldes traen agua sucia, pero si seguís empieza a salir cristalina.

¿Trabajaste efectivamente documentándote para escribir la novela?  

Me documenté mucho, me pasé días en la Cámara del Crimen, pero donde había lagunas no me desesperé; simplemente, plop, salté adentro. Porque después de todo, como dice Saer: “Nada de lo que nos interesa verdaderamente nos es directamente accesible”. Atrincherarse en lo empírico no te vuelve más sabia.

En la otra entrevista, te pedimos que señales un cuadro entre todos los cuadros queridos por vos. Ahora, ¿cuál podría ser el retrato de M? ¿Y cuál el de Enriqueta?

Es un secreto profesional, no podría revelar sus rostros, pero la pintura que podría representar a ambas de manera lateral podría ser alguna pintura manierista, alguna de esas con torsiones misteriosas. Dado que a ambas les gustaban mucho los saunas, “Las dos mujeres en un baño” de la escuela de Fontainbleau, de autor anónimo, que está en los Uffizi, podría representarlas. Una pintura del siglo XVI, teatral y resbaladiza, la amistad entre dos mujeres que comparten secretos y semejanzas y donde nada es muy claro.

 

 

 

 

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