Por Valeria Tentoni.

Este año arrancó con la noticia de que se lanzaba la primera carrera universitaria de escritura del país. La avalancha fue total, imprevista hasta para sus autoridades: hubo 1800 preinscriptos ni bien comenzó a rodar la noticia en febrero en los medios, con entrevistas a Tamara Kamenszsain, convocada como directora por la Universidad Nacional de las Artes. Finalmente, la poeta y ensayista se pasó a un lugar de asesoría general y quedó a cargo de una cátedra, y la dirección está ahora en la figura del escritor Roque Larraquy. De esa cantidad arrolladora de preinscriptos, quedaron efectivamente 1100 para el Curso Introductorio de Nivelación y Orientación previo. La carrera propiamente dicha arranca en el segundo cuatrimestre de este año. "Siendo esta la primera licenciatura en Escritura que se abre en Argentina, entendemos que el número obedece a una demanda no satisfecha, acumulada en el tiempo, que recién ahora encuentra un espacio académico donde manifestarse. Prueba de eso es también la extraordinaria heterogeneidad (en términos de edad, formación y procedencia social) de los estudiantes”, explica el autor de La comemadre.

Según cuenta, la Licenciatura del UNA “es un sueño largamente proyectado por la rectora Sandra Torlucci, que el año pasado convocó a un equipo de escritores y docentes para dar forma definitiva al programa general de la carrera. El trabajo incluyó la revisión de programas universitarios de escritura latinoamericanos, estadounidenses y europeos, pero desde el inicio entendimos que la tradición de la escritura en Argentina, su relación con el mercado editorial y la circulación de la lectura, y la peculiaridad de una carrera de grado pensada para la universidad pública y gratuita, demandaban un tratamiento académico específico”. La selección del plantel docente es coherente con ello: Martín Kohan, Pía Bouzas, Carolina Bruck, Sandra Buenaventura, Gabriela Cabezón Cámara, Juan Carrá, Silvina Gruppo, Marcelo Guerrieri, Silvia Jurovietzky, Gaby Larralde, Julián López, Carla Maliandi, Marina Mariasch y Sebastián Martínez Daniell lo componen.

“Pensamos este espacio para un estudiante que busca un entrenamiento intensivo en la escritura en diversos medios y soportes (narrativa, poesía, dramaturgia, narrativa audiovisual, ensayo, narrativa no lineal para plataformas digitales), al tiempo que define su perfil como profesional dando cuenta teórica y críticamente de su objeto de estudio y producción. La carrera está diseñada como primera carrera de grado, que no requiere de conocimiento previo en la materia; tiene una duración de cinco años y una amplia oferta de asignaturas prácticas (talleres de escritura) y teóricas. Con respecto a la salida laboral, entendemos que la existencia misma de la carrera contribuirá a la formación de un campo específico de oferta y demanda”, concluye Larraquy, en medio de una agenda apretada.

Enseñar a escribir, enseñar a desconfiar

Desde agosto de 2013, la Universidad Tres de Febrero también tiene su oferta en la materia: la Maestría en Escritura Creativa, con el sello distintivo en dirección de María Negroni. Son 15 las materias que se imparten, tomando el CCBorges como espacio de clases en horarios amigables para personas que trabajan (de 18 a 22). Su duración es de 4 cuatrimestres, y la primera cohorte, de 30 estudiantes, ya se graduó completa el año pasado; hay dos grupos de igual número en curso. La próxima cohorte arranca en agosto.

“Los profesores que dictan clases en esta Maestría son destacados escritores y artistas, de amplio reconocimiento en el ámbito cultural nacional e internacional. Si bien hay docentes que tienen doctorados en Literatura, es su producción lo que determina su selección. Nos interesan aquellos escritores que tienen una escritura singular, que buscan iluminar esas zonas donde cualquier noción de identidad –entendida como certeza— queda suspendida, y lo paradojal, lo opaco y lo heterogéneo buscan resquebrajar los sentidos cerrados”, explica Negroni. 

La autora de Museo negro dio clases en el Programa de Escritura Creativa en español de la Universidad de Nueva York y enseñó en Sarah Lawrence College, que tiene uno de los Programas de Escritura Creativa en inglés más prestigiosos de Estados Unidos, donde residió mucho tiempo. Allí dieron clases, entre otros, Marguerite Yourcenar, Susan Sontag, Grace Paley y Joseph Campbell: “Cuando le propuse al rector de UNTREF armar el programa, tomé como base esos dos modelos, aunque incluí algunos componentes nuevos. Por ejemplo, incorporé seminarios sobre otras formas del quehacer artístico (artes plásticas, composición musical, teatro, cine.) Pienso que ese intercambio puede ser extremadamente enriquecedor”, dice, y agrega: “Lo importante es acompañar a los escritores en su proceso de formación, instándolos a explorar de un modo intenso diversas prácticas de escritura, al tiempo que aprenden a reconocer poéticas y distintos modos de enfrentar el hecho estético”. 

Un escritor o escritora, advierte Negroni, “se forma en décadas. Dentro y fuera del espacio mismo de la escritura. Con mucha lectura. Con mucha vida. Con todo aquello que lo/a atraviesa como persona, desde las condiciones socioeconómicas hasta las circunstancias políticas e históricas de su tiempo hasta las marcas biográficas que le tocan. Sin perjuicio de esto, existe la posibilidad de acompañar, ordenar y organizar esa formación de una manera más orgánica y eso es lo que hace la Maestría, al ofrecerle a los estudiantes la posibilidad de tomar clases con escritores de reconocido prestigio y compromiso con su obra, que pueden guiarlos en su propio proceso de crecimiento. El hecho de que la Maestría está abierta a estudiantes que ya poseen un título universitario o terciario, tiene la ventaja adicional de que, cuando ingresan al Posgrado, los estudiantes ya están más definidos vocacionalmente que a los 18 años”. 

La idea de escritor que subyace al programa de la UNTREF es la de uno “desconfiado”: “De las ideas recibidas. De la palabra asertiva o unívoca. De los encasillamientos, las prisiones linguísticas y los hábitos mandones del discurso. Al escritor que buscamos formar, le caben las prerrogativas del desconocimiento y la imaginación. También le competen dos tareas: desmontar los ángulos muertos del idioma (que constituyen, entre paréntesis, la opresión menos visible) y forzar al lenguaje a cobrar vida a partir de la conciencia de su propio vacío, es decir de su impotencia. Así, al recordar todo el tiempo que verdad y certeza son un binomio imposible (e indeseable), la escritura que vale la pena se vuelve antídoto contra el autoritarismo, garantía de la pluralidad y refuerzo de la convivencia. No podría pensarse en función humana, social y política más importante”. La escritora y ensayista cree que es imprescindible recordar a los alumnos que la escritura “nunca busca ratificar conceptos ni alentar certezas sino, por el contrario, crear un espacio para alentar la duda y las preguntas, la tolerancia y la imaginación, ensanchando de ese modo la realidad. En su mejor expresión, y al margen del ‘tema’ que trate, la escritura es siempre un arte disidente. Su ejercicio es arduo”. 

Leonora Djament, Gabriela Massuh, Diego Esteras y María Negroni, en una clase en UNTREF.

En vivo y on line

Blanca Herrera, fundadora junto a Carlos Lutteral de Casa de Letras, se refiere a cómo comenzaron a ofrecer en Buenos Aires un programa formativo de tres años de Escritura Narrativa presencial, además de una opción on line (desde 2013) para llegar al interior del país, de cursos breves y tutorías de obra. Comenzaron en 2001 con una escuela para la formación de narradores orales, que ofrecía un programa de dos años, pero desde la Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonès los alentaron a abordar la escritura creativa: “En aquel momento estaban empezando a florecer en Europa Continental varias escuelas, por fuera del ámbito universitario, diferenciadas también de los talleres de autor, que al igual que la nuestra, se basan en el principio de que el talento no puede transmitirse. Lo que sí se puede es acompañar a quienes quieren hacer de la escritura su oficio, brindándoles técnicas y procedimientos que les permitan o faciliten aquello que les sería mucho más dificultoso lograr en soledad. Tomamos la experiencia exitosa del mundo anglosajón y en forma más reciente de las escuelas de la Europa continental, para ofrecer un concepto en aquel momento novedoso en nuestro medio. Cuando lanzamos el programa, en el año 2006, la alternativa que existía eran los talleres literarios. Uno de los valores superadores que vemos en el modelo de la ‘escuela’ es la pluralidad: cada materia cuatrimestral es coordinada por un escritor diferente; a lo largo de la formación los alumnos son acompañados por 9 escritores, cada uno con su propia mirada sobre la escritura. Otro elemento interesante es la posibilidad de seguir un itinerario organizado metodológicamente”, explica Herrera, y dice que se proponen facilitar un vínculo para lo alumnos “con el escritor, no ya con el mito, sino con la persona que está detrás de los libros que han leído”.

El programa de Casa de Letras provee una formación “eminentemente práctica”: “Los conceptos teóricos se desprenden de los propios textos de los alumnos y del análisis de otros textos literarios que el profesor les propone. La enseñanza se reparte primordialmente entre la lectura y la práctica de la escritura”. A los profesores los seleccionan por su trayectoria y experiencia en la enseñanza: “Son escritores formando a futuros escritores”, dice. Hay materias como “Lectura para escritores”, diseñada por Aníbal Jarkowski. “Cuando un escritor o una escritora leen, la lectura, para bien o para mal, no se corresponde exactamente con la de otro tipo de lectores –como sucede cuando una pintora mira un cuadro o un músico escucha una canción–. Esto puede provocar algún desencanto, pero es mejor admitir que Borges, por ejemplo, leía de un modo diferente”, propuso el autor de Rojo amor. 

¿Qué idea de escritor circula en la institución? Herrero cita a otro profesor, Leopoldo Brizuela: “Hay un saber específico del escritor de ficciones. Casa de Letras, aunque tan distante de la forma habitual del taller literario como de la propia carrera de letras, es básicamente un centro de transmisión y exploración de estos conocimientos, no en forma de imposición, por supuesto, sino de sugerencia y propuesta de lo inhabitual para cada uno”. Entre los escritores que coordinan actualmente el programa están, además, Ariel Bermani, José María Brindisi, Félix Bruzzone, Jorge Consiglio, Fernanda García Lao, Eduardo Muslip y Mónica Sifrim.

Es una asociación civil sin fines de lucro y no entrega un título oficial al final del programa. En cuanto a la salida laboral, la fundadora es clara: “Si bien no podemos comprometer con nuestros alumnos una salida laboral determinada, la experiencia de diez años formando escritores da cuenta de que muchos de ellos están siendo publicados, obteniendo premios, trabajando en editoriales o fundando la suya propia”. Entre sus alumnos, se cuentan Mariano Abrevaya Dios, Cristian Broemmel y Gabriela Luzzi. Al momento, son 14 las promociones que pasaron y 138 los egresados de la modalidad presencial. En diciembre pasado se graduó la primera promoción de 10 egresados de la Escuela de Escritura Online. “Hemos tenido a lo largo de los diez años un promedio de 500 matrículas por año”, apunta Herrero. No es necesario tener un título de algún tipo ni saberes previos: “Basta con el deseo de expresarse a través de la escritura, y el compromiso que exige el programa, en cuanto a las 4 horas de cursada semanal más los trabajos de escritura y lectura a desarrollar de una semana a la otra. Desde el primer día los alumnos son tratados como escritores en potencia”. 

Club talleres

Hace un tiempo entrevistábamos a Cecilia Pavón, quien coordina un taller en su casa y tuvo una experiencia en los 90 en una universidad de Estados Unidos, después de haber pasado por Letras en la Universidad de Buenos Aires: “Al taller lo pienso como un lugar en el que la gente se empieza a conectar y a hacerse amigos, a armar cosas y a intercambiar. Hay algo así medio ritual, que tiene que ver con que se pierde la lógica y puede pasar cualquier cosa. Para mí dar taller es poder comunicar un entusiasmo. Es un espacio distinto a la academia”, explicaba, y catalogaba a los programas de escritura creativa en la universidad como “un bajón, todo re cuadrado. Acá tenemos los talleres de los escritores, que para mí son espacios mucho más interesantes que si estuvieran en una universidad. En Estados Unidos, de hecho, ya vienen de vuelta de eso. Está re criticado. Y acá estamos poniéndolo. Creo que volver la escritura creativa institucional va en contra de la escritura. Me parece que lo más interesante que todavía pasa en Buenos Aires es que los escritores se conectan de manera horizontal, a través de lecturas, fanzines, editoriales. Para mí eso es lo que hace de Buenos Aires una ciudad única”, decía entonces.

La autora de Un hotel con mi nombre es una de las muchísimas personas que se dedican a dar talleres privados. De poesía, de narrativa, de lectura, de escritura, de traducción, de crónica, de lo que quieras: Buenos Aires es, en efecto, una ciudad en la que los escritores son muy accesibles y te reciben, no pocas veces, en su propia casa. Hasta te preparan la merienda: es muy común ver fotos en redes de las mesas de alumnos tomando mate o cerveza, comiendo algo. De un tema se pasa al otro y no es extraño que la intimidad de esos encuentros produzca vínculos de amistad y cercanía. 

¿Compiten todas estas propuestas de formación? No parece. Lo que ofrecen es, definitivamente, distinto. La figura del tallerista podría pensarse, quizás, cerca de otra figura muy común también en los circuitos de escritores estadounidenses: los mentores. ¿Tan lejos están de un perfil de ese orden talleres como los de Abelardo Castillo o Alberto Laiseca (a quien sus alumnos dicen, cariñosamente, “maestro”; quien llama a sus alumnos, cariñosamente, “discípulos”)? El padre del realismo delirante dio clases muchos años, también, en el Centro Cultural Ricardo Rojas, otro espacio de talleres cuatrimestrales y bimestrales muy accesible en la ciudad. Hay otras ofertas de ese orden: en el Centro Cultural Recoleta, en el Malba o en el Club Cultural Matienzo, por mencionar algunos. 

Con el agregado reciente de la Licenciatura de UNA como opción pública y gratuita, Buenos Aires queda a la cabeza, como ciudad, entre las ofertas más ricas y diversas para la formación de escritores y escritoras en español.