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"La poesía acompaña a los otros, no a quien la escribe"

Entrevistamos a Juana Bignozzi con la excusa de su libro nuevo, Las poetas visitan a Andrea del Sarto, editado por Adriana Hidalgo.

Entrevista y foto Valeria Tentoni.

“Estos son los versos de una poeta eternamente joven”, escribe Martín Gambarotta en la contratapa de Las poetas visitan a Andrea del Sarto, el último libro de Juana Bignozzi editado por Adriana Hidalgo, mientras prepara sus obras completas y firma los emails que dispara desde su departamento en el barrio de Once como “Juanita”. Ese diminutivo no hace sino cristalizar (y evocar, después de conocerlos) la pícara belleza de sus ojos verdes. Está sentada de espaldas a la luz de la ventana, por la que se cuelan los aullidos despreocupados de decenas de chicos. ¿Hay una escuela cerca? Está serena y hermosísima contra la pared, un borravino exquisitamente elegido para recibir las obras que se reparten en la superficie que cubre. Una pieza de Valerio Adami está justo detrás de ella. “Ir a los museos, a las exposiciones: ir a ver plástica” dice, es lo que más le gusta hacer en la vida. “Nunca pinté, no sé agarrar un lápiz y nunca quise. Tal vez por eso tengo tan buena relación con la pintura. Puedo hablar de ciertas cosas porque no lo hago desde lo que no pude lograr”. En ese departamento lo que suena, cuenta, es ópera. Y canciones francesas.

“Dos palabras vienen casi juntas para evocar el temperamento de Juana Bignozzi: melancolía e indignación. Ambas pertenecen a la gran tradición poética. (…) Conoce todos los meandros de la ira y en sus intervenciones más amistosas abunda la invectiva hiperbólica. Prolifera en grandes gestos. La melancolía le da a su escritura un irónico secreto. En Mujer de cierto orden, afirma: ‘Para que nadie dude de mi inteligencia,/ me ocupo de problemas casi ridículos’”, así se le refería Beatriz Sarlo en el discurso de entrega de la Rosa de Cobre en la Biblioteca Nacional el año pasado. “Juana nunca es solemne”, también decía entonces.

Nació en Buenos Aires en 1937. Abandonó las carreras de Derecho y Letras: “A Letras entré dos o tres veces. Y cada vez que hacía la primera materia me aburría y me iba”. Estudió idiomas: francés e italiano. Formó parte de El pan duro, grupo poético creado por Juan Gelman a mediados de los cincuenta. Él fue quien se encargó de que el primer libro de Bignozzi se publicara, en 1960: Los límites. Unos quince años después se trasladaría a Barcelona con su marido. Allí pasaron unos treinta años, pero siempre quiso volver. Lo hicieron en 2004.

 

Nunca te dedicaste a traducir poesía, ¿no?

No, y traté de no traducir literatura. No me gusta. He hecho algo, y algunos títulos muy famosos de literatura, pero lo hacía cuando no tenía trabajo. Yo traduje durante años libros de derecho, historia, economía.

¿Y por qué no?

Para mí la traducción es una profesión para ganarme la vida. No tengo esa vocación de otros traductores: esto de la vocación literaria mezclada con la traducción, no es lo mío. Ahora estoy traduciendo a Le Clézio. Es encantador pero es terrible. Lo hago porque entrego un libro cada año o cada dos, y para no perder el oficio, porque es para Adriana Hidalgo, que me da meses para terminarlo con calma. Si no no lo haría. Treinta y pico de años traduje.

Más de 400 libros, ¿es correcto?

Sí. Empecé en el 67 traduciendo. Bah, firmando. Porque antes fui negro. En el 67 fue que firmé la primera traducción. En Argentina sí, yo acá hacía literatura, porque es lo que se hacía. Traduje hasta el 2014 permanentemente, después cuando me vine ya no. Aunque el otro día me di cuenta que ya hice como cinco Le Clézio. ¡Es que los libros se acumulan!

Entonces no interrumpe ni se mezcla con tu escritura, la traducción.

No, no tiene nada que ver. Nada que ver. Durante muchos años, en Barcelona, hice algo que yo adoraba: me especialicé en cocina y hacía las adaptaciones de los libros, que tienen mucha importancia porque tenés que hacerlo para que puedan comprar los ingredientes en el lugar. El último trabajo que tenía, al que renuncié para poder levantar la casa y venir a Buenos Aires, era una enciclopedia de licores. La historia del alcohol, más bien. Muy lindo. Pero eso no lo terminé porque me venía.

¿Cuando vivías allá tenías nostalgia de Buenos Aires?

Ah, sí: yo me pasé treinta años llorando. Nunca quise vivir en ese lugar. La suerte es que viajábamos mucho, entonces escapábamos de eso. Pero lo mismo quisimos venir, volvimos. De pronto veo una exposición, y digo qué lindo, pero es lo mismo que si viera una en China. No tengo la nostalgia que tuve siempre de Buenos Aires. No tengo nostalgia de Europa para nada. Para mí son mundos que se han borrado. Yo soy muy de romper con las cosas y no voy a volver jamás a poner un pie en España. Para mí se borró ese país, por suerte.

¿Tuviste una mala experiencia?

No, si me fue muy bien. Pero no me gusta. Nunca me gustó, nunca me interesó. Nunca tuve esa ilusión que tiene mucha gente, que son reconocidos allá como poetas, eso es mentira, ¡es-men-ti-ra! Es una ilusión de ellos, ¿te das cuenta? Bueno, España además no tiene poesía. Se acaba de morir Panero, que era el único, en un estilo, en el malditismo, lo que quieras, pero era el único poeta. Segregado, porque vivía en un psiquiátrico. Ese era el mejor poeta de ellos. Pese a lo que se cree, equivocadamente, sobre las poesía de España. Por la generación del 27 se cree eso. España ha tenido poetas definitivos, algunos, pero nunca una generación como la nuestra del 60. Es un país de pintores, eso es lo que la gente no se da cuenta. Tienen una plástica coherente y de grupos que han tenido un peso muy grande en la pintura.

Juana Bignozzi, 2014

¿Cómo llegaste a dedicar un libro a la figura de Andrea del Sarto?

Siempre digo que no hay que escribir sobre un cuadro del que no se vio el original. Lo clásico siempre impresiona, pero en realidad yo no sé qué hay que tener para quedarse absolutamente extasiado ante La Gioconda. O es que hay cosas que a mí siempre me impresionan más; lo que yo llamo las pinturas menores. No Rafael, que a mí no me gusta, Leonardo… Sí, ya sabemos. Pero por ejemplo en Florencia hay muchísimos cenáculos y esa pintura es una maravilla. Andrea es para el mundo la culminación del Renacimiento pero en realidad, y por eso yo escribí esto, él fue el maestro y el compañero de los maestros manieristas. Yo me preguntaba qué aprendieron en el taller de ese hombre que se hicieron manieristas, y él no los negó nunca. Eso es lo que me fascinó, y empecé a entender cómo está llena de rasgos manieristas su pintura. Yo iba todos los años a Florencia. Una vez estaba en Roma y habían cerrado la Galería Borghese porque la estaban arreglando y habían trasladado todo a un centro como puede ser acá La Usina del Arte. Y, claro, los cuadros, en ese lugar que era grande pero no para la Borghese, tapaban de punta a punta la pared. Entramos en una sala y eran todas vírgenes, calvarios, y yo le dije a mi marido: ese de ahí es Andrea del Sarto, fijate. Y era, el único cuadro suyo que había ahí. Ahí me di cuenta que podía escribir esto. Yo lo reconocía en medio de un caos de vírgenes, que eran todas contemporáneas, muy similares. Conocía sus rasgos, su pincelada, sus colores. La cara de su mujer; todas las vírgenes tienen la cara de su mujer. Me costó el libro. Lo escribí tres veces, no sabía cómo escribirlo.

¿Es cierto que lo reescribiste cuando te indicaron que era “polifónico”?

¡Ahí lo tiré y empecé a escribirlo de nuevo! Lo que pasaba era que yo no sabía quién hablaba. Hablaba yo, hablaba del Sarto, los discípulos, la mujer. Era un caos. Me lo dijeron como un elogio lo de “polifónico”, pero yo me respondí: esto hay que tirarlo. Me llevó como diez años. Como pasa cuando las cosas son caóticas en la escritura, yo no decía lo que quería decir, se me mezclaba.

¿Tardás mucho en dar por terminados los libros?

Sí, porque no soy industriosa. Bueno, trabajé como un perro toda la vida, pero trabajé para vivir. Ahora, en la poesía soy muy haragana. Muy tranquila, voy acumulando cosas. Lo que pasa es que escribí tantos años que por eso tengo tanta obra. Hay poetas de mi edad que tienen catorce o quince libros que nadie los leyó, y no es cuestión tampoco de eso… Una vez, no me acuerdo quién, pero algún poeta de mi juventud, alguien mayor que yo, me preguntó cuántos poemas de memoria recordaba de Verlaine, que yo lo adoro. Y yo recuerdo dos de Verlaine. Un poeta queda por un poema que marca --la época, la generación. Algo, marca. Lo ves en todos los poetas buenos, es así: tienen un libro que marca algo. Es un momento único.

¿Y qué libros te han marcado a vos como lectora?

Los italianos.

¿Pavese?

No, Pavese no tanto. A pesar de que los que comentan mis libros dicen que soy pavesiana, yo no soy pavesiana. A mí me parece muy narrativo. Bertolucci, Caproni, Montale --nunca he sido capaz de que me influenciara, por problemas míos, no de él. Es difícil Montale. Alguna cosa de Pasolini. Cuando empecé a ir a Italia, estudié en la Universidad de Perugia, fui a hacer una pequeña maestría, en el 78, 79, me compraba los libros. Todavía los tengo.

Los leíste directo del italiano, entonces.

Ah sí, sí: los idiomas que sé los leo en original. Los chinos trato de leerlos de traducciones inglesas, que son los que saben. Y a los rusos los leo de traducciones del italiano. Hay poéticas que hay que leerlas en ciertas traducciones. Por ejemplo, los chinos de los ingleses son insuperables. O a Ajmátova yo la leí toda en italiano. Creo que hay idiomas que encajan más con otros.

¿Escribiste en otro idioma alguna vez?

No.

Poetas argentinos de los que te sientas cerca, ¿Gelman?

No, no, Gelman no: vamos despacito... Gelman fue compañero mío de juventud, yo con una ciega admiración en los primeros dos, tres libros. Después ya no lo leí más. Lo leí, bueno, porque si no no puedo hablar, pero este último libro ya no, no me interesa. Veo que los jóvenes no lo leen: eso me deja impresionada. No me parece mal, me impresiona. Yo trato mucho a los poetas jóvenes --jóvenes ya estructurados, de treinta y pico, cuarenta, no un chico de veinte que ha escrito cuatro poemas. Y no, Gelman no. Es que yo creo que se equivocó en seguir publicando de manera compulsiva. Yo una vez dije… (yo tengo la costumbre de opinar y entonces eso me crea algunos problemas) que él escribe, en los últimos años, desde Carta a mi madre, como si hubiera ido al taller literario de Gelman. Igual hay gente que se muere por él. Ninguna poeta se muere por Gelman. Y eso es muy importante, hablo de Argentina. O se me escapa ahora alguna.

Tenés razón, estoy formulando muy mal. La pregunta sería entonces, mejor: ¿con quiénes creciste como poeta?

Claro, sí, yo crecí con ellos. Con Raúl González Tuñón, por ejemplo. La imagen de poeta, todo lo que pienso en ese sentido, viene de Tuñón. Pero no su poesía. A mí me gusta muchísimo y me importa, pero es la poesía de un hombre de la bohemia del 20, ¿cómo va a tener que ver con una chica de barrio del 50? Siempre digo que el mundo de Raúl era el de mis tíos, además él es muy jovencito cuando empieza a publicar. La imagen, todo eso, sí. Pero nunca tuve una afinidad de escritura porque son dos mundos opuestos.

Lo mismo con Alejandra Pizarnik y Susana Thénon, ¿no?

No estábamos en lo mismo, estábamos en cosas muy opuestas. Thenon sí me interesa, le tengo afecto, me importa. Pero, es decir… no estábamos en lo mismo.

¿Con Pizarnik compartían lecturas?

No, no compartía nada con Alejandra; es decir, ella era muy amable conmigo y yo con ella también. Me regalaba los libros, todo esto. Se burlaba conmigo de otras poetas. Yo me acuerdo que me llamaba los domingos y me decía: “¿Viste que nuestra amiga publicó otra carta en La Nación?” Decía: “Son cartas, no poemas”. Y eran amigas de ella, eh. Pero claro, Alejandra, con ese duro trabajo con la palabra, esa cosa…

¿Y por qué creés que te llamaba a vos para eso?

Y, yo pienso, lo poco que nos tratamos, pocos años, que ella se sdaba cuenta que yo no estaba en la carrera literaria. Que estaba en una carrera que a ella no le importaba nada, que era la política, nada que ver con nada. Que yo no estaba en ese grupo. Y no estaba, de hecho. Yo pienso que le daba una tranquilidad de estar hablando fuera de la negociación. Eso es lo que le podía dar tranquilidad. Por eso se reiría. Se reía conmigo. Ya los últimos dos años de vida de ella no la vi. Me casé, y ya estábamos muy lejanas. Yo había publicado Mujer de cierto orden, entonces en alguna medida yo ya estaba también en una presencia literaria de otra manera.

En una entrevista hablás sobre la diferencia entre la poesía política y la poesía ideológica. ¿Creés que eso te distinguió del resto de los poetas de tu generación?

Sí, porque entre los poetas de mi generación hay muy pocos que han hecho poesía ideológica. Y, además, han sido pésimos poetas políticos --exceptuando algún poema de Gelman, excepcional. No han tenido la voz de Neruda para lo político. Lo político es muy difícil. Los brasileros lo hacen esto perfecto, con Haroldo de Campos. Neruda es imbatible. Es muy difícil la poesía política.

¿Vos te la propusiste alguna vez?

No.

No te interesa.

No es que no me interese, es que no sé qué decir. No se me ocurre.

Pero ideológica, sí.

Ah, sí. Sí. Yo creo que toda mi poesía es profundamente ideológica. En mi libro anterior, que es uno de mis libros de siempre, se ve. Incluso en Andrea yo hago una lectura política del poder, de la relación con el dinero.

Juana Bignozzi, 2014

“La vida no nos separará, solo nos distinguirá”, se lee. ¿Con tu generación pasó algo de eso?

Y mirá cómo nos distinguió la vida. Cosa que en el 64 yo no hubiera pensado jamás. Yo siempre fui diferente y nunca fui muy… Pero éramos un equipo indisoluble.

¿Y Pan duro?

Pan duro terminó y no era un grupo que se leyera con un sentido poético, era un grupo de acción. Entonces podías escribir lo que querías, porque el objetivo era otro, no era una estética. No había una estética Pan duro. Después empezamos con lo narrativo, ahí sí había como un plan poético. No tenías un mandato generacional, como después tuvimos. Así que la vida nos distinguió terriblemente, a los de mi generación. Ahora somos extraños. No hablamos, no nos vemos. Y mejor, para no matarnos. Los que hemos llegado hasta esta edad, que es mucha, no tenemos nada que ver. Ahora, yo soy, con Gelman, la que más persistió en la poesía. Él y yo escribimos siempre. Yo escribo este libro a los 76 años. Gelman escribe hasta el día que se muere. Nosotros nunca bastardeamos esto como una cosa juvenil. No, no: nosotros escribimos toda la vida.

Hay otra idea en este libro y es la de la persistencia. Y te has referido antes a esta idea de romper la barrera de la primera juventud, algo así como a ver quién queda escribiendo después.

Porque siempre digo que es muy difícil escribir cuando empezás a tener una vida a la que tenés que responder. Yo no tuve hijos, nunca quise, pero vos tenés hijos, la hipoteca de la casa; la vida te va exigiendo, viste. Ahí hay que escribir. No cuando tenes veintipico y andás por los bares. Hay que escribir cuando empiezan los conflictos, incluso de salud. Cuando empiezan las edades de conflicto.

La imposibilidad.

Claro, porque de pronto no estas como para pensar en versos. Tenés otras urgencias.

¿Cuál fue de los tuyos el primer libro que creés cruzó ese umbral?

Mujer de cierto orden. Los otros dos, ahora van a hacer la obra reunida y no sé si los voy a poner. Nunca los reconozco mucho. Quizás algunos poemas del segundo, el segundo sí me gusta a mí. Pero son libros juveniles, son libros de los veintipico años. Mujer de cierto orden es el libro de una persona joven, con las edades que se usan ahora. Lo escribí a los 27 y lo terminé a los 28. Ahora los jóvenes empiezan no sé cuándo. En mi época no se le ocurría a nadie de 40 años llamarse poeta joven. De Alejandra empiezan a decir que era joven cuando se mata. Es muy joven para morir, sí: pero como poeta era una poeta consolidada.

¿Qué es lo que te interpela a vos en un poema? ¿Qué te detiene como lectora?

Esto puede parecer teórico pero no es teórico: cuando yo noto que tienen un objeto claro. A mí me interesa la gente que crea un mundo, persiste y lo defiende. Crea un mito. Si yo no veo que está el mito o la creación de un mito cuando son jóvenes, no. La poesía es crear un territorio mítico al que siempre volvés. Mirá Pavese, ya que hablabas de Pavese. Gelman, claro. Gelman lo tiene. Tenés un universo que es tuyo y que es al que volvés y finalmente uno escribe toda la vida sobre ciertas cosas, sobre lo mismo.

¿Sobre qué creés que has escrito vos toda la vida?

La ideología. A mí no me desilusionó mi ideología. No soy una escéptica ni mucho menos, me molesta el escepticismo en política. Hay momentos de la historia que son de derrota, pero la historia no es derrotada. Confío en el pueblo. Lo creo sinceramente. Yo siempre repito lo de Negri: “Mientras hay un territorio de necesidad, va a haber lucha”. Mientras haya un territorio donde exista la desigualdad, va a haber lucha.

¿Argentina, 2014?

Me parece que no tenemos gobierno, esto lo digo claramente. Veo mucha gente que está en la militancia política diaria, y soy amiga de esa gente. Uno se acusa al otro de traicionar al peronismo, uno se acusa al otro de traicionar al kirchnerismo, así entre ellos. Yo tengo una elección en esos grupos, a los que veo siempre y con los que hablo de política. Yo que estoy al margen, que no tengo dónde militar…

Te interrumpo, ¿por qué decís que no tenés dónde militar?

Y, dónde voy a militar. No voy a militar en un partido peronista, la izquierda no existe. Porque la izquierda no existe. Todas estas cosas son payasescas. No hay izquierda. Los troscos yo los conozco desde adolescente, no voy a estar con troscos. ¡No voy a ser radical! Entonces no tengo dónde.

Pienso en algo que leí dijiste sobre tu papá, que no quería institucionalizar su ideología.

Y no, claro. El otro día leía una frase de los anarquistas preciosa: decía alguien que ellos querían tirar abajo el gobierno pero no querían formarlo. Es verdad, es lo que yo hago de crítica. Esa frase me encantó. Lo que pasa es que yo ahora sí que estoy muy, muy… aun la gente con la que políticamente trato, que me interesa y me gusta, pero son peronistas --son matices, el peronismo tiene cien mil matices. Pero son peronistas. Yo no soy peronista. No. Hay cosas que son así, irremediables. Ellos son muy amables conmigo. Yo cada tanto les recuerdo: chicos, miren que no soy peronista. No es nada, me dicen, se ríen. Tengo buena relación con esa gente. A mí me gusta la militancia, me fascina la gente que milita.

Hablás de que la cultura permite el salto de clase. Incluso que, de hecho, lo permitió en vos.

Sí. Yo no acepto y no justifico a los que cambian de conciencia de clase, pero en la parte práctica, económica, física, sí cambiás de clase. Definitivamente. Pero yo reivindico permanentemente de dónde vengo, de quién soy hija. Pero que pertenezco ahora a una clase media, pertenezco. Eso es lo que pasa con el intelectual. Entrás en otro mundo.

¿Tenés nostalgia de la militancia?

Sí, toda la vida la tuve. Yo fui preparada para algo que no pude hacer.

¿La poesía es una militancia?

No. No. No… Militancia es cambiar el mundo, cambiar el gobierno. No, poesía para mí, no es eso. En la misma medida en que no entiendo cuando me dicen: “Pero tenés la poesía”. La poesía acompaña a los otros, no al que la escribe. A mí nunca me acompañó. Yo lo veo así, totalmente. Si no, no se suicidarían tantos poetas.

Y para vos la escritura, si no es eso, ¿qué sí es?

Mi profesión. Lo único que supe hacer y lo que tengo que hacer lo mejor que pueda. Es mi destino, en última instancia.

¿A tu papá le gustaba que este fuera tu destino?

Sí, sí, estaba orgullosísimo. Y, era anarquista. Además ellos decían de mí, cuando los amigos preguntaban, “es poeta”, como quien dice “es dentista”. Para ellos era algo a ese nivel.

Siempre contás que nunca tuviste el problema de que tu familia te negara en este sentido. ¡Y así y todo se te ocurrió estudiar derecho!

Es que ahí está el problema de los anarquistas. Como a partir de los 18 años yo hacía lo que quería y nadie opinaba, ¡hacía disparates! Entonces dije bueno, voy a ir un poco a derecho. A mí en realidad lo que me gustaba era la militancia, la bohemia, la calle Corrientes. Mis amigos, que son profesores famosos, ellos sí eran metódicos y así son lo que son, profesores eméritos y todo eso. Yo nunca fui así. Siempre fui muy amiga de Beatriz Sarlo pero ella sí que es una intelectual. De esos que se sientan, trabajan, estudian.

Beatriz dio el discurso para la Rosa de Cobre.

Sí. Magnífica. Ella tiene una cosa que muchos no tienen, además de eso político, estricto: tiene sensibilidad y tiene humor. Cuando habla de un poeta, de lo que hace, tiene esa admiración por la poesía que eso es típico de cierta cultura.

¿Cómo se conocieron?

En el Centro Editor. Yo ya tenía 23, 22 años. Tiene cinco menos que yo, Beatriz.

¿Vos ahí mucho no duraste trabajando, no? ¿No te gustó?

No, no, tampoco. Yo nunca duro mucho en ningún lado. Eso es extraño, siempre lo he pensado... Yo soy una persona a la que solo le gusta la gente, lo único que me gusta. Y las dos cosas que hice en la vida son solitarias, totalmente. La traducción, que no podés hablar mientras traducís, no hay nada que hacer, y la poesía. O sea que esto de la gente debe ser más bien impostado, porque las dos cosas que han sostenido mi vida son dos actividades solitarias. La traducción incluso tiene enfermedades profesionales, el alcoholismo es la enfermerdad profesional del traductor. Es que estás muy solo. Muy solo y muy exigido, solo por vos mismo.

¿La poesía es un poco así?

Claro, vos seguís escribiendo porque escribís, como yo escribí toda la vida. Escribís, escribís, y nadie te dice nada. Son dos cosas muy solitarias. El otro día leí un testimonio, no me acuerdo de quién, una mujer que debe tener un poco mi edad que también es hija de anarquistas. Ella decía que el horror era cuando le decían: “Vos sabés lo que tenés que hacer”. Y en la poesía es así, ¿quién te dice lo que tenés que hacer? Sí, están las influencias y todo eso, pero nadie te dice ahora hay que hacer esto, lo otro. Es un problema tuyo. Después te hacen críticas, sí.

¿Hasta cuándo hay que escuchar a los demás?

Siempre, siempre. Siempre.

¿Tenés interlocutores a los que les hacés leer tus cosas antes de publicar?

Sí. En este momento le hago leer a Martín Rodríguez, a Martín Gambarotta. Alejandro Rubio siempre me interesa lo que dice. Y si estuviera muy muy perdida, le diría a Beatriz, pero porque yo sé cómo leer lo que ella dice, entiendo siempre cuando ella habla de mí. Dice una frase y yo entiendo perfectamente cómo me ayuda y lo que quiere decir. Además nota cosas que no mucha gente nota, por su formación. Ella nota cuando algo está bien escrito. Esto de lo bien escrito se ha perdido un poco. Ella habla de la maestría del lenguaje, tiene esa formación para darse cuenta si está bien escrito. Porque hay un lenguaje que hay que escribir, no todo vale.

¿Diste talleres alguna vez?

No, no. Yo odio los talleres, creo que no hay que hacerlos. Creo que es una equivocación brutal.

¿Por qué?

Porque hacen gente adocenada, hacen clones. No un taller de lectura, eh: un taller de lectura sí me parece bien. Pero bueno, he perdido amigos con esto de los talleres. El otro día me hicieron una entrevista donde digo que antes de poner un taller pido limosna en el subte yo. Me parece una estafa. Ademas no quiero pensar mal de la gente que da talleres, pero es una forma de vida. Vos no podes estar echando diez alumnos por mes. Me han invitado algunas veces a la reunión final en un taller, a fin de año suelen invitar un poeta, y una vez le dije al amigo que me invitó que cómo había pasado cuatro meses con esas analfabetas. El analfabeto básico, además, cree que lo que hace está bien. Está encantado. Mirá, una vez me mandaron un libro a mí que decía en la dedicatoria: “Para Juana Bignozzi. Espero que comprendas”. Le conté a Beatriz y me dice: “Bueno, ahora ¿sabés qué? Agarrás el libro, lo ponés en un sobre, le escribís ‘no comprendí’ y se lo devolvés”. Y tenía razón. Son esas cosas que yo no hago pero que sí, cómo me va a poner eso…

Vos no has sido soberbia para trabajar, siempre has buscado críticas, voces que pongan en problemas tu obra.

Ah, sí, yo no soy jactanciosa. Y yo escucho: después digo este dijo un disparate, de pronto. Pero tengo un grupo que no dicen disparates, que quiero ver qué dicen. Toda la vida. Yo empecé muy jovencita en un grupo y estoy acostumbrada a las voces, a que me digan qué es esto, a que me critiquen.

¿Qué libros te daba tu papá de chica?

El hombre mediocre, por ejemplo.

¿Eso de chiquita?

¡De muy chica! De noche, a los nueve años, me leía El crimen de la guerra, de Alberdi. Yo escuchaba encantada. No sabía ni qué era una guerra. Papa leía, yo escuchaba.

¿Leía para toda la familia?

No, para mí. Igual éramos tres, si yo no tengo hermanos. Soy hija única. Eso se nota.

¿Por qué decís que se nota?

Y, sos mas independiente, más agresivo. Finalmente, yo nunca sentí la soledad porque siempre fui muy gregaria de chica. En mi casa vivía con dos adultos, mis primas me llevaban como 15 años, entonces no tuve vida familiar de chicos. Estaba siempre con adultos, los amigos de mi papá, que eran todos anarquistas.

¿Tu mamá cómo era?

Ella militaba más que mi papá. Era anarquista por lo que le había dicho mi papá. Era una chica maravillosa que bailaba el tango en el fulgor de Villa Crespo y apareció mi padre y le habló del anarquismo y de esto y lo otro y ya la volvió loca. Era una mujer realmente de la gente –en eso soy igual a ella–, todo el día había gente en mi casa, o iba a visitar a los presos. Siempre tuvo esa relación, siendo tal vez menos ideológica que mi papá, una cosa de solidaridad muy grande. Participaba en todas las cosas de mi barrio. El último año, antes de morir, ella sola equipó a toda una casa de ancianos. Hizo las sábanas, los acolchados, todo. Al no ser tan estricta en la ideología como mi papá, que era imposible, era mas solidaria. Mi papá era un hombre solidario, pero tenía profundo desprecio por los que no tenían ideología. Y mi mamá no. Mi casa era un desfile, el ministerio de obras sociales, de asistencia.

¿Qué cosas sentís que a vos te generan una reacción así, de desprecio, como esa que tenía tu papá?

Y, la gente estúpida. No la soporto.

¿Qué es lo que no tolerás en un poema?

Ah, la cursilería. Esa idea de que los sentimientos dominan la poesía, porque cuando piensan así esos sentimientos son cursis --hay sentimientos en la vida de dolor, de desgarro, de adhesión, de pasión. Esas especies de poetas sensibles no los puedo soportar. Eso es lo que no soporto en la poesía. Hay mucho cursi.

¿Y la estupidez, eso que despreciás en general? ¿Creés que se puede ser estúpido en un poema?

No, son tan malos los estúpidos en poesía que no sufrís tanto como la cursilería. Es más difícil disimular una estupidez, una obviedad. La cursilería tiene el prestigio del sentimiento.

Es un riesgo muy propio de primeros libros, también.

Se ve que yo no era cursi. Mi primer libro es el libro de una jovencita muy joven, lo terminé de escribir a los veinte. A mí me sirvió para que me dijeran que era poeta, porque ese libro lo publicó Gelman, fue gracias a él. Eso me sirvió para decir: soy poeta, a ver qué hacemos ahora.

Y solo poeta, nunca fuiste para la narrativa.

Yo creo que los narradores, que empiezan todos escribiendo poesía, a veces se dan cuenta que no y pasan a la narrativa. Los grandes escritores dicen que la verdadera literatura es la poesía, lo decía Saer y todos. No, no: yo soy poeta. No podría ser narradora, con el trabajo que da. Por favor, ¡estar sentado horas y horas! Mis amigos narradores se levantan como un oficinista y se sientan a escribir.

¿Corregís mucho?

Yo normalmente cuando me pongo a escribir un poema lo tengo hecho en un 80%, sé a dónde voy y después corrijo un poco. No mucho. Saco algún verso y nada más, porque cuando me siento a hacerlo ya está hecho.

¿Estás escribiendo algo ahora?

Tengo mucho inédito que ya va a directo a la obra reunida. No voy a hacer otro libro. Cuando te publica obra reunida Adriana Hidalgo por lo general ella te pide un inédito, que normalmente es que le da nombre a la obra reunida. Son muchos poemas, tengo que ponerme a trabajar un poco.

¿Los nombres te salen con facilidad?

Sí, y yo creo que titulo mejor de lo que escribo. Hay grandes poetas que titulan mal y es un problema grave. Yo, en cambio, los títulos los tengo en seguida. El de este último lo tenía antes que el libro. Es más, yo creo que escribí el libro porque no quería perder ese título.

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