Filba

Balcón al mar

Natalia Romero y su bitácora del Filba Bahía Blanca: una caminata por Ingeniero White, después del temporal, mezcla de recuerdo y presente. 

Por Natalia Romero.



El puerto de Bahía Blanca es el puerto de aguas profundas más grande del país, dice mi papá. Ahí trabajó muchos años. Hace ya diez que se jubiló y todavía prefiere no volver. Nunca lo dijo pero yo creo que es nostalgia. Durante cuarenta años, que es la edad que tengo ahora cuando voy de visita, él vio una y otra vez el mismo paisaje. Costa abierta, barcos, bahía llena.

Vamos entonces a Ingeniero White a ver la ría.

Esto no es una expedición pero hacemos de cuenta que lo es.

Le digo a Elvi, mi tía, que nos lleve al paseo. Ella dice que sí, que por supuesto. Es de las cosas que más disfrutamos juntas. Luciano nos espera en la puerta del hotel Muñiz después del almuerzo. Lo demás es cielo con un sol que insiste a pesar de las nubes y el recorrido por una ciudad que parece haberse hecho más fuerte y también más dura después del temporal de viento y la inundación. 

Mi tía y yo hablamos de lo que conocemos, le contamos al invitado que dice que no recuerda haber estado antes en Bahía. Y es como si nosotras, sin darnos cuenta, estuviéramos volviendo a contar nuestra historia. Después del viento que arrancó árboles y del agua que creció por donde no debía, después de todo lo roto, nada vuelve a ser igual. No sabemos qué estamos viendo. Entonces, creo, somos cautelosas, vamos despacio, con cuidado.

Llegamos al puerto. Estamos acá. Vine muchas veces. Arriba los que van a guiate, decía mi papá al despertarnos. Guaite como un punto de referencia.

Anoto lo que veo. Lo primero: muchos pájaros, bandadas gordas, alborotadas.

Estoy prestando atención al paisaje, al territorio. A medida que avanzamos a la costa, aparece la ría o el estuario. 

Aprendo: esto es un accidente geográfico. En este caso, algo que se modifica en una planicie. Algo que altera cierto orden. 

El estuario es la desembocadura de la ría en el mar. Un afluente dulce que entra al agua salada a medida que crece el horizonte.

Anoto: humedal, costa, ría, redes, timón, mástil, sogas, la bandera celeste y blanca y un cartel: balcón al mar. Lo seguimos. 

Saco fotos en el camino. Los pájaros me obligan a mirar hacia arriba y después a la orilla. Gaviotas, algún cisne coscoroba y palomas, muchísimas volando sobre las chimeneas y los silos.

Es que alrededor hay maíz, pepas amarillas a lo largo del puente que conecta la entrada de Ingeniero White con la vieja usina donde hoy funciona el Museo Ferrowhite.

Lo primero que veo cuando nos acercamos, es la gran figura de San Jorge, el caballero en su caballo blanco y su lanza. Dicen que este santo es el patrono de la lucha contra el mal. Me quedo mirándolo como si lo viera por primera vez.

Después, cerca de los botes y barcos le saco una foto a San Silverio, coronado por dos ramos de flores rojas a cada lado. La placa anuncia: San Silverio, patrono del puerto de Bahía Blanca y la comunidad portuaria. Bendícenos con trabajo y prosperidad. El patrono de los pescadores está ubicado justo frente al ingreso al muelle. Donde se abre el mar, donde nace la ría. Es el mismo paisaje que mi papá vio repetirse por tantos años.

El santo viste con una capa roja y está dentro de un pequeño bote. Su historia viene de la isla de Ponza, Italia. La gran cantidad de inmigrantes que llegó a esta orilla hace más de cien años, lo trajo hasta la nueva tierra.

Sigo caminando y al lado del santo, está el cartel que dice que estamos en un estuario. Me gusta estuario porque me recuerda a relicario. Acá la humedad pastosa del terreno hace que te detengas. El barro, el brillo de la tierra con el agua y la zona indefinida del borde. Un pasaje. Una reliquia, o será algo divino, que se cuida como sagrado. 


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