Ya haber sido
Un cuento de Claudio Magris
Lunes 04 de julio de 2016
Del libro El conde y otros relatos (Sexto Piso) del escritor y traductor italiano, ganador de premios como el Erasmus, el Strega y el Príncipe de Asturias. Las reflexiones de un hombre al despedir a un amigo: "Quisiera siempre haber sido, estar exento del servicio militar de existir".
Por Claudio Magris. Traducción de María Teresa Meneses.
Para Luca Doninelli
Fue así como Jerry murió, calma, éste no es el problema, ni para él ni para nadie, ni siquiera para mí que lo he querido y que lo quiero, porque el amor no se conjuga, ¡Dios mío!, en ese sentido sí, sin duda alguna, nada más eso nos faltaba, sin embargo, el amor tiene su gramática y no sabe de tiempos, sino sólo de modos verbales, es más, sólo sabe de uno, del infinitivo simple, cuando se ama es para siempre y todo lo demás queda fuera. Cualquier amor, de cualquier tipo. No es verdad que te sucede, nada te sucede, y precisamente eso a menudo es una gran desgracia, pero la llevas detrás contigo, como la vida, que no es que sea precisamente una suerte, sólo que el amor sobreviene todavía menos que la vida, está ahí, como la luz de las estrellas, a quién le importa si están vivas o muertas, resplandecen y con eso es más que suficiente, y aunque de día no las ves, sabes que están allí.
Así que ya no escucharemos más esa guitarra y calma también por esto, se puede prescindir de todo. ¡Ay Dios, cómo la tocaba! Y cuando la mano le dejó de funcionar, bajó las cortinas y renunció a todo. Acerca de esto, no hay nada que objetar. Tarde o temprano sucede y poco importa cómo, de cualquier manera tiene que suceder y a saber cuántos de nosotros de los que estamos aquí esta noche, señoras y señores, seguiremos vivos dentro de un mes, seguro no todos, es estadísticamente imposible, alguien que está empujando al tipo que está a su lado y protestando porque el de delante le obstruye la vista del escenario ya fue por última vez al barbero, pero calma, no hay mucha diferencia entre un año más o un año menos, no compadezco a quien está por tirar la toalla y no envidio a quien sigue adelante ni me interesa mucho saber en qué grupo estoy.
Amén por Jerry, y amén por todos y por todo. Como ya dije, no critico su decisión; cuando uno se quiere bajar del autobús es justo que se baje, y si prefiere dar un salto del autobús en movimiento, antes de llegar a la parada, eso es asunto suyo. Uno puede sentirse harto, cansado, pensar que ya no puede más o qué sé yo. Pero cuando, viéndolo deprimido porque ya no podía tocar como antes, le dije, así, para darle ánimos, que había sido uno de los grandes de la guitarra, él me respondió que no le bastaba con haber sido. Quería ser, poco importa qué, un músico, un enamorado, cualquier cosa, pero ser.
Ah, señoras y señores, en ese momento entendí qué gran suerte es nacer, como yo, o tener un tío o un abuelo o quién se crea conveniente, nacido en Bratislava o en Leópolis o en Kalocsa o en cualquier otro agujero de esta ajada Mitteleuropa, que es un infierno, una verdadera letrina, basta con sentir ese olor a rancio, ese hedor que es el mismo desde Viena hasta Chernivtsi, pero por lo menos no te impone ser, todo lo contrario. Ah, si Jerry hubiese entendido, cuando la mano ya no le respondía, la gran suerte de haber sido, la libertad, las vacaciones, la gran licencia de no deber ser más, de no tener más la necesidad de tocar, ¡la salida franca del cuartel de la vida!
Pero quizá no podía, porque no había nacido ni vivido en ese ambiente panónico viciado y espeso como una cubierta, en esa posada envuelta por el humo en la que se come mal y se bebe peor, pero que está bien cuando afuera llueve y sopla el viento, y afuera, en la vida, llueve siempre y el viento es cortante. Sí, cualquier tendero de Nitra o de Varaždin le podría enseñar a toda la Quinta Avenida –con excepción de aquellos que acaso llegaron allá de Nitra o de Varaždin o de algún otro pedazo de fango panónico–, la felicidad de haber sido.
¡Ah, la modestia, la ligereza de haber sido, ese espacio incierto y frágil en donde todo es ligero como una pluma, contra la presunción, el peso, la desolación, el abatimiento de ser! Por caridad, no estoy hablando de ningún pasado y mucho menos de nostalgia, porque es estúpida y hace daño, como dice la palabra, nostalgia, dolor del retorno. El pasado es horrendo, nosotros somos bárbaros y malos, pero nuestros abuelos y bisabuelos eran unos salvajes todavía más feroces. Ciertamente no quisiera ser, vivir en su época. No, digo que quisiera siempre haber sido, estar exento del servicio militar de existir. A veces una pequeña lesión es salvadora, te protege de la obligación de participar y de perder el pellejo.
Ser hace daño, no concede tregua. Haz esto, haz lo otro, trabaja, lucha, vence, enamórate, sé feliz, debes ser feliz, vivir es esta obligación de ser feliz, si no, qué vergüenza. Sí, haces todo lo posible con tal de obedecer, para ser capaz bueno feliz como es tu deber, pero ¿cómo se hace? Todo se te viene encima, el amor se desploma sobre tu cabeza como un pedazo de cornisa del techo, un feo golpe o peor, caminas pegado a las paredes tratando de evadir esos automóviles pero las paredes son quebradizas, piedras puntiagudas y vidrios que te desuellan y te hacen sangrar, estás en la cama con alguien y por un instante entiendes lo que podría ser y debería ser la vida verdadera y es un estallido insostenible, recoger la ropa tirada en el piso, volverse a vestir, partir, salir, afortunadamente cerca de allí hay una cafetería, qué bueno es poder tomar un café o una cerveza.
He ahí que, por ejemplo, beber una cerveza es una manera de haber sido. Estás sentado allí, observas cómo se va evaporando la espuma, una burbujita cada segundo, un latido del corazón, un latido menos, reposo y promesa de reposo para un corazón cansado, todo lo cargas sobre tus hombros. Recuerdo que la abuela, cuando íbamos a visitarla a Subotica, cubría con un paño las salientes de los muebles y quitaba una mesa de fierro, así nosotros los niños no nos hacíamos daño cuando al correr por la casa nos lanzábamos contra ellos, y también cubría los contactos de la luz. Haber sido es esto, vivir en ese espacio en donde no hay salientes, donde no te raspas las rodillas, donde no puedes encender la lámpara que te lastima los ojos, donde todo está detenido, fuera de juego, sin ninguna emboscada.
Ésta es, señoras y señores, ésta es la herencia que hemos recibido de la Mitteleuropa. Una caja fuerte, vacía pero con una cerradura que desalienta a los ladrones deseosos de meter dentro quién sabe qué cosa. Vacía, nada que atrape el corazón y muerda el alma, la vida está allí, ha sido, segura, protegida de cualquier accidente, un viejo billete sin valor de ciento veinte coronas que cuelga en la pared, protegido por un cristal, y no teme ninguna inflación. También en una novela, lo más hermoso, por lo menos para quién la escribe, es el epílogo. Todo ya ha sucedido, sido escrito, resuelto, los personajes viven felices y contentos o están muertos, es lo mismo, en todo caso ya no puede suceder nada más. El escritor tiene el epílogo entre sus manos, lo relee, acaso cambie una coma, pero al abrigo de cualquier riesgo.
Todo epílogo es feliz, porque es un epílogo. Te diriges hacia el balcón, un poco de viento pasa entre los geranios y las violetas del pensamiento, una gota de lluvia resbala sobre el rostro, si llueve más fuerte te gusta escuchar el tamborileo de las grandes gotas de agua sobre la cortina, cuando cesa caminas dos pasos, intercambias unas palabras con el vecino con el que te topas en las escaleras, a ninguno de los dos le importa lo que se dice pero es agradable detenerse un momento y desde la ventana del rellano ves ahí abajo, hacia el fondo, una franja de mar que el sol, que sale de entre las nubes, enciende como una llama. «La próxima semana vamos a Florencia», dice el vecino. «Ah, sí es muy bonito, ya estuve». Y así uno se ahorra el esfuerzo del viaje, las colas, el calor, las multitudes, de tener que buscar un restaurante. Dos pasos, en el aire de la noche refrescada por la lluvia, luego a casa. No hay necesidad de cansarse demasiado, si no, uno termina por agitarse y no logra conciliar el sueño. Y el insomnio, señoras y señores, créanme, es terrible, te aplasta te sofoca te acosa te persigue te envenena, eso es el insomnio, es la forma suprema del ser, ser = insomnio, por eso es necesario dormir, dormir es sólo la antesala del verdadero ya haber sido, pero entretanto, ya es algo, un respiro de alivio…
El presente relato fue tomado de El conde y otros relatos, de Claudio Magris, editorial Sexto Piso, 2014. Agradecemos al sello el permiso de publicación.