Poesía

Wilde, genio provocador

Qué se puede decir de Oscar Wilde que ya no se haya dicho. MF recupera en esta columna el costado menos explorado del gran irlandés: su poesía.

Por Miguel Fochesatto.

oscar wilde

Oscar Wilde nació el 16 de octubre de 1854 en Dublín, Irlanda, y murió el 30 de noviembre de 1900 en el Hotel d´Alsace en París, Francia.

Recuerdo que Henrik Ibsen dijo que: "No debe uno leer para devorarlo todo, sino para ver lo que pueda aportar alguna utilidad"...y Franz Kafka repetía: "no se deberían leer más que los libros que nos pican y nos muerden". Tal es la sensación que tengo cuando vuelvo a leer algo de Oscar Wilde.

Él mismo comentaba que "toda autoridad es degradante, degrada a quien la ejerce y a aquellos sobre los que se ejerce. La forma más adecuada de gobierno para el artista es la ausencia del gobierno". Y que "nunca una influencia es buena, toda influencia es inmoral, es inmoral desde el punto de vista científico. Influir sobre otra persona es transmitirle nuestra propia alma.".

Ante estas sentencias, todos aquellos seres humanos que por un camino u otro buscamos vivir tan lejos como se pueda de la mediocridad cotidiana, de la hipocresía y la banalidad aberrante, imperante en el mundo que nos rodea, podemos sentirnos afortunado de estar invitados por este brillante poeta, extraordinario dramaturgo, novelista, ensayista y crítico literario, a vivir una vida más plena, más auténtica, más libre y no a una "existencia", estúpidamente justificada en valores pre-fabricados, tendenciosos, como la soberbia, la intolerancia, la prepotencia, el odio y la mentira.

 

Me creo uno de esos invitados, como tantos otros que leen a Wilde desde pequeños y que nos ha enseñado como ninguno a cuidar la capacidad de asombrarnos ante la vida, del valor inconmensurable de la contemplación y del verdadero placer estético.

Wilde predicaba como Ruskin la supremacía del arte sobre la vida. Su capacidad de observación era admirable. Cuando observaba obras de artes, en museos, palacios, templos, monumentos o, simplemente, en un paisaje, su mirada era atenta. Observaba con todo interés, minucioso, admirativo, extasiado. A tal punto lo seducía el arte que pocos podían darse cuenta de la profundidad de su mirada. Resultaba natural que él descubriera algo donde otros no veían nada.

Se podría intentar definirlo como escritor magnífico, original, sensible, irónico, punzante, inconformista, que jugaba sutilmente de maravillas con sus paradojas, con sus ideas, muy refinado, amante de la belleza y el placer.

Wilde tuvo tantos detractores como admiradores. Tal vez por eso, era acreedor de un humor muy peculiar. Aún cuando se veía más que nada poeta y ensayista, Wilde fue un gran escritor de teatro. Luego del estreno de su célebre y magnífica comedia, El abanico de lady Windermere, justo cuando cayó el telón y entre sinceras ovaciones –a pesar de que durante el primer entreacto casi todos los críticos habían expresado su disconformidad– avanzó con fina desenvoltura, se quitó el sombrero, y con un cigarrillo en la mano dijo: "Señoras y señores, celebro mucho que les haya gustado mi obra y les felicito por ese buen gusto. Estoy seguro de que aprecian ustedes sus méritos casi tanto como yo mismo. Realmente me he divertido esta noche una enormidad." Estas palabras en vez de irritar al público inglés le hicieron reír con muchas ganas.

Repartió su tiempo entre dos tareas: la de escribir y la de aprovechar todas las ocasiones para mostrarse en sociedad. Era un habitual invitado a reuniones y comidas en las mansiones más distinguidas. Era el personaje principal, protagonista por su notable ingenio. Prefería hablar de un mundo extraordinario -que podía ser bien una mentira-, a una pobre y vulgar realidad que no valía la pena ni siquiera empezar a contar. Ante un interlocutor de esta especie decía: "Tiene usted en los ojos un franco deseo de lo real. Pero lo que ha visto carece de interés, precisamente desde el momento en que se ha visto. Yo le enseñaré a mentir...". Y contaba una insólita y maravillosa historia llena de ironías y paradojas que se convertían en el deleite de quienes escuchaban. Sus anécdotas eran luego transmitidas por un sinnúmero de personas. Sentía un placer especial en fustigar las hipocresías de sus contemporáneos. Así, Wilde fue un gran provocador, un rebelde, un gran creativo y, por ende, un genio.

Contagió un culto, una pose muy reconocida que se propagó velozmente en ciertos segmentos de la sociedad, que consistía en usar vestimentas exageradas, en tener una actitud lánguida, una figura delgada, un rostro pálido. En general, un nuevo esteticismo.

Decía: "La belleza y la fealdad son un espejismo porque los demás terminan viendo nuestro interior". Y también: " Es terriblemente triste que el talento dure más que la belleza. Ningún gran artista ve las cosas como son en realidad. Si lo hiciera, dejaría de ser artista."

Wilde trataba de gozar la vida, era un esteta, un decadente, un pagano en la era victoriana, en esencia un rebelde, sus frases hacían temblar el centro de la hipocresía que se vivía en esa época.

Hay una anécdota interesante que quisiera recordar cuando Wilde fue invitado a dar una serie de conferencias en Norteamérica en enero de 1882. Al desembarcar, y ante la obligada pregunta de los aduaneros sobre si tenía algo que declarar, él respondió: "nada, excepto mi genio".
Frases como: "La rebeldía a los ojos de todo aquel que haya leído algo de historia, es la virtud original del hombre", nos puede dar una idea del compromiso con su trabajo. Nunca perdía esta idea central en su obra.

Ya desde su período en el Magdalen College, Wilde formaba parte de una corriente literaria, artística y filosófica –el decadentismo y el estético– que coincidían en expresar de manera contundente el malestar que él sentía con la vida social de la época. Pregonaba: "Para la mayoría de nosotros, la vida verdadera es la vida que no llevamos". Wilde se ocupó de mostrar, no sólo los postulados de su estética antinaturalista, sino la necesidad imperiosa de encontrar como él decía, "el alma, el alma secreta" que es "la única realidad".

En 1895, Wilde se vio envuelto en un escándalo cuando fue acusado de sodomía por el marqués de Queensberry, padre de Lord Alfred Douglas (Bosie) con el que, según la acusación había mantenido relaciones íntimas. Se lo condenó a dos años de prisión y a trabajos forzados. Al quedar en libertad, se lo pudo ver arruinado material y espiritualmente. Su peripecia en la prisión fue descrita magistralmente en su obra De profundis (1897). En una extensa carta a Douglas y en la Balada de la cárcel de Reading, poema donde describe íntimos pensamientos y sentimientos sobre el mundo carcelario, inspirado en un preso, soldado de la guardia azul, condenado a muerte y ahorcado porque había matado por celos a su mujer.

Como dijo Borges: Wilde fue un homo ludens. Jugó con el teatro, La importancia de llamarse Ernesto, la importancia de ser severo, es la única comedia del mundo que tiene el sabor del champagne. Jugó con la poesía, La esfinge. Jugó con el ensayo y con el diálogo. Jugó con la novela y jugó trágicamente con su destino, inició un pleito que sabía de antemano perdido, que lo llevaría a la cárcel y a la deshonra. En su destierro voluntario le dijo a Gide que él había querido conocer "el otro lado del jardín".

No está de más recordar algunas de sus obras maestras como: Ravenna (1878), Una mujer sin importancia (1893), La importancia de llamarse Ernesto (1895), De profundis (1905). Nunca desconoció estar influenciado especialmente por John Keats y John Ruskin por los cuales sentía una profunda admiración.

Me es imposible pensar en Wilde sin recordar sus frases y pensamientos porque sencillamente se imponen, son en general admirables. Arbitrariamente elegidos, quisiera compartir alguno de ellos:

  • "Como no fue genial, no tuvo enemigos."
  • "Perdona siempre a tu enemigo. No hay nada que le enfurezca más."
  • "Las desgracias que podemos soportar vienen del exterior; son accidentes. Pero sufrir por nuestras propias faltas... Es ahí donde reside el tormento de la vida."
  • "La coherencia es el último refugio de los carentes de imaginación."
  • "El sentimentalismo es el hermano menor de la pornografía."
  • "El egoísmo no es vivir como uno desea vivir, es pedir a los demás que vivan como uno quiere vivir."
  • "Mientras la guerra sea considerada como mala, conservará su fascinación. Cuando sea teñida por vulgar, cesará su popularidad."
  • "Las únicas escuelas que merece la pena fundar, son las escuelas sin discípulos."
  • "El objetivo del mentiroso es sencillamente encantar, deleitar, proporcionar placer. El es la mismísima base de la sociedad civilizada."

Fragmentos de la balada de la cárcel de Reading

In Memorian.
CTWooldridge. Soldado de la Guardia Montada Real.
Obit HM Prison, Reading, Berkshire.
7 de julio 1896.

Ya no llevaba la guerrera roja
pues -la sangre y el vino rojos son,
y la sangre y vino reteñían sus manos
cuando a él con la muerta se le halló,
con la mísera muerta que él amara
y a la que él en su lecho asesinó.

El caminaba entre los condenados
con su traje color gris viejo y raído
y su gorro de dril en la cabeza.
Su paso, alegre y ágil parecía,
pero jamás vi a un hombre que mirara
con tan ávido afán la luz del día.

Jamás he visto a un hombre que mirara
con tan ávidos ojos esa tienda
diminuta y azul que los penados
en su cautividad llaman "el cielo",
y esas nubes movidas por el viento
con sus velas de mar, color de argento.

Y caminaba yo con otras almas
en pena, y en órbita distinta,
y yo me preguntaba si el pecado
de aquel hombre sería pequeño o grande,
cuando una voz atrás me dijo quedo:
"El preso que está allí, va a ser colgado".

¡Ah, Cristo querido! Los mismos muros
del penal parecía que tambalearan!
Volviose un casco de candente acero
el cielo azul sobre nuestras cabezas,
y aunque yo era también un alma triste
ya no pude sentir mi propia pena.

Sin embargo, -¡y escúchenlo bien todos!-
siempre los hombres matan lo que aman!
Con miradas de odio matan unos,
con palabras de amor los otros matan,
el cobarde asesina con un beso
y el hombre de valor con una espada!

Unos matan su amor cuando son jóvenes,
otros matan su amor cuando son viejos,
con las manos del oro mátanlo unos,
con las manos de lujuria otros lo asfixian,
y los más compasivos con puñales
pues los muertos así, pronto se enfrían.

Algunos aman demasiado corto,
algunos aman demasiado largo;
unos venden amor y otros lo compran,
éstos aman vertiendo muchas lágrimas,
si un leve suspiro aman aquéllos,
porque cada hombre mata lo que ama
aunque no tenga que morir por ello!

El ya no se levanta con piadosa
ligereza a vestirse de convicto;
en tanto, un doctor ruin y malhablado
anota de sus nervios los latidos,
apretando un reloj entre los dedos
cuyo tic-tac pequeño es parecido
a los golpes que da un martillo horrendo.

El no siente esa sed cruel y enfermante
que abraza la garganta de la víctima
antes de que el verdugo con sus guantes
de jardinero por la puerta salga
para amarrarlo ya con tres correas,
a fin de que su cálida garganta
el ardor de la sed ya nunca sienta.

Dulce es bailar al son de los violines
si el Amor a la Vida son propicios;
danzar al son de flautas y laúdes
es siempre un baile delicado y raro;
pero bailar con ágil pie en el aire
no es cosa dulce ni ejercicio grato.

Por último, una vez, el condenado
ya no más caminó entre los cautivos,
y supe que de pies él había estado
entre la negra celda pavorosa,
y que jamás de nuevo volvería
a ver su rostro alegre o desolado.

Un muro de prisión nos rodeaba
a los dos, y dos bandidos éramos,
puesto que el mundo nos había arrojado
de su insensible corazón. Dios mismo
nos alejó también de su cuidado;
la trampa férrea que a la Culpa espera
ya nos había cogido entre su lazo.

El jefe del penal era un estricto
cumplidor del severo Reglamento:
el doctor sostenía que la muerte
era un simple fenómeno científicico,
y el capellán, dos veces en el día,
un folleto piadoso le dejaba
cuando iba a hacerle la habitual visita.

Eramos como hombres que en un fango
de sucia oscuridad, fuesen a tientas;
no osábamos decir una plegaria
ni darle libertad a nuestras ansias,
porque algo había muerto en cada uno
de nosotros mismos, y ese algo era
que había muerto en nosotros la Esperanza!

Pues la feroz justicia de los hombres
prosigue su camino sin desviarse
hacia los lados; ella mata al débil,
mata al fuerte también, y tiene un golpe
mortífero y terrible: ella asesina
-¡monstruosa parricida-!, alevemente,
con su talón de hierro a los más fuertes.

Jamás humana voz se nos acerca
una gentil palabra a balbucirnos;
el ojo que en la puerta está mirando
nunca tiene piedad y es siempre duro;
nos podrimos, de todos olvidados,
con el alma y el cuerpo maniatados.

Y nosotros así, enmohecemos
la cadena de hierro de la vida
solos y depravados; hombres hay
que lanzan maldiciones y hay algunos
que lloran y otros hay que no se quejan,
pues las leyes de Dios son muy amables
y rompen siempre el corazón de piedra.

En la cárcel de Reading, junto al pueblo
de Reading, hay un hoyo de vergüenza
en dónde yace un hombre miserable
comido por los dientes de las llamas
y envuelto en una sábana de fuego.
Sin nombre está su tumba abandonada.

¡ese hombre asesinó lo que adoraba
y por eso tenía que morir!
¡Todos los hombres matan lo que aman!
-y que sea por todos esto oído-:
algunos lo hacen con la mirada amarga,
algunos con palabras de dulzura;
el cobarde asesina con un beso
y el hombre de valor con una espada!

Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo.Vivimos en una época en la cual las cosas innecesarias son nuestra única necesidad. O.Wilde.

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