Vicente Luy antes de ser Vicente Luy
Años Luz recupera su primer libro
Miércoles 25 de julio de 2018
Nacido en Córdoba en 1961 y fallecido en 2012, Luy publicó su primer libro, Caricatura de un enfermo de amor, en 1991. "Un libro que permite conocer la evolución de un poeta complejo, que el tiempo y su temprano suicidio volvieron mítico", en palabras de Lamberti. De allí tomamos los versos que siguen.
"Caricatura de un enfermo de amor es un libro de Vicente Luy antes de ser Vicente Luy, que permite conocer la evolución de un poeta complejo, que el tiempo y su temprano suicidio volvieron mítico. Un libro que sirve de puente hacia apuestas más arriesgadas, más ligadas al mundo del rock, de las artes plásticas o de la temprana internet, como las que podemos ver en La vida en Córdoba, pero que también presenta una voz sólida, segura y contundente, dedicada a explorar los temas que trabajará a lo largo de su vida: la soledad, la falta de empatía, la búsqueda de lo humano", escribe Luciano Lamberti para presentar el tomo de Años Luz editora.
Nacido en Córdoba, Argentina, en 1961, y fallecido en 2012, publicó éste, su primer libro, en 1991. Le siguieron La vida en Córdoba (1999), Aviones (2002), No le pidan peras a Cúper (2003), La sexualidad de Gabriela Sabatini (2006), Vicente le habla al pueblo (2007) y Plan de operaciones / La única manera de vivir a gusto es estando poseído, entre otros.
POEMA DE HECHO
He sabido de tiempos y de pueblos y lenguajes. He
saltado y he dicho amor; y he visto bien a
la lluvia. En fin, que yo también era uno de
aquellos. Puedo verme viendo el mar en el ayer
hoy que las calles se pueblan de signos.
En otra época hasta fui un hombre. Pensaba,
sentía frío en los pies. Era muy inteligente. ¿Te
gustan las rosas? Hasta fui mujer.
Ahora me veo llorar, y no encaja. Los actos de las
bestias no me sugieren más que plegarias y
cantos. Y cae fácil el vino. A lo lejos, Napoleón
cose sus medias.
Pero es la vida, oscilante. De plomo, de hierbas, y de
un constante movimiento. Hay que ver cómo
las aves callan para entender. Hay que mirar
el techo, y rotar.
Esto es para payasos. Aquí no caben quienes esco-
gen sus espinas, el menú económico, el sol, las
plazas llenas de gente…
Tieso en un charco; ¿cuántos somos? ¿de qué
ancho de ojos? ¿con cuántos chupetines? ¿a
qué profundidad?
De niño, callaba. Lucía la luz en mis orejas; y ca-
minaba despacio, alardeando de ser uno más.
Olía a jabón, sabía del cielo por boca de los
hombres; y también reía, creo. Yo, y además
era fácil de olvidar.
Desperté a media mañana, en formación frente a la
bandera. Torcían los trescientos de a leguas el
espejo.
No insistas; no vamos a jugar.
A mi lado enrollan nuestros lamentos, nuestras vo
-ces de mando; ¡fuerza, valor! Y si, conmueve la
vida, cuando uno escapa a sus pasos y se ríe o
no lejos de toda huella.
Me veo corriendo; la luz clara, vacía de haces
fantásticos y de símbolos y representaciones.
Y se me antojan poco lógicas sus maneras, los
molinos de viento, toda mi familia de pie.
Amor, ¿no entiendes? Es poco el día, y no alcanzan
a irse sus leyes, y no alcanzo a dejarte al sol
cuando me llaman a vivir.
Recuerdo la última paliza, y busco arrastrar los
silencios por el radio. Busco la leche de la gran
mujer; busco la fuerza.
Más, despreocuparos.
Aquella mañana en la enfermería un señor muy feo
me echó un polvo blanco en los ojos.
Regresé a mi pelotón; teníamos práctica de desfile.
También existen orillas, estaciones. A la altura del
colchón, los hombres. Cuentan sus botas, y
a sus ojos los tiñen, y ocultándolo subrayan el
propio temor. Levantan las torres, cuando
más, hasta Dios; y se jactan y se sonríen.
Vuelve a casa, sin lágrimas. Siempre estuvimos en
guerra.
Tienes tiempo, reconoce tus huesos; ahora otros. Ya
ves, aún no llegas al principio.
Hacia la cima de la colina la marcha del soldado;
infantil, franca, estúpida. Ya estamos listos
para la revuelta.
Observa la cadencia de mis pasos, mi camisa limpia.
Aquí hay amor, no lo dudes. Y yo no soy tan
azul; puede tocarme. Apenas si sé reir; apenas
si puedo llorar, cuando se esconde y sospecha
el juez que sueñan los ciudadanos.
Espera, voy a buscarte.
Pero me quedo quieto de pronto, alborotando a las
palomas más suaves; una niña se acerca. Su
vestido no nos interesa, ni su olor; tampoco la
temperatura de su cuello. Debemos ser realis-
tas, es sólo una niña.
Mis amigos lamentan el hecho, y beben y se sientan a
fumar. Hacen vida de hombres con ropa de
hombres; luego mueren.
Y aún te deseo…
La fe me ha hecho un guiño, y se aleja; no escapará.
La vida, la vida, la vida. Somos otra cosa.