Vicente Aleixandre: la fusión aniquiladora
Por Fernando Aramburu
Viernes 12 de abril de 2019
"Recluido en su domicilio de Madrid durante largos años por achaques de salud, forzado a menudo a guardar cama, escribió ardientes poemas sobre la pasión física. Uno de los más célebres pertenece al libro La destrucción o el amor, cuya primera edición data de 1933". Sobre un poema del Premio Nobel de Literatura español, uno de los textos que componen Vetas profundas (Tusquets).
Por Fernando Aramburu.
Numerosas biografías atestiguan que con frecuencia la literatura obra en quienes se dedican a ella un efecto compensatorio. Y así, no es difícil toparse con escritores hogareños que cultivaron asiduamente los relatos de viajes o con oficinistas de vida rutinaria que pusieron por escrito los sueños más inquietantes, estrafalarios o terroríficos.
Al poeta Vicente Aleixandre (1898-1984), por lo que sabemos de él, le cupo un destino similar. Recluido en su domicilio de Madrid durante largos años por achaques de salud, forzado a menudo a guardar cama, escribió ardientes poemas sobre la pasión física. Uno de los más célebres, «Unidad en ella», pertenece al libro La destrucción o el amor, cuya primera edición data de 1933.
Salta a la vista que lo que el poema dice no le aconteció al poeta. El poeta ni recrea ni glosa un suceso de su vida privada. Su amor exaltado es una creación poética, a la manera como el surrealismo induce al artista a concebir mundos no dependientes de las leyes que rigen este que habitamos. Que el poema no se nutra de materiales autobiográficos no significa que lo que el poeta expresa carezca de verdad personal. Exigirle al poema precedentes reales o vividos lo privaría de sus funciones más propiamente creativas. La poesía no está obligada a ser un ejercicio confesional en verso.
«Unidad en ella» plantea desde su título un enigma. ¿A quién se dirige el poeta? ¿Quién es el objeto de su pasión amorosa? ¿Acaso una mujer? En vano buscaremos a todos estos interrogantes una respuesta, como ya se ha dicho, en los datos biográficos del poeta. El texto, por su parte, se limita a ensalzar desde el desasosiego un cuerpo apenas humanizado por la enumeración dispersa de algunas de sus partes: el rostro, los dientes, el pelo, la sangre, los labios... Ninguna de dichas partes es privativa del cuerpo femenino. La ausencia, además, de atributos psicológicos, de virtudes morales o de cualesquiera rasgos singularizadores impide la personalización del ser amado.
Se trata, por consiguiente, de un cuerpo sin nombre ni señas particulares sobre el cual el amante proyecta la naturaleza en su conjunto, una naturaleza aún no transformada ni domeñada por la mano del hombre. El resultado es un espacio fluyente, pleno de actividad, con pájaros, minerales, volcanes, fuego, mar, luz. Dista de asemejarse a un jardín de las delicias donde, consumada la unión amorosa, reinasen la quietud y el orden. Antes al contrario, el cuerpo deseado, objeto de la pasión del poeta, es la Tierra misma que sin cesar suscita la vida y la destruye.
Los versos caudalosos acentúan la sensación de movimiento y violencia, al tiempo que confieren una tonalidad grandiosa al poema. Alejado de los usos cotidianos del idioma, también de los predominantes en tiempos del autor, el texto presenta un marcado relieve literario. El poeta crea, pues, un lenguaje específico para su poesía o, en todo caso, se esfuerza por transmitirla mediante una modulación especial de la lengua. Más adelante, en los años de posguerra, Vicente Aleixandre desistirá de este principio opcional de la escritura poética, en favor de otro más cercano al gusto realista; pero para entonces ya había escrito la parte a mi juicio más valiosa de su obra.
La lengua poética empleada en «Unidad en ella» pudiera parecer exuberante. No es fácil sustraerse a esta impresión inmediata que, sin embargo, se me figura engañosa. Creo, además, que no le hace justicia al poema, cuyas palabras son sin excepción comunes. La ostensible energía verbal de la composición no surge de recursos efectistas. Es inútil buscar en ella intensificadores de significado, hipérboles, adjetivos retumbantes. Desde la primera lectura el lector comprobará que está dispensado de aclarar conceptos oscuros con ayuda del diccionario. Cada verso, por sí solo, se entiende sin dificultad. Y, sin embargo, todos juntos dan lugar a una cosmovisión de extraordinaria complejidad que hunde sus raíces en el panteísmo e invita a interpretaciones múltiples.
¿Qué clase de amor es aquel cuya consumación equivale a un sacrificio máximo, el que comporta la pérdida de la propia existencia? Nada desde luego tiene que ver dicho amor con las relaciones de noviazgo previas al matrimonio convencional y la consiguiente fundación de una familia. Tampoco se propone el logro del placer venéreo. Aquí la pasión sin recompensa del poeta no tiene más horizonte que la inmolación. Es pasión ciega, es furor irrefrenable.
«Unidad en ella» no trasciende el menor aroma erótico. Sí, hay labios besados, pero son como una espina, y un aliento, indicio de cercanía, que quema. Cualquier roce, aunque deseado, es doloroso. Aún más, es destructor. Nada menos parecido, pues, a un madrigal amatorio que encadenase halagos con el fin de camelar a la pretendida y llevársela al tálamo.
Lo que se expresa, de forma harto explícita por cierto, en las estrofas centrales del poema podría suscribirlo el macho de mantis religiosa, para el cual el apareamiento comporta a menudo el final de su vida, de modo que al ser devorado durante la cópula se integra de lleno en un ente superior; en su caso, la hembra que se lo come mientras ambos se mantienen acoplados.
Se dijera que a una muerte similar aspira el poeta, con la particularidad de que su anulación como individuo se produciría dentro de la totalidad telúrica encarnada en el objeto de su amor. Una aniquilación o renuncia voluntaria a la vida no sabemos hasta qué punto gozosa, pero en cualquier caso digna de júbilo. El propio título del libro de Aleixandre lo anuncia: La destrucción o el amor, con la conjunción copulativa igualadora de ambos términos.
Así las cosas, la muerte ni siquiera tiene en el poema el rango de un tributo. No es el precio que el amante haya de pagar por el acto de la fusión, sino que forma parte inseparable de esta. El amor y la muerte son lo mismo. No hay distinción ninguna entre ellos para el deseo del amante. En tal proceso extremo de desprendimiento, el poeta se libera de su pequeño y frágil yo para incorporarse a un ente superior a cuya unidad, aunque en medida modesta, contribuye: el propio mundo donde se hallan contenidas las criaturas vivientes y los elementos primarios.
Como el universo, cada uno de nosotros está constituido de componentes menores, microscópicos para nuestra mirada. Si nuestras células fueran conscientes de su condición de unidades vivas perecederas, cuya existencia no es posible ni tiene razón de ser fuera del cuerpo que entre todas componen, quién sabe si no se sentirían apretadas por la tristeza, el miedo, la desesperación u otras pulsiones afectivas. Acaso una de ellas, bien dotada para la creación poética, concebiría un poema intenso como el de Vicente Aleixandre.
UNIDAD EN ELLA
Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.
Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.
Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.