Una visita en sueños
Fuente: www.malaga.es
Alberto Carpio
Martes 28 de junio de 2016
Selección y notas de Anahí Mallol.
Es la fuerza lo primero que golpea al leer los poemas de Alberto Carpio. Esta es una virtud, y no una muy común. Como una visita en sueños de un ser que no está ni este mundo ni el otro, la voz de Carpio abre un surco en la sensibilidad poética. Porque hay en sus poemas algo de un orden difícil de definir, porque esta fuerza se ubica en una tensión muy potente, sorprendente, nueva, entre una dicción muy directa, y el uso a la vez recatado y cargado de símbolos de la imagen poética.
Si por un lado se apoya en cierta parquedad, en versos cortos y poemas cortos, que dicen de un modo más o menos directo lo que parecen querer decir, y van hacia sus temas (el cuerpo y el alma, la muerte material y la inmaterial, y su combinación, que da por resultado otro más abstracto: la herencia), por otro lado nos deja imágenes de origen metafórico o metaforizado que quedan reverberando (en la retina del alma) con una contundencia de objetos nuevos. Esa contundencia es especial, como si diera una vuelta a discusiones ya agotadas y pudiera, sin compromisos ni falsos pudores, atravesar temas y convenciones de época, cruzar lo cotidiano y lo erudito, el lenguaje sencillo y la imagen de larga pregnancia, la frase asertiva y la agramaticalidad, con la misma comodidad. Para dejarnos sorprendidos, casi anonadados, como restos que flotan en el puerto después de una tormenta, y flotan sin dirección, y no saben en qué lugar acomodarse, porque su modorra ha sido ya definitivamente sacudida, pero como quien no quiere.
Lección de anatomía
El hombre amoratado en la camilla
con los ojos velados como un pez en la plaza.
Las fibras sueltas que el Doctor Tulp levanta indiferente
y la piel retirada como si fuera un guante.
Mi padre conducía,
llegamos hasta Holanda, con sus canales y sus girasoles,
el mercado del queso aquel domingo,
la lencería azul de la mujer en el escaparate.
Mi padre nos mostraba el Rijksmuseum,
daba clases de historia
y los originales no enseñaban
nada que no estuviese ya en los libros.
No se habló de la muerte,
nos fuimos a comer.
Sólo tenía once años
la muerte como Rembrandt
era un nombre vacío,
mi padre nos habló de los colores,
cómo dispuso a cada personaje
según su economía.
Qué perseguía Tulp,
por qué nos miran,
por qué miran el libro y no al cadáver.
El profesor no busca la verdad,
les enseña la ausencia del misterio.
Entiendo que mi padre se callara.
Grillos
Mi abuelo nos guardaba grillos negros
en botes de cristal,
aún no sé si cantaban o gritaban.
Por la noche buscaba lagartijas,
me fascinaba el rabo tembloroso
vivo sin un cuerpo.
Aún no sé
qué son mis padres, si yo elijo
o sólo pertenezco,
si son reales en mi carne o vive
el árbol en la fruta cuando el suelo.
cómo el sol entra en la uva
No tengo peso, tengo luz,
no tengo las palabras soy la letra,
lenta maceración callada, suave
nido de luz ardiendo,
soy la semilla, el hilo que dejaste
dormido en tus palabras,
necesito sentir cercana no tu voz,
tu carne misma.
Apriétame la mano como un padre
que le cuenta a su hijo
que las cosas que importan
no se pueden decir, y aprieta más
para que sienta lo que no me dices.