Una hermandad clandestina
Ph Megan Cline
Emma Cline
Martes 15 de noviembre de 2016
"Un libro oscuro, sexy y potente protagonizado por mujeres jóvenes que también lo son". Una lectura de Las chicas, de la jovencísima Emma Cline, novela publicada por Anagrama.
Por Ivana Romero.
Lo primero que vio fue el pelo largo de esas chicas, cubierto de briznas de pasto, vagamente salvaje. En el medio de un parque familiar, un domingo, parecían ajenas a todo. Eran extrañas. Eran flacas. Llevaban los dedos cubiertos con anillos baratos. Iban vestidas con displicencia “como si acabasen de rescatarlas del fondo de un lago”, evoca Evie. Y ella, una adolescente de 14 años, decidió que las seguiría ahí donde fueran.
Editada por Anagrama, Las chicas es una novela que tiene muchos elementos para haberse convertido en best seller. En principio, es una mezcla de novela de iniciación con algunas situaciones narrativas que la transforman en thriller. Además está inspirada muy libremente en una comunidad similar a la que lideró Charles Manson a fines de los sesenta (también en los crímenes cometidos por esa comunidad). Y fue escrita por una norteamericana llamada Emma Cline que, al poner el punto final de su texto, tenía apenas 24 años. A eso se suma que los derechos del libro liberaron una verdadera pugna en la Feria del Libro de Frankfurt en 2014, donde Penguin se alzó con la victoria tras pagar dos millones de dólares.
Lo esencial, sin embargo, es que es un libro oscuro, sexy y potente protagonizado por mujeres jóvenes que también lo son. Y que no basan su sensualidad en la mirada de los hombres sino, sobre todo, en el modo en que ellas se miran entre sí.
“Me interesaba explorar la vida de una adolescente a los 14 porque es el momento en que adquiere un nuevo poder sexual. Pero ella no sabe qué hacer exactamente con eso. Esa edad tiene algo de inocencia pero también, de exploración floreciente”, dijo Emma Cline, autora del libro, hace poco, ahora que tiene... 27 años. Allí es donde aparece Evie Boyd, ahogada por la beatitud de Petaluma, una pequeña ciudad del condado de Sonoma, en California.
Es 1969. Su cuerpo estalla con una voluptuosidad en la que no se siente del todo a gusto. Se emborracha de vez en cuando a escondidas y lame pilas porque alguien le dijo que ese calambre metálico sobre la lengua se parece en algo a un orgasmo. La madre de Evie se acaba de separar, tiene novios impresentables y se ha convertido en una suerte de investigadora de cualquier moda new age. Evie lee revistas de belleza mientras se enamora del hermano mayor de su mejor amiga, Connie. Incluso alguna vez se mete en la cama de él y comprueba cómo es una erección contra su espalda. “Esperaba que alguien me dijese que había algo bueno en mí. Todo el tiempo que había dedicado a prepararme, esos artículos que enseñaban que la vida no era para ti más que una sala de espera hasta que alguien se fijara en ti...Los chicos habían dedicado ese tiempo a convertirse en ellos mismos”, observa. Porque intuye que más allá de las revistas femeninas hay un mundo del cual nadie le ha hablado y que la mirada ajena –en especial, la de los varones- no es la medida de todas las cosas. “Eso era parte de ser chica: conformarse con cualquier respuesta que una obtuviera. Si te enfadabas, estabas loca; si no reaccionabas, eras una zorra. Lo único que podías hacer era sonreír desde la esquina en la que te hubiesen arrinconado. Sumarte a la broma aún cuando siempre fuera a tu costa”, relata después de que un chico intentase manosear a Connie.
Las cosas cambian cuando aparecen Suzanne y ese séquito de chicas silvestres que prometen ser la puerta de acceso a un mundo que no es adulto sino mejor: es libre y excitante. Todas giran alrededor de Russell, el personaje inspirado en Manson, una suerte de líder espiritual, carismático y manipulador. Pero una de ellas, Suzanne, parece ser capaz de hacer su juego por otro lado aunque obviamente está rendida a los pies de Russell. Es ella quien aparece en esta novela en primer plano. Apenas un par de años mayor que Evie, la fascina y enamora, la inicia sexualmente y la besa de un modo que la protagonista ni siquiera olvida de adulta. Porque la novela también narra el presente de esa chica convertida en una mujer en la mitad de su vida. Aún habitada por la culpa, hace todo lo posible por borrar cualquier huella que la vincule con ese clan desquiciado devenido mito popular.
Cline da pocas entrevistas pero en cada una se advierte que sus palabras son suaves y filosas a la vez, como las del libro. No usa Twitter ni Instagram y está pensando qué hacer con el Facebook (en una de las entradas aparece la portada de su libro con una nota manuscrita suya que dice “sisterhood is the original cult”; algo así como “la hermandad entre chicas es el culto verdadero”, lo cual es una síntesis interesante del libro). Su página web es discretísima aunque allí figura “Marion”, un relato sobre una niña de once años que bien podría haber sido un antecedente para crear a Evie. El relato -que obtuvo el Plimpton Prize- se publicó en The Paris Review, una de las primeras publicaciones en prestarle atención a esta escritora antes del boom.
Nacida en 1989, es hija de padres californianos que –en Sonoma, justamente- se dedican a los viñedos y que tuvieron siete hijos. Ella es la segunda: tiene un hermano mayor, uno más chico y cinco hermanas menores. “Me crié en medio de grupos así que sé de lo que se trata la vida en clanes... en especial cuando se trata de chicas” dice. También cuenta que sus padres eran adolescentes en la época de los crímenes cometidos por Manson así que ella creció rodeada por los ecos de esa historia. Pero no era Manson quien le interesaba, explica, sino la gente que se movía alrededor de él. “Los detalles verdaderos, ésos que aparecieron en miles de investigaciones, nunca me parecieron del todo atractivos. Me interesaba saber qué había en la cabeza de esas personas. Y sentí que la ficción era el modo de averiguarlo”, explica. Licenciada en Bellas Artes y con un master en escritura creativa en Columbia, Cline se refugió en el cuarto trasero que un amigo suyo tenía en un jardín neoyorquino. Allí escribió durante dos años las más de 300 páginas que le han permitido mudarse sola a Brooklyn. Sin embargo, vuelve cada día a ese cuartito: lo convirtió en estudio donde continuar su escritura.
El mundo que habitan las adolescentes –de a ratos un secreto, de a ratos un estallido- vibra en cada una de estas líneas. También, el mundo secreto de los adultos, esas heridas que los transforman en quienes son. Cuando ambos universos se cruzan, la narración se enciende. Justo ahí, en el rastro que dejan unas cabelleras largas, unos besos furtivos que arden como brasas en medio de la noche para sellar una hermandad clandestina. A su modo, incombustible.