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Una espera de 60 años para que la obra maestra de Di Benedetto llegue al inglés

Esther Allen, traductora de Zama

Natalia Gelós -autora de Antonio Di Benedetto, periodista (CI)- y una larga conversación con la traductora del autor de El silenciero al inglés. ¿Cómo preservar la maestría en ese tránsito a otra lengua? Sobre la tarea enorme de traducir Zama y sobre sus futuras traducciones tras ganar la Beca Guggenheim: un trabajo que, a Esther Allen, le abrió la puerta a un universo que la fascinó.

Por Natalia Gelós.

 

Durante su primer año de trabajo sobre la traducción de Zama, de Antonio Di Benedetto, Esther Allen leyó un artículo en el New York Times sobre Google Translate. En síntesis, la nota trataba de poner a prueba las primeras líneas de algunas novelas famosas. “Una prueba absurda –advierte Allen-. Google Translate, como el mismo artículo explicó, es un motor de búsqueda”. Desde entonces, la traductora inició un juego: cada año, pone en el Google la primera oración de la novela: “Salí de la ciudad, ribera abajo, al encuentro solitario del barco que aguardaba, sin saber cuándo vendría”, para ver qué devuelve ese inglés sin aura. 

“La primera vez salió muy mal, por supuesto – cuenta desde Estados Unidos, en uno de los tantos mails que fueron y vinieron para esta nota-. Y un año después puse otra vez la misma oración y salió tan mal como la primera, pero distinta. Lo raro era que mientras los periódicos no dejaban de decir que Google estaba mejorando increíblemente, de manera casi mágica, y que bien pronto no habría barreras de idioma ni nada, lo que hizo el motor de búsqueda con estas palabras de Di Benedetto fue de peor en peor, año tras año”.

El resultado fue así:

  • "I left the city, river bottom, to meet the boat alone waiting, not knowing when to come."
  • "I left the city, riverside down to meet the boat alone waiting, not knowing when it would come."
  • "I left the city, riverside below, solitaire game boat waiting, not knowing when to come."
  • "I left the city, banks down, the lone meeting the boat waiting, not knowing when he would come."

 

 

Esther Allen, traductora de Zama

 

Allen acaba de ganar la beca Guggenheim y está contenta. Podrá pasar más tiempo en Argentina en septiembre, cuando venga, porque no tendrá que dar cursos y demás. Podrá dedicarse de lleno a la traducción de El Silenciero, que será The Silentiary y  que aguarda en puerta para ser leído por el público anglosajón. Luego será el turno de Los Suicidas.

Como muchas de las cuestiones vinculadas al universo de quien dedicó su novela a “las víctimas de la espera”, la traducción de Zama llevó sus años. Allen cuenta: “Di Benedetto dice que sólo tardó algunas semanas, menos de un mes, en escribir la novela original. Esto me ha llevado a pensar en cómo el tiempo de la traducción y de la escritura pueden ser muy distintos. Un libro que toma años y años para escribirse a veces está traducido en un abrir y cerrar de ojos, inmediatamente después de la salida en lengua original. Este libro, que se escribió tan rápidamente, tardó exactamente sesenta años en traducirse al inglés”. Desde que ella leyó por primera vez el nombre Di Benedetto hasta que la novela estuvo en las librerías, pasaron unos seis años. Un trabajo que, a la traductora, le abrió la puerta a un universo que la fascinó.

¿Cuál fue tu primera sensación al leer Zama? Esos minutos posteriores a pasar la página.... 

Lucrecia Martel cuenta que su primera reacción después de leer Zama fue de euforia. No describiría lo que sentí como euforia, aunque esa fue sin dudas mi reacción a la película de Martel, pero el libro me inspiró una emoción muy fuerte. Escribí toda mi reacción inicial en un largo mail a Edwin Frank, editor del New York Review Books Classics. La primera línea de ese texto largo es muy  sencilla: "It's a masterpiece"  (una obra maestra)… Después describí la trama de la novela, y finalmente, su lenguaje. En realidad sentí que había leído algo que sólo empezaba a conocer, algo que me dejó trastornada y llena de admiración, de dolor -- el dolor histórico de este libro, de su contenido y de su contexto en la vida del autor -- y de temor ante lo que iba a ser uno de los grandes desafíos de mi vida.

¿Cómo llegaste a Zama? ¿O cómo llegó ella a vos? ¿Qué vínculo tenías con la literatura argentina? 

Había colaborado con Eliot Weinberger en la traducción de Jorge Luis Borges: Selected Non-Fictions. Tiempo después, la Fundación TyPA me invitó a participar en su Semana de Editores y Traductores de Buenos Aires, y pasé diez días extraordinarios en Buenos Aires en 2005. Esa fue mi primera visita a Argentina. Lo que aprendí entonces fue que la literatura Argentina vista del interior del país es muy distinta a lo que se ve desde el exterior, aún más distinta de lo que uno pensaría, tal vez a causa de la larga historia de exilios. Me sentí muy ignorante. Los editores y críticos con los que nos reunimos en Buenos Aires hablaron de un montón de autores cuyos nombres no reconocía, incluso un tal Antonio di Benedetto. Volví a casa con decenas de libros, pero sin Zama; nadie había tenido una copia disponible. En cambio, sí tenía El silenciero y Los suicidas y los leí, pero no me parecieron las indicadas para introducir a este autor al público estadounidense por primera vez.

La Fundación tenía la costumbre de sólo invitar a los que podían comunicar bien en español. Gabriela Adamo entonces era la persona que coordinaba la Semana de Editores, y ella ya había visto que con respecto a ciertos países esto limitaba su impacto; en Estados Unidos, por ejemplo, el número de editores que hablan o leen español es pequeño -- demasiado pequeño. Le sugerí que invitara a dos editores: Barbara Epler, de New Directions, y Edwin Frank, de New York Review Books Classics. En los años siguientes, ellos fueron a Buenos Aires para la semana de Editores, y Edwin volvió con una copia de Zama, que me mandó a su vuelta,  en 2009, para ver qué opinaba.

¿Cómo fue el proceso de traducción? ¿En etapas? ¿De un tirón y luego reescritura? 

Fue un proceso bastante raro porque al principio había muchísima prisa. Después de recibir mi nota sobre Zama, Edwin contrató los derechos  y estaba la idea de tenerla lista para la Feria de Frankfurt de 2010, donde Argentina era huésped de honor. Pero cuando empecé supe inmediatamente que trabajar con prisa no era una opción; esto era un desafío muy grande y había que darle su tiempo. Trabajé dos años en la primera versión y terminé de entregar la tercera parte del manuscrito en 2012. Al mismo tiempo, había leído que Martel estaba dirigiendo una película de Zama  y se lo comenté a Edwin. Y entonces la idea llegó a ser que publicáramos la novela para coincidir con el estreno. Pero la película tardó mucho en salir y como mi traducción todavía estaba en proceso, durante todo este tiempo, volví y empecé a revisar el manuscrito de nuevo. Entregué una versión en 2014, y otra en 2015 y finalmente otra más en 2016, incorporando las sugerencias editoriales de Edwin Frank. Después de cuatro años se abandonó la idea de esperar la película. Resultó ser exactamente un año antes del estreno estadounidense en el New York Film Festival.  

¿A quiénes consultaste durante el trabajo? Libros, personas, textos... todo lo que haya servido para completarlo. 

La lista es muy larga. Di Benedetto hizo muchos investigaciones antes de ponerse a escribir. Malva Filer, mi colega en City University of New York, publicó un libro en 1982 sobre sus fuentes: la biografía de Miguel Gregorio de Zamalloa de Efraían Bischoff, el geógrafo Felix de Azara, que describió Paraguay, descripciones de varios viajeros a la ciudad de Asunción. En mi caso, no era necesario rehacer las investigaciones históricas del autor; lo que si tenía que hacer era construir una voz en inglés que pudiera comunicar esta novela. Así que yo también busqué entre exploradores del Cono Sur en el siglo XVIII, pero entre los que publicaron en inglés o fueron traducidos rápidamente al inglés: Antonio de Ulloa; el vice-almirante John Byron, abuelo del famoso poeta británico; Martin Dobrizhoffer, misionero austriaco a Paraguay que escribió su libro en Latín. Y más que nadie, James Boswell y su Life of Samuel Johnson, que era otro modelo en inglés para esa voz altanera y casi arcaica que tiene Don Diego.  (Samuel Beckett era el modelo para la parte contemporánea de la voz). Aparte de estas fuentes históricas, lo que más me ayudó fue el libro imprescindible de Jimena Néspolo, Ejercicios de pudor. Y leí cuánto pude de toda la obra de Di Benedetto — las otras novelas, los cuentos, etc. Roberto Bolaño también tuvo su impacto: es de cierta manera a través de Bolaño que el lector anglófono llega a Di Benedetto.

¿Cómo fue este trabajo en comparación con otras traducciones?

Era sumamente difícil captar esta voz, sin dudas, e intentar comunicar todas las ambigüedades del idioma y de la trama sin disminuirlas o aplastarlas. Pero lo que hizo que la traducción de Zama fuera muy distinta era el nivel de responsabilidad que sentí: ser la primera en traducir una gran obra, y sobre todo, una que tardó mucho en ser traducida. Se puede matar muy fácilmente una obra en su primera traducción, se puede dejarla sin lectores para siempre. Muy consciente de lo que significa Zama para tantos lectores ya y del nivel de importancia que ha llegado a tener la novela dentro de la historia literaria latinoamericana, trabajaba al principio con una especie de temor de dañar el original. Tuve que poner todo eso fuera de mi cabeza y pensar sólo en la página que tenía delante y lo que ella significaba para mí.

¿Qué fue lo más difícil? 

Bueno, había dificultades que nunca superé. Por ejemplo, Di Benedetto juega con el sonido del nombre del personaje principal, utilizando palabras con z y a, o hasta con "zama": zamarrear, zalamería, zalema. Que Zama emplee un vocabulario que insiste a veces en los sonidos de su propio nombre es otro aspecto de su solipsismo, de su auto-construcción a través de su propio lenguaje. Pero, aunque mi traducción no es monolingüe— incluye las palabras guaraníes que Di Benedetto utiliza y también muchas palabras en español, no pude encontrar una manera que no fuera muy torpe de incorporar términos como zamarrear. 

¿Alguna otra frase que haya llevado mucho tiempo hasta que logró tomar el espíritu justo? 

A decirte la verdad, lo que más esfuerzo me costó era una sola palabra que recurre a través de la novela, la palabra más sencilla del mundo: americano. ¿Cómo traducir esto para lectores que tienen una idea muy particular (y a lo mejor muy equivocada) de lo que es un "American"? Y que se toman por los únicos "Americans" que hay.  Traducirlo como "American" no podía funcionar; mis compatriotas son a veces tan limitados en su concepto de esta palabra que me temía que algunos lectores tomaran a Don Diego de Zama por un Yanqui. "Americano" con mayúscula tampoco funcionaba -- es el nombre de una bebida, un tipo de café vendido en Starbucks. Alvaro Enrigue me preguntó por qué no puse "criollo", pero criollo, palabra que existe en inglés, no se entiende bien en inglés; la gente la confunde con Creole, o sea "mixto," o "mestizo,"  cuando en este caso es todo el contrario. Por fin, escogí dejarlo tal cual, "americano," y sin mayúscula, exactamente como se escribe en español. Spaniard, en cambio, se traduce al inglés y se escribe con mayúscula en mi traducción. Así, la posición inferior del americano con respecto al Spaniard está allí, visible, manifiesta. La prueba que tengo del impacto de esta decisión es la reseña de Benjamin Kunkel de la novela, que salió en el New Yorker, y que dice que Zama podría ser the Great American Novel. O sea, propone esa visión más amplia de lo que es América que mi traducción buscó apoyar.

 

 

 

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