Un álbum mental de fotografías
Quereilhac subraya a Dillon
Lunes 29 de agosto de 2016
La autora de Cuando la ciencia despertaba fantasías (Siglo XXI) elige aquí sus cinco citas favoritas del libro de Marta Dillon, Aparecida: "Pocas veces las técnicas narrativas de la crónica y la autobiografía se ensamblaron tan felizmente".
Por Soledad Quereilhac.
Pocas veces las técnicas narrativas de la crónica y la autobiografía se ensamblaron tan felizmente como en Aparecida, de Marta Dillon (Sudamericana, 2015). Libro en el que el irrumpen también, sin aviso y con tiempo perfecto, imágenes y metáforas visuales que calan profundo, que potencian la historia con un álbum mental de fotografías.
“Nunca había visto un cementerio en la playa. Dos médanos dorados lo flanqueaban, le entregaban su sombra, la vegetación se encrespaba entre las lápidas y cruces blancas, de lejos parecía posible enredar ahí mis dedos. Era un pubis. Y era el día en que mi madre había desaparecido”.
“¿La encontraron? ¿Qué habían encontrado de ella? ¿Para qué quería yo sus huesos? Porque yo los quería. Quería su cuerpo. De huesos empecé a hablar más tarde, frente a la evidencia de unos cuantos palos secos y amarillos iguales a los de cualquiera. Iguales a esos que se enhebran con alambre y los alumnos manipulan como utilería en un aula de biología. Esquirlas de una vida. Destello marfil que desnudan las aves de carroña a campo abierto. Ahí donde se llega cuando se va a fondo, hasta el hueso. Lo que queda cuando todo lo que en el cuerpo sigue acompañando el tiempo se ha detenido, la hinchazón de los gases, el goteo de los fluidos, el banquete de la fauna cadavérica, el ir y venir de los últimos insectos.”
“Después de que se los llevaron, mi papá entró al cuarto donde estábamos los chicos, se apoyó en una pared y se puso a llorar. Los cuatro nos acordamos de eso. Algunos de mis hermanos sólo se acuerdan de eso; creo que sentimos su alma quebrarse como un palo, que nos dolieron las astillas que volaron hacia nosotros”.
“¿Me entregarían mi cajita feliz de huesos recuperados?”
“Y así crecimos, atrincherados en huecos diferentes ellos y yo, rodeados de los pocos o muchos pertrechos que habíamos salvado del naufragio en tierra seca; nada que pudiéramos compartir”.
“No les podía sacar los ojos de encima. No decidía si lo que estaba observando en esas imágenes era la inexorable trituradora del tiempo o la persistencia que le había robado un rastro concreto a su filo”.