Poesía

Tres poemas para no ir a trabajar

De Fernando Aíta

Nacido en Avellaneda en 1975, Fernando Aíta es autor de los libros Épica chusma, Furgón flashero, Escritos en la calle -grafitis de Argentina (con el equipo de GRaFiTi) y Lengua extranjera, y acaba de publicar Poemas para no ir a trabajar que La Libre hace llegar a librerías.

Por Fernando Aíta.

 

Nacido en Avellaneda en 1975, Fernando Aíta es autor de los libros Épica chusma, Furgón flashero, Escritos en la calle -grafitis de Argentina (con el equipo de GRaFiTi) y Lengua extranjera, y acaba de publicar Poemas para no ir a trabajar que La Libre hace llegar a librerías.

De allí extraemos los tres que siguen:

 

Falta justificada

Buen día, jefe, hoy no puedo,

no puedo nada, estoy imposible.

La cabeza me zumba igual que un panal,

y los tubos tapados apenas respiro.

 

Vino el doctor y constató mi pobre cara,

el ruido de mi espalda, mis gestos enfermos,

pálida la lengua, me dio fármacos, vía oral,

certificado, reposo, guardar hasta el lunes.

 

¿Usted se da una idea de lo que duele

la columna, las plantas, las manos

de andar en cuatro, muleando números,

paquetes de datos, frunciendo los hombros,

por más ergonomético y digno que sea?

 

En el replay de los días,

el cuerpo se gasta y se rompe.

Pasa con los artefactos, los motores,

obvio que las máquinas con psiquismo,

más factores, más factible, más grave:

hace lastimar el cuerpo.

 

Un llamado de atención al mal descanso.

Parte obligatorio, prescripto. 

Toca reponerme, no sea cosa

que venga recaída o malcurado

contagie al resto y se sumen ausentes,

medicados, licenciosos. Imagínese

usted solo con todo.

 

 

 

 

 

Relación de dependencia

 

Hola, ¿derechos humanos?

Recursos, perdón.

Pertenezco a la compañía.

Me tienen secuestrado.

Me confunden con alguien más.

Quieren plata, obvio, cifras irracionales.

Yo temo por la vida

y para ustedes son chirolas.

 

Nada de Estocolmo. Me durmieron

y desperté en esta pesadilla.

Preguntan datos que no veo el sentido.

Preferiría no hacerlo.

Son lentas las horas bajo esta capucha

acosado por voces, sonidos, olores,

que no reconozco.

Quiero que me liberen.

Quiero estar en casa.

 

Siempre hice lo esperado,

dentro del convenio,

falté poco, y más de una vez

me quedé fuera de hora.

Paguen, por favor.

 

 

 

Perder el presentismo

 

Buenas, estoy encerrado.

Por suerte el lugar es grande

y hay más personas, algunas con ropas

estrafalarias, se sirven tragos, fervor

en la charla, se agitan las manos,

las caras resplanden, la música regoza.

 

De prente, clarea y uno se quiere ir,

y no hay llave, no hay, nadie tiene, no hay.

Alguien mete un coso en la cerradura,

hace fuerza y se caga el mecanismo.

El cerrajero tarda: esta tarde

no me esperen.

 

Para el caso da lo mismo quedarme

encerrado en casa. Cuánto

mejor no sufrir un trauma,

disfrutar y compartir

aire fresco, buen clima de trabajo.

Prometo dormir la siesta.

Y mañana, como nuevo.

 

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