Tres poemas de Susana Villalba
Poesía argentina contemporánea
Miércoles 13 de noviembre de 2019
"Puedo nombrarme sin ayuda de dioses": tomados de Sin pelaje, sin sombra (Editorial Llantén), estos versos de la autora nacida en Buenos Aires en 1956.
"No es el lenguaje lo que habla sino su descarrilamiento. ¿O su nacimiento? No soy yo en mi forma cotidiana de estar en el mundo la que escribe, esa personalidad (personaje) que protege ante el mundo. Pero sí es Mi voz, la que se fue gestando en el estado alerta ante todo lo que el afuera trae u oculta. Es mi silencio abierto a escuchar el lenguaje antes de su big bang y mucho antes de su gramática. Pero también dispuesta a ser su big bang para proponer otras maneras de decir el mundo", escribe Susana Villalba en la contratapa de Sin pelaje, sin sombra (Editorial Llantén), antología poética de la poeta, dramaturga y periodista nacida en Buenos Aires en 1956, también autora de libros como Oficiante de sombras, Clínica de muñecas, Plegarias y La bestia ser.
Del tomo de Llantén tomamos los poemas que siguen:
Rikyu
Le lleva al mundo tiempo
una mano,
una pluma.
Es imposible
atravesar un corazón
si no hay deseo
de matarlo.
Toda la tarde caminó
bajo la lluvia
como una forma de sentir
humanidad.
El tiempo -se dijo-
será esta ceremonia
del té.
Es cosa de los astros
si pueden partir
el mundo en dos
en un segundo.
Es cosa de los otros
sus manos.
No es una huella
que dejará
según mueve la pluma.
Es que esas huellas
de sus dedos
son irrepetibles.
Pero llevan su tiempo
las palabras.
No es el camino
el que dice la distancia,
los ojos
no encuentran su paisaje.
Hubiese preferido tocar
con sus palabras,
él habla
maravillosamente
y es un placer físico
escuchar.
Pero no importa
si las uvas están
a demasiada o poca altura.
Si se moja es que llueve
y es la hora
de preparar el té.
El cuerpo es un pacto
con la forma.
Pero el deseo es la forma
que tiene el corazón
de deshacerse
de su cuerpo.
Como un relámpago
espera
en la línea de la mano.
-¿El amor?
-dijo la bruja-
¿Ir al Tíbet?
Una escritora.
Los sueños son la vida
también.
Tuviste un gran amor.
-Tuve, como quien dice
una enfermedad,
escribí
poemas.
-Palabras
-dijo la bruja-
de un corazón
en círculo de fuego.
Se viste de venado
y se devora.
Una pluma en el barro.
-Cuando los amantes duermen,
amanece.
Las palabras no dan cuenta
de ese espacio
que separa a los cuerpos
en el sueño.
-Los amantes
-dijo la brujan-
o se dan cuenta.
Pero el que sueña
es un camino
como cualquier otro.
Los poemas también
son naturaleza.
Si no tocaste
esa mano no existió
más que en el sueño.
-Pero las uvas
a la altura de mi mano,
acaso
simplemente las describa
-Es una forma
como cualquier otra.
-Pero la espada y el tiempo
que le lleva al mundo
el cuerpo
que la cabeza lleva atado
como un perro.
Y el guerrero
si amanece
y en su corazón
noche cerrada.
Cantan los pájaros
y habitan la luz
como una flecha
de su propio sentido.
Dar testimonio
de una manera humana
de levantarse,
preparar el té
y escribir.
-Y acaso haber tocado
¿daría cuenta?
-Un puma
ni un venado.
Deseo de beber
un animal completo
o palpitante
en la espesura
del deseo
fugar de un cuerpo
agazapado.
Se pregunta
qué tarea tiene
entre las manos.
Palabras como espada
de dos filos.
El deseo real
como la mano
al tocar
fue tan distinta.
Cada cuerpo
irrepetible.
-El arquero
ni el caballo,
la flecha
no pregunta:
Señor
¿no tuviste suficiente
fe
en mí?
Marea
Esa conspiración en el susurro
cuando nada dicen,
persiste el mar
y la piedra en deshacerse
resistiendo.
Quizá belleza
es esa colisión
eternamente fugaz.
Como el mar el deseo
es movimiento
que comienza donde parece
acabar.
Inútil seducción y sin embargo
la piedra se transforma.
En el amor
se sabe por el cuerpo
el límite del cuerpo.
Es su plenitud.
Esa revelación
que acaba cuando comienza
a hablar.
Como arena arrebatada
por el agua
que toma y abandona
al mismo tiempo.
Querer ir más allá del mar
es el mar.
Ese murmullo que parece responder
es movimiento,
un rugido
como el fracaso siempre de un deseo
es el deseo.
Inútil preguntar la razón
que desconoce un corazón
de agua.
El mar como el sueño
rumorea en la orilla
restos
de la profundidad.
Porque nada dice
dice el mar:
que la verdad es agua
entre las manos
se sabe por tocar.
El caso Ruth
La piedra es,
una mujer mata,
por instinto
busca el reverso de la piedra
donde se esconde un animal.
Sólo quería que dé la cara,
dice sin resistir.
No había remedio,
me dolía él.
Cuando al fin lo encontró
sacó de su cartera la Smith and Wesson
y vació el cargador.
Se gana, se pierde
pero negocios son negocios.
¿El dinero? está o no,
como las piedras, en el camino.
Ahora soy yo
la que mata.
Ahora moriré de un acto
real,
es la ley del amor querer perder
la cabeza,
que él abandone el cuerpo
entre mis brazos.
¿El arma? qué sé yo,
las cosas aparecen.
Me enceguecí,
ya no quería verme.
Nos amamos,
después yo disparaba,
es algo contundente.
Antes que nada
108
leíste las noticias policiales,
tomaste café.
Sí, estás despierta,
ese dolor que sos ahora
es el mundo,
la orilla del sueño aún golpea,
agua aceitosa contra un casco.
Algo que deje de moverse,
por favor.
Pero un disparo
en la piedra podría revelar
que nada es tan sencillo,
todo tiene un momento
que nunca cristaliza.
Un corazón.
Estás despierta, todo gira,
no sabés si es el día
siguiente
y faltaste al trabajo
o es domingo.
Sí, fuiste a esa casa,
tomaron un taxi
que se perdió en la niebla,
hubo choques en cadena, dice el diario,
así es que la niebla fue real.
De bar en bar
alguien dijo hay una fiesta
en algún sitio.
Y nunca es ésta.
Llegaron a esa casa o pretensión
de teatro under,
fiesta de primavera.
Un travesti
o lo que un hombre dice
que es una mujer
te hizo sentir ambigua
en tus vaqueros.
Hizo un sketch,
ya se sabe, un sketch.
Princesa, sultán, odalisca,
nadie bailaba, hacía frío,
rodaron latas de cerveza.
Los travesti eran encantadores
de serpientes
sin serpientes,
vos también.
Mariposas deslumbradas por la fiesta
que iluminaban.
Encontraste a tus amigos en el baño,
habían capturado una botella
pero mejor era volver
al bar.
Un lugar donde caer
sin caer.
Ahora entendés el viejo chiste
de decir al taxista: a casa
por favor.
Ahora el sentido
toma su sentido:
el deseo brilla
por su ausencia.
La noche fue un largo, repetido
nunca más.
Encontraste un murciélago
como si todo lo perdido
por perdido en esa casa
hubiera rezumado su animal.
Se movía si topaba
con el límite.
La propia imagen
de todos los errores,
el terror al fin
tenía una cara
mítica.
Encendiste la luz
y chocó con la pared;
no la piedad, la ley
de semejanza,
la culpa del demonio
se mata con culpa
verdadera.
Golpeaste
una y otra vez,
sonaba a cuerpo contra piedra,
se quebraba, arrastraba el aleteo,
al fin era un insecto
grande
o una muñeca rota.
Entonces cortaste la cabeza,
las membranas,
clavaste una estaca en el corazón
y abriste para ver
que se movía.
Las manos pegajosas,
el piso de un humor
que no era sangre
lo cubriste con diarios,
esa noticia de la mujer
que guardó a su amante
en el freezer.
No podías tirarlo a la basura,
quemaste el cuerpo
y la cabeza juntos
para mirar como algo termina alguna vez
sin dejar restos.
Después dormiste todo el día.
Y ahora alguien dice, en el contestador,
¿venís al club de cine?
por lo tanto es el domingo
lo que perdiste
o la idea del día
y de la noche
o no sabés qué querías
perder.
Aunque el cuerpo no olvida
no encontrás el argumento.
Si entrara ese forense capaz
de encontrar babas y uñas
y huesos calcinados,
demonios, que me cuelguen
pero no me pregunten
por qué.