Tres poemas de Philip Larkin
Miércoles 15 de mayo de 2024
Poeta, bibliotecario, novelista y crítico de jazz británico, su poesía fue reunida en una antología bajo el título Decepciones.
“Yo no elegí la poesía, ella me eligió a mí”, respondió el inglés Philip Larkin (1922-1985) a la Paris Review en una de las pocas entrevistas que dio. Poeta, bibliotecario, novelista y crítico de jazz británico, no hacía tampoco recitales públicos (ni iba como público), no reseñaba libros ni daba clases, sino que trabajaba como bibliotecario y así lo siguió haciendo incluso cuando las regalías por sus libros eran suficiente. Una cosa así no le parecía nada especial. “¿Quién es Borges?”, preguntó al periodista que intentaba compararlo con el escritor y bibliotecario argentino.
Decepciones es una antología de cincuenta poemas de Philip Larkin cuyo título dieron los traductores, Bruno Cuneo, Cristóbal Joannon y Enrique Winter. Ediciones Universidad Diego Portales la publicó en Chile, y de allí tomamos las versiones que siguen:
Los lugares, los amados
No, nunca he encontrado
un lugar del que pudiera decir:
aquí debería quedarme;
ni he conocido a esa persona especial
con inmediato derecho
a todo lo que tengo,
hasta mi nombre;
encontrar eso probaría
que no quieres escoger dónde
echar raíces o a quién amar;
les pides que te echen
de forma irrevocable.
de modo que no sea tu culpa
si la ciudad se vuelve aburrida
o la muchacha una tonta.
Pero incluso perdiéndotelas
estás obligado a actuar
como si aquello que resolviste,
de hecho, te apastara;
será más sabio que te olvides
que aún podrías encontrar
lo que hasta ahora no has llamado
tu persona, tu lugar.
Llegando
En las tardes más largas
la luz, fría y amarilla,
baña los tranquilos
frontis de las casas.
Un zorzal canta,
rodeado de laurel
en el jardín deshojado.
su voz fresca y clara
sorprende al muro de ladrillo.
pronto llegará la primavera,
pronto llegará la primavera;
y yo, para quien la infancia
es un olvidado aburrimiento,
me siento como un niño
que llega a una escena
de reconciliación adulta,
y no entiende nada
salvo la risa inusual,
y comienza a ser feliz.
Los árboles
Los árboles comienzan a dar hojas
como algo a punto de ser dicho;
brotes recientes ceden y se abren,
su verdor es un tipo de tristeza.
¿Acaso ellos renacen y nosotros
envejecemos? No, mueren también.
Su truco anual de verse nuevos
se imprime en los anillos de la veta.
Aún así los castillos inalcanzables
trillan en la espesura de cada mayo.
murió un año, parece que dijeran,
comienza otra vez, comienza otra vez.