Foto de Valentina Rabasa.
Liliana García Carril nació en Buenos Aires el 9 de febrero de 1951. Integró el equipo de Shakespeare por escritores, dirigido por Marcelo Cohen, editorial Norma, y de La Atención, Obra reunida de Hugo Padeletti, tres volúmenes, Centro de publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, entre otros. También fue editora del sello Edición a secas.
Publicó Correspondencia Incompleta, Maribel, La mujer de al lado, No mueras sin laberinto, antología de poemas de Lorenzo García Vega (Selección, edición y prólogo), El libro de los gatos (antología bilingüe, Selección, edición y prólogo), La paciencia.
El mérito es su último libro, publicado por Bajo la luna, y de él extraemos los tres poemas que siguen:
Era de la clase de hombres que se conmovía
por las mujeres indefensas y siempre dispuesto
a salvarlas de algo como quien practica
el deporte de la pesca por el solo hecho
de quedarse quieto y a la espera
de que el hilo se tense
hasta que un aleteo de ahogado
mueve el aire y parece de felicidad.
Era de la época en que los hombres
creían que el amor consistía
en salvar a una mujer de algo.
Hay mujeres que requieren eso:
él salvó a una del marido
que intentó matarla de un tiro.
Siempre hay un mito en el origen
del amor; traicionar a una
para salvar a otra, ese gesto
que parece ruso
no lo vuelve trágico;
incendiar una aldea
para atraer la atención
del amante; también los chinos
matan por amor
y se matan.
El Mérito*
cuando nos separamos
éramos todos jóvenes
incluso los más viejos;
ahora tengo más o menos la edad
que tenía él cuando nos reencontramos
mesa de por medio
con la intención de que la comida fuera
un lugar neutral; a medio camino
entre el marxismo leninista
y el psicoanálisis freudiano;
pero qué podía comer un padre enfermo;
comí en su contra una milanesa a caballo
—yo, que me había vuelto vegetariana
y cultivaba el gusto por lo crudo
como variante de una fe perdida—;
lo vi empalidecer frente a su plato favorito;
cuando llegó el momento del café
el muro derribado se irguió entre los dos
como un grueso vidrio:
le hablé del malestar en la cultura
no de mi malestar hacia él
por haberme abandonado por esa rusa;
me comporté como una chica dura
me entusiasmaba discutir las razones
de la caída de un mundo: el de él.
(al fin y al cabo los dos teníamos
toda una vida por delante: eso creí
perdida en las teorías)
Con esos ojos me miró quebrar
con una papafrita la delicada tela
de la yema del huevo y hurgar allí,
hasta que logré tragármela
atragantada con mis palabras más torpes.
* Bodegón de Villa Crespo.