Tres poemas de Liliana García Carril
Poesía argentina contemporánea
Miércoles 18 de noviembre de 2020
Tomados de El mérico (Bajo la luna), último libro de la autora nacida en 1951 en Buenos Aires.
Foto de Valentina Rabasa.
Liliana García Carril nació en Buenos Aires el 9 de febrero de 1951. Integró el equipo de Shakespeare por escritores, dirigido por Marcelo Cohen, editorial Norma, y de La Atención, Obra reunida de Hugo Padeletti, tres volúmenes, Centro de publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, entre otros. También fue editora del sello Edición a secas.
Publicó Correspondencia Incompleta, Maribel, La mujer de al lado, No mueras sin laberinto, antología de poemas de Lorenzo García Vega (Selección, edición y prólogo), El libro de los gatos (antología bilingüe, Selección, edición y prólogo), La paciencia.
El mérito es su último libro, publicado por Bajo la luna, y de él extraemos los tres poemas que siguen:
Era de la clase de hombres que se conmovía
por las mujeres indefensas y siempre dispuesto
a salvarlas de algo como quien practica
el deporte de la pesca por el solo hecho
de quedarse quieto y a la espera
de que el hilo se tense
hasta que un aleteo de ahogado
mueve el aire y parece de felicidad.
Era de la época en que los hombres
creían que el amor consistía
en salvar a una mujer de algo.
Hay mujeres que requieren eso:
él salvó a una del marido
que intentó matarla de un tiro.
Siempre hay un mito en el origen
del amor; traicionar a una
para salvar a otra, ese gesto
que parece ruso
no lo vuelve trágico;
incendiar una aldea
para atraer la atención
del amante; también los chinos
matan por amor
y se matan.
El Mérito*
cuando nos separamos
éramos todos jóvenes
incluso los más viejos;
ahora tengo más o menos la edad
que tenía él cuando nos reencontramos
mesa de por medio
con la intención de que la comida fuera
un lugar neutral; a medio camino
entre el marxismo leninista
y el psicoanálisis freudiano;
pero qué podía comer un padre enfermo;
comí en su contra una milanesa a caballo
—yo, que me había vuelto vegetariana
y cultivaba el gusto por lo crudo
como variante de una fe perdida—;
lo vi empalidecer frente a su plato favorito;
cuando llegó el momento del café
el muro derribado se irguió entre los dos
como un grueso vidrio:
le hablé del malestar en la cultura
no de mi malestar hacia él
por haberme abandonado por esa rusa;
me comporté como una chica dura
me entusiasmaba discutir las razones
de la caída de un mundo: el de él.
(al fin y al cabo los dos teníamos
toda una vida por delante: eso creí
perdida en las teorías)
Con esos ojos me miró quebrar
con una papafrita la delicada tela
de la yema del huevo y hurgar allí,
hasta que logré tragármela
atragantada con mis palabras más torpes.
* Bodegón de Villa Crespo.
