Tres poemas de Jorge Aulicino
Tomados de Mar de Chukotka
Miércoles 28 de noviembre de 2018
Premio Nacional de Poesía 2015, nacido en Buenos Aires en 1949, el poeta, periodista y traductor acaba de publicar, después de sus poemas reunidos en Estación Finlandia, libro nuevo por Ediciones del Dock: Mar de Chukotka.
Foto de Virginia Molinari para FIPR.
Después de sus poemas reunidos en Estación Finlandia, el poeta, periodista y traductor Jorge Aulicino acaba de publicar libro nuevo por Ediciones del Dock: Mar de Chukotka (el libro tuvo primeramente una versión digital en la revista Op. Cit. que dirige José Villa) y de allí extraemos los tres poemas que siguen.
"El arte debe funcionar como un artificio, debe provocar un efecto, que es producto de un conjunto de significados no inmediatamente comprobables", respondió en entrevista a Indie Hoy. "Mar de Chukotka resulta una zona geográfica cargada de referencias naturales, históricas y sociales y, al mismo tiempo, una porosa zona imaginada por la literatura, la filosofía, el arte y los sueños fallidos de los hombres comunes: en suma, un verdadero reservorio de imágenes -una enciclopedia- que nutre cada uno de los poemas y cohesiona el conjunto", escribe en el prólogo Diego Colomba.
Aulicino nació en Buenos Aires en 1949 y, entre otras cosas, administra el blog de poesía Otra iglesia es imposible y tradujo los tres libros de la Divina comedia. En 2015 fue reconocido con el Premio Nacional de Poesía.
Camina la materia
antes que la energía de cada uno.
Una especie de estado intermedio
entre lo sólido y el gas.
Lo estrictamente humano es un vacío
en donde atruena el río.
Un río de montañas que será río de llanura.
Y será silencioso, inmanente, casi imposible. Y no mar.
El mundo se presenta cada día en su diversidad
política, escatológica, moribunda.
Si solo fuera el presentarse, sellaríamos
las ventanas: el mundo en su diversidad
política, escatológica, moribunda y vital,
sin embargo (sin embargo alguno),
urge en el vaso, en la intimidad
del baño, la cuchara doblada a fuerza
de roer el helado endurecido en la heladera,
la ceniza, los ocultos dramas de arañas, polillas,
moscas y pelambre; la tierra en los vidrios
haciendo una veladura.
El velamen también de unas hojas.
El jabón, blanco y mojado,
untuoso, pero blanco,
matices de la nieve con cadencia
de montañas y océanos,
oscilaciones de brújulas en los bolsillos,
detonaciones de morteros que se confunden
con una orquesta barata.
El mundo aquí, en la esquina, llenando
el espacio de mínimos sistemas
cuando doblamos, distraídos,
hasta inciertas y comunes cosas.
Dios es una política.
Los pájaros hacen ruido cerca de la ventana,
vuelan sobre el cemento que clarea.
No das una imagen a esos sonidos, pero sabés, allá fuera,
en alguna parte los techos se confunden,
no se sabe dónde empieza o termina la propiedad,
y los pájaros cotorrean, chistan, arrullan,
caminan sobre vigas y cornisas,
vuelan sobre el cemento que clarea.
La cara, pálida de sueño, débil de deseo,
que asomara ahora a una terraza fresca
sería la cara de un dios.